El corazón enjaulado del príncipe.

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La vida nunca había tenido tanta luz, hasta que…

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Lucy se levantaba todos los días a la misma hora, la vida era dura con ella y ella apenas podía fingir vivirla.

Habían estrellas radiantes, habían elegidos, y habían esclavos.

Así era el reino donde vivía, sin padre, ni madre, al nacer, te separan de tu progenitora, luego de ello, vives a tu suerte.

Todos los días eran de arduo trabajo, así era la vida de una esclava como ella.

Ella aún no entendía qué era lo que la hacía tan diferente de la realeza o de los nobles, pues sangraban igual, lloraban o sufrían como seres humanos y tenían las mismas necesidades básicas.

Salía así, todas las mañanas de su choza junto con otras esclavas a empezar su faena diaria en el palacio, la vida que tanto odiaba y que comenzaba como cada día cada vez que abría sus ojos.

—Buen día.― ella se sobresaltó, pero conocía esa voz, conocía a aquél joven tan bien como la palma de su mano, aquél moreno de ojos azules que creía conocer.

—Buen día, príncipe.― hizo una leve reverencia que lo hizo resoplar.

—Lucy, nos conocemos desde hace siglos― comentó con una mueca—. No hacen falta las formalidades y lo sabes.― espetó, sus ojos jóvenes brillaban al verla, al ver aquellos iris color verdoso y aquél cabello tan… singular. Por decirlo así, pues no había persona con un cabello tan peculiar como lo eran los suyos, como los del padre que nunca conoció, un rubio rojizo que brillaba bajo el sol y que era envidiado incluso por la realeza.

—Un príncipe es un príncipe y merece respeto.― replicó.

El moreno suspiró y rascó su nuca. —No discutiré contigo, pero, que sepas que me mantengo firme al decir que somos más parecidos de lo que crees.

“―Un príncipe es un príncipe, una esclava es una esclava, eso no cambiará.”— pensó Lucy.

Sus ojos se ensombrecían al pensar en que moriría sirviendo a alguien más, no viviría como ella quería, nunca sería libre ni mucho menos vería algo más que un palacio sin valor alguno para ella.

―Debo ir a trabajar, pero fue lindo verle hoy.— le sonrió levemente, tal vez sí habrían similitudes en sus ideales, pero eso era todo.

―Sí… pero soy el príncipe y si digo que cuando estés en mi presencia no trabajas, así ha de ser, nos vamos, ve a cambiarte.— ordenó.

―No cambias para nada, Julius…—murmuró, se giró para cumplir su “orden” de cambiarse de ropa, con una sonrisa que a él le gustaba más de lo que quería admitir.

Julius odiaba las clases que les separaban y, peor aún, que él no había pedido, él quería ser privilegiado con algo más que dinero o un título, se iría al Averno por ella o se volvería esclavo, sólo para estar a su par.

El comedor era un lugar que le gustaba de sobremanera, allí era donde Lucy siempre estaba, pero no sólo ella, sino una señora regordeta, de mejillas rosadas y que siempre sonreía y se reía de todo, una cocinera excepcional.

La quería como si fuese su tía, y todas las esclavas que allí trabajaban hacían su día diferente, allí él no era, no aparentaba, allí sólo se paraba y hablaba sin cesar y reía sin tener descanso, allí la conoció y allí aprendió a querer a las personas a su alrededor, desde que era pequeño siempre fue así, Lucy igual desde sus ocho años se la pasaba ahí, trabajaba siempre, todos los días sin falta alguna.

Y lo odiaba.

Odiaba tener que—
―¡Ya llegué!— exclamó la pelirroja, interrumpió sus pensamientos de forma abrupta.
La tomó de la mano y corrió con ella hasta la caballeriza, ella no lo amaba, eso era obvio para él, siempre lo fue.

Él era como un hermano menor para ella, aunque ella sólo fuese mayor por dos años, y fuese más madura, él sólo era un “niño de papá y mamá”
―¿A dónde vamos hoy?— inquirió, sus ojitos verdes brillaban de una manera equiparable a una estrella, su cara tenía algo de ceniza y tosió debido al humo que respiró cuando encendió una chimenea.

―Nos vamos a un lugar, siguiendo una dirección.— se sacó un pañuelo y limpió su cara ―Otra vez te ensuciaste la cara, Lu.

