FÁTUM

Era una noche como cualquier otra, fría, lóbrega,solitaria…


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Fuente

Después de recorrer varias calles, la luz tenue de un viejo farol hizo aparecer ante mis ojos una pequeña banca caoba; me tumbé sobre ella mientras el débil destello del farol vibraba sobre nosotros.

Absorto ante la infinita lobreguez que me rodeaba, no pude advertir su presencia hasta ver la baraja de cartas frente a mis ojos...

—Elige una, la que quieras.

Levanté mi rostro, entreabrí mis ojos e intenté agudizar mi vista para distinguir los rasgos del personaje que me extendía aquella baraja; pero no tuve éxito, entre la bruma apenas pude distinguir una galera, una galera de mago, que le hacía sombra a la mitad del rostro y con dificultad solo dejaba ver el brillo que se reflejaba en sus ojos. Cualquier hombre habría temido, o al menos desconfiado al encontrarse con un extraño a mitad de la noche; pero no recuerdo haberme turbado en ese momento, no hallé nada extraordinario en aquel encuentro, el brillo en sus ojos me resultó familiar, su sonrisa era como la de cualquier otro mago, simpática, seductora, misteriosa…

Seleccioné la carta y acto seguido me mostró la baraja indicándome que perdiera mi carta entre las demás, eso hice y él las mezcló.

—Recuerda todos sus detalles, su color, su figura, su aroma— me dijo.

Mientras la recordaba, la carta apareció entre mis manos como por arte de magia.

—De todas las cartas, no pudiste elegir una mejor— afirmó viéndola con una sonrisa en el rostro.

Tomó la carta y nuevamente la perdió entre la baraja.

El entorno cambió súbitamente, la bruma se transformó en una niebla espesa, y la oscuridad engulló las pocas estrellas que se divisaban en el cielo, se tragó la noche que nos rodeaba hasta que sólo quedamos el mago y yo bajo la ligera vibración de la luz del farol. Mi acompañante parecía no notar la metamorfosis del ambiente.

—Llámala por su nombre.

Solo en ese momento mi cuerpo comenzó a sobresaltarse: taquicardia, hiperpnea, hormigueo, pupilas dilatadas, todos mis sentidos se agudizaron; de un momento a otro me invadió la incertidumbre… no sabía quién era ese hombre, ¿era un mago real?, ¿qué quería de mí?, ¿qué quería mostrarme?, ¿y por qué no me había preguntado todo esto antes?. Nuevamente levanté mi rostro, y esta vez, quizás por la midriasis, pude cruzar mi mirada con la suya y distinguí claramente sus ojos, pero en lugar de pupilas solo pude ver un As de corazones. En ese preciso instante llamé a mi carta y él levantó la primera carta de la baraja, pero no era mi carta. Hizo un ademán con su mano y yo elevé mi mirada hacia él otra vez, fijó su mirada en mí y me dijo.

—A veces las cartas ignoran nuestro llamado, nos dejan anhelando su presencia; les gusta que las llamen varias veces por su nombre, vuelve a intentarlo.

Lo hice, y con un parpadeo de sus ojos, los ases cambiaron al símbolo de mi carta, una reina de corazones.

¿Es real lo que estoy viviendo?

—¿Cómo lo…?—intenté preguntarle, atónito.

No pude terminar mi pregunta, pues cual experiencia onírica, el mago desapareció sin dejar rastro. Repentinamente volvieron las estrellas, la noche y la bruma; volví a estar solo, solo con la luz tenue del farol.

* * * * * *

Vivir en una fantasía es lo que más anhelo. La ilusión de un truco supera por mucho a la realidad en la que vivo. Pero no es posible evadirla, ¿cierto?, los trucos solo funcionan con las cartas. Aunque intentes sumergirte en lo más profundo de tu psique, y creas haberte escondido en lo más profundo del laberinto, parece que todos los meandros desembocan en ella.

¿Acaso no es posible escapar de ese Minotauro?

La locura y la muerte, son los únicos Teseos que conozco. Si, ambas ejecutan al Toro de Minos, pero con la primera se extravía el ovillo de Ariadna y no es posible escapar del laberinto, no hay libertad en la psicosis, solo espejismos; mientras que la muerte… con el último suspiro se envenena la realidad y se destruye el laberinto.

* * * * * *

En mis manos, la llave de acero con el poder de las Parcas. Finalmente tendré la libertad que tanto he deseado, dejará de ser quimérica y será mi nueva realidad sin perder la condición de ensueño, una fantasía sin fin.

Siento frío

Cerré mis ojos, y al abrirlos miré mis manos, la libertad fluía de ellas. La emoción hacía las estrellas más incandescentes, o eso me pareció ver. Alguien se tropezó con mi presencia, me miró y continuó su camino.

