Y a lo lejos, la nada, a lo lejos, las olas que rompen en sucesión ininterrumpida, interrumpiendo el vasto plano donde no se divisa nada al fondo. En la orilla, apenas llegan réplicas, que al romper, mojan mis pies, con un suavidad fría que reconforta el alma después de este encierro dentro de otro encierro, dentro de otro encierro, que supone la cuarentena, el trimestre y el confinamiento.
Hay piedras que asemejan hígados, que espuman al choque de las olas, parece que hicieran osmosis del agua, alterando la pétrea razón de su existencia, desgajada, y sobre la hoy compacta y húmeda arena. He encontrado piedras negras, más pequeñas, con curiosas oquedades, me he traído una por su singularidad, la imagino proveniente de algún cráter de la cara oculta de la luna.
El sol acaricia todo mi cuerpo, me parece insólito que hace menos de dos semanas, necesitaba el respaldo de la ropa térmica, la calefacción y los días nublados y sin viso de mejora, se sucedían unos tras otro, pero se ha vuelto a obrar el milagro, la vida, y la sonrisa, por la arena, con ese horizonte, tan reconocible, de mis recuerdos más antiguos, hace ya más de cuarenta y cinco años, de la mano de mi padre, por la arena ardiente y el intenso e incomparable, olor a mar.