—Ya sé todo eso, pero, ¿A dónde vamos?― inquirió de nueva cuenta mientras sentía el pañuelo limpiar su rostro, sentía el amor del menor a través de ello, y eso, en ése efímero momento, le bastaba para seguir viviendo.

La miró enternecido, sentía una gran tristeza en su pecho, retiró el pañuelo y se acercó para besar su frente. —Vine a despedirme de ti.― susurró.—Te llevaré a la cascada en el caballo que te regalé, espero volver pero…― la abrazó, no iba a llorar, claro que no, pero sí quería volver a cuando eran niños, y Lucy lo cuidaba y le bridaba más cariño y atención que sus padres. —Sinceramente no sé si pase, la guerra es abrasadora, es temible, no sé si viva para verte de nuevo.

―Es mentira, no hay alarma de guerra.— espetó, su voz iba a quebrarse ―Es mentira.— se separó de él y lo miró, pero no parecía mentir.

―Es una guerra civil, yo atacaré al régimen de mi padre mientras pueda. Si regreso, te lo contaré todo.— se giró y caminó hacia su caballo, de color blanco y negro, lo acarició y lo montó, ventajas de ser un príncipe, podía enviar a alguien a ensillar los caballos en lugar de hacerlo él. ―Vámonos.


Una guerra civil, que había durado una semana, y había acabado con la caída de un rey poco benevolente, odiado más que querido.

Una guerra para que ella pudiera ser feliz, sí, él, que había manchado sus manos con la sangre de su padre, lo comprendía bien, el olor a humo, las cenizas revoloteando, él no deseaba ése panorama, pero era lo que el futuro le deparaba.

Una guerra para que ella pudiera ser libre.

La mandó a llamar al balcón del palacio, él estaba sucio y con el rostro lleno de tierra, con un camino de lágrimas entre tanta suciedad.
Y ella llegó.

No se giró, pero oyó sus pasos temblorosos y su triste mirada, cuando lo vio, su mirada cambió, estaba enternecida, tal vez dolida.
—Estás vivo.― murmuró.

—Y tú eres libre.― ella lo miró sorprendida, tal vez había sonado fuera de lugar y no debía empezar así. —Verás, Lucy, intenté, con todas mis fuerzas, convencer a mucha gente para liberar a los esclavos… y ésta fue mi última opción.

―No te entiendo…— su voz se quebró, sus lágrimas caían, no comprendía nada, pero él, creía que era mejor ser rápido con ello.

―Te amo, Lucy.— confesó, se sintió ligero por un momento y prosiguió:―Lo he hecho desde que te conocí, pero hay deseos que un príncipe no debe tener, y ése era amarte tanto.— ella cubrió su boca y como un reflejo, se puso de cuclillas. ―Todo esto, fue para liberarte de tu suplicio y cargaré con ello hasta el día de mi muerte, pero debes irte, tú querías irte y yo te daré ésa oportunidad con la que no naciste, vete, no vuelvas, pero si lo haces… aquí mi corazón estará esperando por ti.

Una lágrima se resbaló por la mejilla del joven, él la amaba tanto, que iba a dejarla ir a cumplir su sueño.

—¡Guardias!― exclamó, ella levantó su rostro, abrió sus ojos, llenos de lágrimas, apretó su mandíbula, pero se contuvo y le dejó terminar. —Ellos van a llevarte a un carruaje, te dejé dinero y ropa, espero que seas feliz, Lucy. ―culminó.

Un par de hombres con uniforme le ayudaron a levantarse, un nudo en la garganta no la dejó expresar palabra alguna, no estaba feliz, pero tampoco se sentía triste.

Y, ésta historia vivió en la memoria de Julius hasta el día de su muerte, quien la esperó hasta el día en que su cuerpo no le dejó seguir viviendo, él nunca se enteró, que ella no fue feliz, que no vivió para seguir viviendo como ella quería.

Nobles disfrazados de arlequines la asesinaron mucho antes de que pudiera vivir.
Y él, que la esperó hasta su último suspiro, nunca volvió a encontrarse con ella, pues, luego de la muerte, no existe nada.
Fin.

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El pecado de un amor inefable

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Un amor efímero

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La vida no tiene sentido.

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La portada la cree en la pagina https://www.canva.com/

Le doy las gracias por leer mi escrito.
Entre todos hay que apoyarse, así que déjame tu ultimo post y con gusto lo veré.

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Que tenga un buen, lindo, maravilloso y emocionante día.

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