Capítulo 55 | Alma sacrificada [Parte 1]

Sin título70.png

Para cobrarte una deuda, debes regresar a tus raíces, al inicio, donde todo comenzó a florecer y te convirtió en lo que eres. Yo lo hice para vengar la muerte de mi amada. Juré sobre sus cenizas, que los culpables pagarían. No quise que mi venganza se basara en herir a las personas que me hirieron. Reed me enseñó que las mejores venganzas suceden cuando la persona te suplica que no mates a su ser querido.

Mi vida entera fue una persecución, una odisea, una tortura. Me usaron como juguete una y otra vez. Implantaron ideas que me consumieron por dentro y me forjaron un odio que no logré erradicar a tiempo. Me hirieron tantas veces, que olvidé la persona que alguna vez fui. Robaron mis partes débiles y las armaron como armamento militar. Me dispararon dos veces en el corazón. La primera vez sucedió catorce años atrás. La segunda apenas unos días atrás, cuando creí que nada peor podía ocurrir.
Las utilizaron como cebo, las hirieron y acabaron con sus vidas. Creyeron que no podría acabar con ellos, que era débil de espíritu y mente. Me subestimaron durante tanto tiempo, que pensaron que era un peón más y no podría usar mi conocimiento en una venganza bien elaborada. Mataron a Clarice peor que a un perro. Le calcinaron hasta el alma, así que el hijo del autor intelectual debía morir de la misma manera.
Las otras cinco víctimas, mujeres, parejas e hijos de los cómplices, murieron de formas diferentes: sumidas en ácido, descuartizadas, desangradas o estiradas al punto de explotarlas. Cada una sufrió su propio infierno, de la misma manera que mi Clarice lo hizo. En mi interior sabía que no era lo correcto. No podía pagar justos por pecadores, pero eso fue lo que ellos me enseñaron. Yo fue una esponja que absorbió sus enseñanzas, su maldad y aquello que implantaron como un chip en mi cerebro.
Me vengué y se sintió tan bien. Cada vez que una persona me suplicaba, sentía excitación por continuar, por no acabar, por perpetuar esa sensación el mayor tiempo posible. Me llené de venganza, de sangre ajena, de súplicas que nunca escuché y de un montón de recuerdos después de esas muertes. La primera me costó asimilarla por la invasión. Las siguientes fueron una montaña rusa que solo me hacía reír.
No negué que la muerte de Freddy me afectara. Era un niño inocente, fruto de algo que nunca debió suceder. La madre sufrió en televisión, suplicó que el culpable pagara. Aun recordaba los suplicantes ojos del niño, las lágrimas, el olor de la carne quemada, los pocos gritos que escuchaban a través de la mordaza y el color de su cuerpo una vez que el fuego se apagó, el humo terminó y la vida se convirtió en historia.
—Levántate —articuló una mujer en mi oído—. Leonard, debes levantarte.
Un agudo dolor se expandió por mi cuello. Mi mejilla seguía pegada del suelo, los rayos del sol se filtraban y mis ojos continuaban cerrados. Me dolía respirar, mis hombros se sentían pesados y la cabeza me daba vueltas. Me sentía mareado, como si me hubiesen agitado por el aire. Me removí inconsciente sobre el suelo repleto de tierra y algo húmedo me cubrió los hombros. El dolor se acrecentaba con cada respirar, el aroma a cromo atiborró mi olfato y mis ojos se cerraron de nuevo.
Respiré profundo y lamí mis labios. Debía colocarme de pie, lo sabía. Tragué grueso, toqué el suelo con la yema de mis dedos y arrastré la mano derecha hasta mi cuello. No sabía qué tenía allí o qué sucedió. Lo único que conocía era la persona que estaba sobre mí, arrodillada, con su cabello cayendo sobre mi pecho. Elevé mis dedos y teñí algunos de sus mechones con la sangre que brotaba de mi cuello.
—¿Qué pasó? —pregunté con la boca seca.
—Ezra. Te golpeó y te noqueó. —Mi visión continuaba borrosa, pero su voz era algo que reconocería así pasaran años. Era mi chica, mi amor, mi Ellie—. No te preocupes, mi amor. Nos dejó algo importante con lo cual nos vengaremos.
Cerré de nuevo los ojos e intenté colocarme de pie. Me fui de bruces. Me sostuve con los brazos y las piedras se incrustaron en mis palmas. Mis rodillas impactaron el suelo de forma súbita y un puntazo de dolor llegó hasta mi cerebro. Cerré los ojos con fuerza y maldije al desgraciado de Ezra por golpearme con lo que sea que me golpeó. Lo hizo para neutralizarme. Mi boca se sentía extremadamente seca, mi espalda dolía como el infierno, la sangre teñía mis hombros y bajaba por mis brazos.
Imágenes de algunos minutos atrás llenaron mi cabeza. La verdad no sabía si estuve inconsciente minutos u horas. Todo me daba vueltas, el dolor mermaba mis sentidos y se tornaba agudo cada vez que pisaba. ¿Qué carajos me lanzó Ezra en la espalda? Lo último que recordaba era el rostro de Andrea cerca del mío, el fusil en su frente, su detonante forma de hablarme y lo que me hizo sentir cuando me retó.
