La mañana me sorprendió.
Desperté lentamente y unos rayitos de sol se colaron por la ventana, justo sobre mis ojos.
Contemplé el contraste de la luz y el rosa de las paredes.
Deseaba seguir deslizando mis piernas por la textura lisa de la sábana,
pero el viernes me llamaba enérgicamente.
Abandoné el calor de mi habitación, me congelé en la regadera,
desayuné unas amarillas yemas.
Sonó el crujiente pan tostado,
la espuma de mi tasa mojó mis labios.
Estaba mi bolso preparado.
Mi hermana con cabello radiante y boca carmín salió conmigo esa mañana.
En el camino me comenzó a invadir una sensación extraña,
no dije nada, nada, nada.
Apresuradas nos subimos a una camioneta,
con vidrios oscuros y una fragancia de combustible exagerada.
El trayecto fue largo. Se escuchaba un reproductor de sonido y me puse a cantar. De pronto comencé a sentir un calor en mi cuerpo. Sin dudar, asomé mi cara por la ventana, la brisa batía mi cabello a todas direcciones. Un zumbido se apoderó de mis oídos y un ejército de hormigas parecían recorrer mis brazos. Sentí escalofríos.
Llevé mi largo cuello hacia atrás y dejé caer mi cabeza sobre el asiento.
Cerré los ojos y sentí un torbellino en mi estómago.
Un remolino gástrico estaba encendido en mi pancita.
Comencé a resistir la velocidad de su ataque.
Alcancé a decir:
-Hermana no me sientoo...- En un instante, me desvanecí.
La luz de mis ojos se volvió blanca,
mis párpados subían y bajaban
-En serio, me pesaban-
Los grillos pitaban en mi cabeza,
las hormigas bailaban joropo
como bajo efectos de cervezas.
Esa sensación corría por mi cuerpo.
Volví a abrir los ojos y no vi rayos de sol, ni contrastes rosas,
veía a una mujer rubia y a mi hermana
echándome aire con un cartón lleno de grasa de carro.
Los pasajeros de la camioneta decían muchas cosas que yo no entendía,
sentía los brazos congelados, me iba a los lados.
Escuché la voz de un superhéroe:
-¡Señores pasajeros, a una cuadra está un centro ambulatorio!, ¿Podemos hacer un pequeño desvío para llevarla?-
Con el sí de unas trece personas, los cauchos doblaron aquella esquina,
mis lagrimales eran el rompe olas de aquel furioso torbellino en mi estómago.
Aquel noble chofer, me cargó en sus brazos, me bajó del carro
-Hice todo lo posible para no vomitar, porque ese torbellino quería salir por mi boca-
Me colocó en una silla de ruedas y se marchó con sus pasajeros.
Seguidamente mi hermana tomó el control de la silla,
aceleró y la gente me miraba.
Ingresamos al centro ambulatorio;
Aquel lugar estaba repleto de personas con otras tormentas,
algunos tenían la fuerza de huracanes, ciclones y tsunamis.
Oto, el enfermero de emergencia me recibió,
me llevó a un cubículo.
Una cama fría, angosta y sin sábana esperaba por mí.
Sus palabras fueron:
-No hay muchas armas para combatir, pero si cooperas la tormenta se irá-
En medio de los retorcijones que me hacían ir de un lado al otro, pensaba:
¿Quiere decir que no hay medicinas?
¿Cuál combate chico? No soy miliciana, ni revolucionaria
¿Cómo se calmará este dolor?
¿Dónde estoy?
Entonces las hormigas invasoras, los grillos gritones y hasta el despiadado torbellino dijeron en coro: -¡En Venezuela mija, estás en Venezuela!-
Fuente: Archivo web
El enfermero sacó una inyectadora y un frasco sin etiqueta.
Me dijo: -Esto que tienes se llama estrés, ¿Por qué vives estresada? Venezuela es el país más feliz del mundo-
Estiró mi brazo delgado y temblé,
esta vez no por dolor, sino por terror.
Aquella aguja atravesó una de mis instalaciones venosas.
Ese torbellino gástrico daba sus últimas sacudidas.
Para mi fortuna se disipó y mis ojos vieron nuevamente el sol.
Suceptibles al estrés
Muchas madres y jóvenes trabajadoras vivimos el día a día resolviendo las necesidades cotidianas; buscamos alimentos, mecidicinas y sobre todo dinero. Por eso tenemos un trabajo "estable" y buscamos otros trabajos alternativos para cubrir lo que necesitan nuestras familias.
En los últimos cuatro años hemos vivido situaciones desafiantes, que incluso vulneran nuestros derechos; en las farmacias hay más del 80% de escasez de medicinas, necesitamos unos noventa salarios para comprar la canasta alimentaria, las unidades de transporte están paralizadas y no hay dinero en efectivo en nuestro país petrolero. Además, todo es exageradamente caro, luchamos con la dificultad cada día. Los hombres también.
Eso nos ha llevado a sumergirnos en un activismo sin pausa, sin considerar las demandas de nuestro cuerpo. Cuando llegan los viernes quisiéramos seguir enlazadas a la sábana para seguir descansando, pero no nos detenemos.
El estrés acumulado puede hacernos una mala jugada y manifestarse en distintas zonas de nuestro organismo -cuando menos lo esperas-. Por esta razón, estoy dedicando tiempo para ejercitarme y contrarrestar los niveles de tensión; voy al gimnasio para bailar zumba con otras amigas.
Sin duda, hay mañanas y viernes completamente radiantes para mí. Una sesión de baile de cuarenta y cinco minutos, dos o tres veces a la semana me aligera la vida, me renueva la salud y oxigena mi mente para resolver con organización y equilibrio las demandas de mi día a día.
Foto: Cámara Huawei Y320 @joselyd91
Más adelante les contaré los beneficios de hacer Zumba. No olviden buscar alternativas para estar sanos. ¡Nos encontramos pronto!