Hay un viejo dicho que dice que equipo campeón no se cambia y el Real Madrid de Florentino Pérez lo ignoró por completo tras ganar tres Champions League seguidas. No sólo cambió de estrella -o mejor dicho, dejó ir a su estrella-, sino también de entrenador.
Lo primero, estoy completamente seguro, se pudo evitar. Lo segundo no, pues fue una decisión personal de Zidane. Sin embargo, lo que si se podía hacer era escoger al reemplazante estudiando su manera de ver el fútbol y sus características, para así tomar una buena decisión.
Desde que soy pequeño sigo al Madrid y lo que siempre me atrajo fue su espíritu y corazón. Esa manera de jugar al fútbol como si no hubiese mañana; la mayoría de las veces con nerviosismo y desorganización, pero siempre con agresividad. Por eso: porque si no hay mañana, no hay tiempo para el orden y esas mariqueras.
Y no creo ser el único fanático que piensa lo mismo. Durante todos estos años he observado a un Santiago Bernabéu completamente impaciente cuando el equipo no encuentra la fórmula para patear al arco; cuando toca el balón de extremo a extremo sin pisar el área con peligro. Porque, ¿para qué tener la pelota, si el rival no puede sentir tu furia?
Esta última pregunta me la hacía durante el primer tiempo del último partido frente al Leganés, cuando el equipo blanco tuvo la posesión por más del 80 % y sólo pateó dos veces al arco, consiguiendo un gol. Su rival, con el resto del porcentaje, remató la misma cantidad de veces y marcó la misma cantidad de goles.
Este fue el gran problema de Lopetegui: querer hacer una transición forzosa al famoso tiki-taka (de allí que la prensa mundial se preguntara en varias ocasiones si el Madrid se estaba convirtiendo en el nuevo Barca), un estilo de juego que el 13 veces campeón de Europa simplemente no sabía jugar. Porque no es un mal técnico, sólo estaba en el equipo equivocado y puedo resumirlo en una broma que inventé con un par de amigos: Lopetegui es la única persona capaz de hacer que Toni Kroos juegue como el "Pájaro" Vera.
Y no es cuestión de que Kroos bajó el nivel por falta de motivación -como quieren hacer ver muchos- o porque Lopetegui le lanzó un maleficio. El problema es que Kroos nunca entendió a Lopetegui, y Lopetegui nunca entendió a Kroos. Por eso lucía perdido por la cancha.
Y no era el único: también estaba un Marcelo que ya no podía comprometerse tanto con el ataque -aunque se haya convertido en el goleador del equipo en las últimas fechas- porque debía permanecer pegado en una banda para ser una opción de pase y desahogo; tampoco Casemiro, uno de los grandes descubrimientos de Zidane que aún no sabe con qué se come eso del tiki-taka; muchos menos Varane, que nunca comprendió por qué tenía que participar tanto en el juego del equipo, cuando su trabajo siempre había sido robar la pelota, entregarla o despejarla.
El resultado final: una oncena que efectivamente tenía el esférico, pero no sabía qué hacer con él y por eso era prácticamente inofensivo.
Y por supuesto, la salida de Cristiano, posiblemente el mejor futbolista de todos los tiempos, influyó mucho. Pero si tienes a los mejores jugadores del mundo y vas de noveno en una liga en la que normalmente el club que diriges tienen poca competencia (apenas se pelea el campeonato con un par de equipos), lo mejor es que te apartes. O que te aparten.