No tuve la fuerza, el coraje o la osadía de matarla. Y entonces me pregunté: ¿por qué no pude matarla? ¿Acaso sí tenía corazón después de todo? No, era imposible. Asesiné a seis personas en menos de una semana, una tras otra, como una fila de dominós. Ellie estaba sentada, de piernas cruzadas, con las manos sobre su rodilla izquierda. Lucía el vestido ajustado que le regalé en la graduación. Era negro, a media pierna, brillante.
Me detuve frente a ella, con una mano en mi cuello y la otra en el bolsillo.
—¿Por qué no pude matarla? —le pregunté a la mujer ante mí.
—Ella no te deja —señaló a una persona detrás de mí.
Moví mi cuerpo completo. Pensar siquiera en mover únicamente el cuello me producía un dolor que ascendía hasta la cabeza y bajaba hasta la cintura. Moví mi cuerpo entero hacia la dirección que Ellie señalaba y encontré a Clarice, de pie junto a la abertura de lo que sería la entrada al piso. Ella tenía los brazos colgando a sus costados, una línea en sus labios y el rostro constipado.
No podía creer que estuviese allí, conmigo, con nosotros. Cuando di un paso en su dirección, ella permaneció tranquila, estática. Di dos pasos más y sentí el aroma de su perfume entrar a mis fosas nasales. Extrañaba tanto ese aroma, que habría sido capaz de revolcarme en su ropa. Ella estaba allí, tan cerca de mí que podía tocar sus suaves mejillas y escuchar su corazón latir. Era tan improbable, tan utópico, pero se sentía tan real, tan natural. Por un instante olvidé que estaban muertas, que eran fríos cadáveres. Cuando ellas estaban conmigo el resto del mundo se difuminaba como humo.
—Clarice —articulé y toqué su mejilla con temor a sentirla desaparecer.
—Hola, Leonard —respondió con una sonrisa; la misma de siempre.
—¿Por qué estás aquí?
—Evito que cometas una locura. —Ella elevó sus manos y tocó mis mejillas. En sus ojos vislumbré ese brillo hermoso que me ofrecía cada mañana al despertar, junto a esa sonrisa que ocultaba detrás del oscuro cabello o la mano que apresaba sus labios para no reír tan fuerte como estaba acostumbraba—. No puedes matarlos, Leonard. No eres así. Tú no eres un asesino, cariño. Eres mi chico lindo, el que me cuidaba. No puedes hacer algo como eso, cuando sabes que no terminará bien y que serás condenado por ello.
Clarice tenía el poder de convencerme, de hacerme una mejor persona. Era lo que más amaba de ella. Clarice me mantenía equilibrado, tranquilo, normal. Me fundí en su mirada, en ese toque tan amoroso que extrañaba, en ese movimiento leve de sus labios cuando formaba una ligera sonrisa o la forma tan atrapante que usaba para mirarme y hacerme creer que todo estaría bien. Clarice era capaz de convencer de ser mejor ser humano o ciudadano. Siempre me estabilizó, hasta que Ellie me quebró.
—Sí puedes hacerlo —escuché la voz de Ellie romper esa conexión que existía entre nosotros. Tiró de mi codo y movió mi cuerpo a la derecha, hacia donde ella se encontraba. Deslizó dos de sus dedos por mi mejilla izquierda y sonrió como años atrás, cuando éramos felices—. Te conozco, mi amor. Quieres vengar mi muerte.
Miré a ambas mujeres, una al lado de la otra.
—No sé qué hacer —pronuncié confundido.
—Lo correcto —interrumpió Clarice—. Déjalos ir.
¿Qué hacer en un momento cómo ese? Era difícil tomar una decisión que cambiaría todo por lo que había pelado los últimos años y las últimas semanas. Maximiliano me creó para acabar con Nicholas Eastwood. Me sacó de la cárcel cuando él mismo liberó a ese hombre y lo convirtió en Ezra Wilde. Por azares del destino, lo encontré de nuevo en esa feria y la ira que creí extinguida reapareció más feroz que antes.
¿Y en ese momento Clarice me pedía que lo dejara ir? ¿Quería que lo perdonara por todo lo sucedido? No era sencillo. No era fácil desprenderme de una década de ira, de odio mal infundado y de un rencor que se comió mi parte buena, mi zona bondadosa y la persona que Clarice moldeó. Entendía que ella quería que olvidara y sanara aquellas heridas que Maximiliano nunca me permitió cerrar. Era justo que ella me lo pidiera, pero no lo veía sencillo de ejecutar. ¿Cómo me desprendía de mi oscuro corazón?
—No puedo… No —tartamudeé—. ¿Cómo sé a quién creerle o en quién confiar?
—Confía en ti mismo. Internamente no quieres lastimar a nadie. Yo lo sé. —Ella tocó mi otra mejilla y dejó un tierno beso cerca de mi oído—. Me amaste, Leonard. Me amaste mucho. Por eso no quiero una venganza. Solo quiero que me recuerdes.
