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Él caminaba a través de los pasillos del conservatorio al que asistía, rezongaba frustrado contra sí mientras lo hacía.
Odiaba a todos y cada uno de sus compañeros que parecían ser perfectos en todo, como sacados de la edad del romanticismo, como si fuera posible. Y para colmo, lo habían expulsado por mala conducta en plena clase.
No hay nada que a un adolescente le avergüence más que humillación frente a sus compañeros de clase, o al menos para él era así, prefería una humillación en familia que delante de gente tan crítica como lo eran esas personas, que no perdonaban a nadie aunque fuese el primer día.
Suspiró y salió del edificio, mirando hacia atrás a cada rato, no podía evitarlo, era un buen chico, con buenas calificaciones y un alto sentido de la responsabilidad.
Así era él.
Camino a su casa, pasó por una tienda comprándose un pastel de fresas para relajarse, eso era lo que necesitaba, pasó por una plaza y se sentó en una banca, era temprano, las diez a.m aproximadamente, cuando vio a una anciana paseando un gato… ¿Gato?
—¿Pero a quién se le ocurre pasear un gato?―murmuró para sí.
Y, justo en ése momento, vio algo—o alguien, más bien―que nunca había visto, tal vez porque nunca se había percatado o tal vez era nueva en el área.
Era… bella, a sus ojos, su cabello castaño contrastaba perfectamente con su cara angelical, su cuerpo pequeño y su mediana estatura le hacían pensar que era una niña.
—Sí, eso debe ser, deber ser una niña.—pensó.
Era muy probable, aunque él no era mayor de edad, no quería arriesgarse con una niña.
Ya mucho tenía con todos sus problemas en sí. Por ello, dejó de mirarla. Decidió irse sólo por ese día.
Él dejó de ir al conservatorio por unas semanas, mientras dejaba que pasara su expulsión, ahora se dedicaba a… nada, en realidad, más que leer un libro y comer pastel en la plaza donde vio a la chica linda, deseaba―aunque le costaba admitirlo—verla aunque fuese un vez más, preguntarle quién era, era bonita, muy bonita, más bien demasiado.
Y, al fingir leer “La Ilíada”, luego de varios días esperando para verle pasar, ella se sentó a unos pocos bancos de distancia.
Llevaba un libro en sus manos y se disponía leer. Con la poca valentía que siempre solía tener, contó cinco bancos para poder verle de frente, a sus ojos color avellana tan similar a su cabello, sus manos temblaban, estaba nervioso, no sabía qué―
—¿Necesitas algo?―inquirió ella despegando su vista de su libro. Su voz aterciopelada atravesó sus sensibles oídos, su corazón latía. Se arrepentía totalmente de su decisión.
—E-eh, verás…―entonces, se percató del título del libro. —Tu libro y el mío tienen el mismo título.―dijo rápidamente sin reparar en lo que decía en sí.
Ella miró su libro y asintió. —Sí, tienes razón.―cubrió levemente su boca, ocultando una sonrisa y su creciente rubor en sus mejillas, mientras veía al joven nervioso frente a ella.
—Y-y-y, cómo te…―tomó una bocanada de aire para poder concluir. —¿Cómo te llamas?
―Abigail, un gusto.—le tendió su mano, que él tomo cerrando sus ojos, él sudaba mares, como si fuese la primera vez que hiciera aquello. ―¿Tu nombre es…?
—¿Henry…?―ella rió de su nerviosismo y negó haciendo un ademán con su cabeza.
—Deja los nervios, no te voy a comer, ven siéntate aquí.―palmeó el asiento, él asintió y se sentó con poca gracia que hasta parecía tierna. —¿Te sientes bien? No te vayas a desmayar.―comentó jocosa, intentando hablar de algo, hasta que notó unos dobleces en el libro del joven. —¿Puedo ver?―inquirió señalando aquellos raros dobleces en su libro. Él asintió dejándole tomar sus partituras. —Ah, eres músico, o algo así, ¿No?
―Coralista.—suspiró. ―¿A qué te dedicas?
—¿Yo?―se señaló a sí misma. —Estudio y trabajo con mi papá, verás me acabo de mudar y…
Conversaba mucho, todo lo contrario de él, que sólo decía lo necesario, empezó a conocerla, le fascinaba estar con ella, le apoyaba en lo que podía y él le enseñaba lo poco que sabía, y, aunque tenía aspecto, no era una niña, de hecho era unos meses mayor que él.
Y mientras él dejó fluir las cosas, ella tomó una iniciativa de besarlo en su quinta cita, él nunca se imaginó que en verdad el amor era lo que describían, algo bonito, puro e inestable.
Así lo describía él, mientras más tiempo pasaba, más se sentía seguro para pedirle matrimonio, ella había ido a acompañar a su madre a visitar a su familia, lo cual era normal en ellas los fines de semana, pero ella nunca volvió.
Había tenido un accidente junto con su madre, aún cuando su madre era doctora, y sabía los riesgos de conducir de noche, lo habían hecho.
A Henry le dolía el alma, veía los anillos, veía el libro de ella y las partituras que ella había tocado por primera vez cuando se conocieron, y dolía, cada recuerdo, cada palabra, su risa, su canto. “Todo” se volvía polvo de repente cuando hacía un día “todo” parecía verse tan eterno.
Así de efímero fue el amor para él.
Ahora, cada mañana, iba a la misma plaza, con el mismo libro y las mismas partituras, para poder recordar el momento en el que la conoció, en el que se enamoró de aquella persona tan brillante que ella solía ser.
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aquí les dejo el ultimo en caso de que quieran leerlo .
aquí les dejo el ultimo en caso de que quieran leerlo .
La imagen es de mi autoria
Le doy las gracias por leer mi escrito.
Entre todos hay que apoyarse, así que déjame tu ultimo post y con gusto lo veré.
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Que tenga un buen, lindo, maravilloso y emocionante día.