Adueñarse de una obra y presentarla como si fuera nuestra, es un acto que las personas cometen desde hace tiempo, especialmente si hablamos de literatura, pues robar una historia tal vez sea lo más fácil que podemos hacer, tras escucharla por boca de otro, verla en la gran pantalla o leerla en algún libro; pero tarde o temprano la verdad se descubre y devienen problemas legales o, al menos, la pérdida del respeto y el prestigio al que todos aspiramos en mayor o menor medida.
No obstante, que una persona cometiera plagio en la antigua roma significaba, además de plagiar una obra, "robar un esclavo de otro" o "comprar a un hombre libre sabiendo que lo era y retenerlo en servidumbre". Por esta razón, al indagar en el origen de la palabra de esta semana, encontramos que plagio proviene del latín plagium “apropiación de esclavos ajenos”, y este a su vez del griego plágio “trapacero, engañoso”, palabra curiosamente derivada de plázõ “yo golpeo, descarrío”.
De plagium derivan plagiare y plagiãrius, palabras que nombran el acto (plagiar) y al individuo que lo comete (plagiario). Si consultamos el “Diccionario de la lengua española”, vemos que plagio no es más que la “acción y el efecto de plagiar”, sin embargo, plagiar es lo mencionado anteriormente en relación con los esclavos y el robo de una obra, pero también “apoderarse de una persona para obtener rescate por su libertad”; en otras palabras, un plagiario es un secuestrador. Quién lo diría.
El plagio es, ha sido y seguirá siendo un delito que debe ser penalizado. Hay casos en los que es fácil descubrir si una persona ha cometido plagio y hay otros en los que es difícil, casi imposible, distinguir dónde termina el uso legítimo y dónde empieza la apropiación injustificable.
Cuando hablamos de uso legítimo, nos referimos a que podemos usar material ajeno para enriquecer nuestro trabajo, como hacen muchos ensayistas, siempre y cuando se cite las fuentes y no se pretenda hacer pasar esa información como nuestra. De lo contrario, estaríamos actuando como ladrones que literalmente han copiado y pegado lo que han leído, en el caso de la escritura, para luego decir que el trabajo realizado es producto de nuestro esfuerzo.
Por supuesto, todos podemos inspirarnos en las ideas de otros para crear nuestras obras, pero es fundamental respetar la propiedad intelectual. De allí que muchos autores aseguren que la originalidad no existe, y los grandes artistas recomienden a quienes están empezando, que lo mejor es sumergirse en una amplia gama de fuentes: leer, ver, escuchar e investigar con avidez para enriquecer nuestra perspectiva y nutrir nuestras creaciones. Sin olvidar, claro está, nuestra integridad, ni dejar de honrar esas obras que nos han servido de inspiración.
Referencias:
• Real Academia Española. (1992). Diccionario de la lengua española (21a ed.).
• BIBLOGRAF, S. A. (1972). Diccionario Ilustrado SPES, Latino-Español / Español-Latino (9na ed.).
• Corominas, J. (3ra.). (1987). Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Gredos, S. A.
• Wells et. al (1964). Gran Enciclopedia del Mundo. DURVAN, S. A. de Ediciones.
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Publicaciones anteriores:
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