Nunca podría olvidarla, aunque me forzara a hacerlo. Clarice se metió bajo mi piel de una forma que nadie ajena a su hermana logró. Me sentía entre la espada y la pared. En un extremo estaba la espada de Ellie erguida en mi dirección. Y en el otro lado se encontraba la pared de Clarice. Si me acercaba a la pared, la espada me mataría, y si bajaba la espada, la pared me aplastaría. Me encontraba en una maldita encrucijada.
—Déjalos ir —susurró amorosa.
—Ok —afirmé, seguido de una amplia sonrisa—. Por ti.
Ellie chasqueó los dedos y recuperó mi atención.
—Ella no te amó como yo lo hice. Clarice se metió en nuestro camino, mi amor. Ella te usó como a un juguete. —Ellie me giró en su dirección, con las manos en mis brazos—. Me amaste a mí primero, sufriste por mí, mataste por mí. ¿Recuerdas que estuviste en la cárcel por culpa de Andrea? ¿Recuerdas que ella me mató? ¿Recuerdas que están escapando y tú irás a la cárcel sin vengarme? ¿Recuerdas todo eso, amor?
Ellie me llenaba de ira. Ellie era la parte mala de mí ser, la vengativa, la sedienta de poder. Ella era el lobo malo, el que buscaba desgarrar las gargantas de sus enemigos. En esos ojos de princesa de los que alguna vez me enamoré, se escondía el demonio que tiñó su alma de negro y la convirtió en esa bestia salvaje que acabaría con todos sin siquiera pestañear. Ellie arrastró lo que Clarice logró y me llenó de odio hacia ellos.
—Lo recuerdo —afirmé después de unos segundos.
—¿Dejarás que ganen? ¿Acaso ya no me amas?
—Te amo —susurré con la fija mirada en sus ojos—. Las amo a ambas.
Ellie deslizó su mano hasta mi cuello.
—Si en verdad me amas, debes hacer algo por mí.
—Lo que sea —repliqué de inmediato.
Acercó sus labios a mi oído y susurró:
—Mátalos.
¿En quién confiaba? ¿Qué era lo mejor? Pedí una señal, un indicio de lo que sería mi destino o el plan de los dioses. Quería creer que así no podíamos terminar. Todo buen final requiere sangre, sacrificios, lágrimas, súplicas y un villano que acabe con toda esperanza de un final feliz. Si mi propósito en esa vida era destruir la de alguien más, tal como personas malintencionadas lo hicieron con la mía, que así fuera.
El teléfono que Maximiliano me entregó para comunicarme con él vibró en el bolsillo trasero de mi pantalón. Él me ayudó a conseguirlos, a obtener un poco de recompensa con la paliza que le propicié a Samantha. Sin embargo, el propósito de Maximiliano siempre fue matar él mismo a Ezra, después de jugar un rato con él. Max quería que todos estuviésemos en un mismo lugar para el final de su plan.
El problema en ese momento radicaba en la fragmentación de su plan y el fracaso propiciado. No le gustaría nada cuando le comentara que las personas que él me pidió que estuviesen en ese lugar, escaparon como alces tras un tiro fallido del cazador. Con el teléfono en mi mano, elevé la mirada a Ellie y formulé una pregunta.
—¿Qué le digo?
—Que los tienes. —Mentir. Esa era la solución de Ellie ante un problema tan grande como ese maldito escape—. Le dirás que estás aquí, contigo, que los tienes, así no correrás peligro. Luego vas a ir por ellos y acabarás el trabajo. Maximiliano confió en ti para el trabajo. Yo siempre estaré a tu lado, y confío ciegamente en ti.
Confiando en lo que Ellie planeó, coloqué el teléfono en mi oreja.
—Tengo la mercancía —respondí al contestar.
—¿Fuiste tú? —preguntó de inmediato.
—¿De qué hablas?
—¿Fuiste tú quien mató a mi hijo? —inquirió sin temor.
No esperaba que Maximiliano me culpara por la muerte de su hijo. Tardé más de lo habitual en contestar su pregunta, así que él entendió el mensaje.
—Sé que fuiste tú —aseveró demandante—. Tu silencio lo dice todo.
—Ojo por ojo —articulé lentamente.
Creí que Maximiliano sería más listo y acabaría conmigo. Internamente pensé que él tendría un plan oscuro escondido, pero no era así. Lo que Maximiliano respondió ante mis preguntas, lo dejó claro. Dejaré que todo caiga por su propio peso, fueron sus palabras, textuales, claves escondidas detrás de su frases poco elaboradas. No sentí temor de las represalias o lo que él haría para acabarme. Lo que sí me sorprendió en demasía fue la manera en la que todo terminó y su última petición.
—Solo te pediré una última cosa —emitió poco después, entre unos sollozos leves que exhalaba cuando hablaba—. Mátalos. Mátalos a todos antes de que yo te mate a ti.
—¿Incluida Andrea? —pregunté confundido por el cambio de planes.
—Haz lo que quieras, mientras tengas tiempo.
Esas fueron sus últimas palabras antes de colgar; palabras que cumplí a plenitud.

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
Join the conversation now
Logo
Center