Soledad

Alguien más apareció, era ella, la conocía más de lo que creí conocerla. Su rostro distorsionado se acercaba a mí con calma, su piel se sentía como pétalos, su roce me obsequiaba calor.

Escuché gritos, sonidos lejanos y ahogados, como si provinieran de debajo del agua. Sentía ese calor, abrazándome. Quería besar su rostro, pero lo perdía de vista, algo me lo impedía.

Silencio

…¿Luces?... Como un destello mi entorno cambió por completo, estaba en mi jardín, mi escondite idílico.
Allí estaba ella.

Recordé los ojos del mago con la reina de corazones en lugar de pupilas.

La abracé.

Seguía escuchando los gritos agonizantes, ya no quería escucharlos. Ella me tendió su mano, la tomé, y nos sentamos bajo un gran Álamo. No había notado que ya no era de noche, estábamos a minutos del ocaso; la miré y vi cómo su rostro se iluminaba con el dorado de los últimos rayos del sol.

Un “no” desgarrador resonó en mi cabeza, e inmediatamente fijé mi mirada en sus ojos.

-De todas las cartas no pudiste haber elegido una mejor- dijo, con la mirada puesta sobre la mía.

Por primera vez, en todo este tiempo, escuché su voz, y me hizo recordar la dulce melodía que una vez compuse en el piano, Libertad.

Sentí un cosquilleo en el pecho.

-Ya se hace tarde- me dijo.

-Estoy bien aquí, hace mucho tiempo no me sentía tan a gusto-le dije, casi suplicando- No me quiero ir.

-También tengo la sensación de no querer que te vayas- dijo, con una mirada casi nostálgica.

Cerré mis ojos por un momento y apareció ante mi un gran tropel, las personas se movían desesperadamente corriendo en todas las direcciones, y aún así, en medio de esa masa abigarrada, pude distinguirla a ella; mis ojos se conectaron con los suyos como imanes. Pude ver sus ojos directamente, pero en ellos ya no estaba la reina de corazones, tampoco habían pupilas, solo un océano desmedido.

Abrí los ojos y me di cuenta de que seguía bajo la sombra del Álamo, seguía sosteniendo su mano.

–Un día escribiste algo para mí, – mencionó, mientras posaba su cabeza en mi hombro – aún lo conservo. Fue un lindo detalle que sellaras el sobre con la forma de mis ojos.

¿Soy un mago engañado por un truco de magia?, ¿un ilusionista ilusionado?

En mi cabeza hubo un silencio mucho más desgarrador que cualquiera de los gritos que había escuchado momentos antes. Cerré los ojos intentando volver a la visión anterior, pero no había más que oscuridad; solo pude escuchar una voz etérea y distante que se me hizo muy familiar.

–¿Por qué cierras tus ojos? –me dijo– ¿Acaso buscas una realidad distinta a ésta? Mira, esta es en nuestra realidad.

–Llegué pensando en una…

–Fantasía –me interrumpió–, y eso se puede expresar de muchas formas, como obsequiar algo especial a la chica que quieres…Oh, mira –sacó algo de su bolsillo– todavía conservo esto.

Vi como sacó un obsequio para mí.

“¡Vuelve!”

Sentí un pulso en el pecho, el viento comenzó a soplar. El sol se ponía entre las montañas, su cabeza seguía descansando plácidamente sobre mi hombro.

Qué bella libertad, por fin era libre de pensar sin límites, de decirle lo que siempre quise decirle.

–Aprendí un truco de magia, lo he practicado mucho – dijo – Extiende tu mano.

Hice lo que me pidió.

-Observa bien cómo lo hago.

De su rostro comenzaron a brotar pequeños destellos de luz azul que se expandieron hasta que un aura azul claro brillante la envolvió por completo formando una especie de nebulosa planetaria, en cuyo centro aún podía verse el remanente brillante de su ser. Ese pequeño cúmulo empezó a agruparse en la palma de mi mano extendida, hasta convertirse en una carta, precisamente la carta que elegí del mazo de aquel mago: la reina de corazones.

El viento sopló delicadamente y sentí su aliento susurrándome…

–Ahora puedes llevarme a donde quieras.
–No es necesario porque siempre te…

No pude terminar de responderle, el viento sopló con demasiada fuerza, tomé la carta en mi mano y la sujeté contra mi pecho para no perderla.

–¿Qué está pasando? – pregunté.

Mis ojos se cerraron nuevamente y allí estaba ella, ya no era una carta, ni un cúmulo de luz, era una chica otra vez. Miré mi mano y aún sostenía la carta.

Sus ojos alumbraban un océano de lágrimas. Me abrazó tan fuerte que podía escuchar los latidos acelerados de su corazón.

Me miró, la miré, y le entregué la carta que se disolvió entre sus manos.

Me miró, la miré, y mi carta ahora estaba en sus ojos, tal como ocurrió con el mago.

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