Imagen Original de @rahesi
Era día lunes y como todos los lunes nos correspondía hacer el acto cívico en honor a la bandera y al himno nacional. Sentía el eterno susto en el estómago. Por alguna extraña razón este acto me provocaba mucho nerviosismo. Cada día seleccionaban al azar algún niño que debía izar la bandera y luego de efectuados los honores debía ser arriada y pulcramente doblada. A las 7 en punto comenzaba la formación en orden de tamaño. Ese era otro tema.
Tenía nueve años pero parecía de once. Era la más alta de la clase y eso en lugar de enorgullecerme me hacía sentir fatal. Los amigos y conocidos de mamá siempre ponían sus caras de asombro ante mi tamaño y -creyendo ser muy halagadores- destacaban lo alta y espigada que lucía. Deseaba ardientemente ser más pequeña. ¿Cómo podría lograrlo? Buscaba adoptar algunas posturas que me permitieran parecer menos alta, como doblar una de las rodillas y apoyar mi peso en una sola pierna semi-flexioanda. Eso ayudaba un poco. También podía encorvar un poco los hombros y aunque no era una pose muy elegante lograba lucir un par de centímetros menos alta. Igual seguía siendo la última de la fila.
Se me había inculcado desde pequeña el respeto por los símbolos patrios y me lo tomaba muy a pecho. Sin importar el lugar, la hora ni el atuendo que estuviera utilizando (entiéndase con o sin atuendo), cuando escuchaba el himno nacional, me detenía en seco, adoptaba la posición de FIRME y permanecía así hasta el final. Así fue como ese lunes, una vez más adopté la posición de firme, lo cual arruinaba por completo mis estrategias para lucir menos alta. En honor al himno y la bandera, me paré sobre mis pies juntos, piernas rectas, hombros erguidos; cual palmera en la sabana. Abochornada. Como si esto no fuese suficiente sufrimiento, en medio del acto sentí un golpe seco, muy fuerte en mi cabeza y el sonido que hizo dentro de mí fue estruendoso. Por poco me desmayo. Lágrimas corrían por mis mejillas. Calientes, saladas pasaban por la comisura de mis labios. Me estremecí, evitando soltar un gemido de dolor. Permanecí firme, con el rostro bañado en lágrimas, bajo el suave sol mañanero. Nadie vio la piedra que voló desde la pared vecina. Era la última de la fila.
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