Bajo la luz mortecina
y un infinito silencio,
bajo el influjo perverso
cuyo conjuro ignoro,
bajo la noche tortuosa
donde se pierde el aliento
y algún presagio sucumbe.
Aquella imagen oscura
no es tentación,
ni olvido
pues la dulzura es ceniza
y la pasión osadía,
un laberinto el deseo
que subyuga y que libera;
esa emoción que nos coge,
ese grito que no llega,
un remolino que ciega
y estremece
y cuando, por fin,
se disipa la tormenta,
es otra vez el silencio,
el abismo
que separa nuestros cuerpos.
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