Cuando debo enfrentarme a algún cambio radical, me entra un dolor indecible, quiere decir que debo deshabituarme de algún patrón de confort; el pensador Ernesto Sábato me alerta que nada de lo fue vuelve a ser, y las costumbres, las larvas, las orugas, las personas y los niños no son lo que fueron un día; entonces enfrento el dolor y el miedo, e inicio el nuevo camino. La historia popular de la libélula me ayuda a completar la idea, bienvenidos…
En el fondo de una laguna vive un grupo de larvas que no comprenden porqué cuando alguna de sus compañeras sube a la superficie por el tronco de algún lirio, no regresa a donde se criaba y vivía cómodamente. Hicieron un acuerdo una vez reunidas; se prometieron que cuando alguna tuviera que subir a la superficie, regresaría para contar con todo detalle lo ocurrido y como se respiraba fuera del agua. ¡trato hecho, dijeron al unísono!
Horas después una de ellas sintió un llamado, un deseo irresistible de trepar por un grueso tallo e ir a la superficie del agua; inició a trepar lentamente, cuando estuve arriba en las bellas flores del lirio, sintió la necesidad de descansar del duro esfuerzo de la subida, cerrando los ojos, fue quedando dormida plácidamente, entrando en un calor cada vez más fuerte; sintió que se rompía parte de la piel; y en una sacudida brusca inició a volar.
Se vio reflejada en el agua, la luna iluminaba la noche, comprendió que se había trasformado en una hermosa libélula; se acordó de la promesa, y por más que intento no logró descender a las aguas, observaba a las larvas, sus antiguas hermanas; pensó que ellas no la podían ver. Inicio a volar pues su naturaleza había cambiado; ¡lamentando que no las vería otra vez!
En los “Cuentos para Crecer y Curar” de Michel Dufour, se advierte: -La muerte no es más que un cambio de misión, un cambio de presente-
*Nota: Está publicación pertenece al mismo autor del blog:
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