No fueron sabios nuestros padres cuando nos advirtieron que no jugáramos con fuego. Si tan solo hubiesen permitido que la flor roja nos rozara, un pequeño toquecito no más... de adultos recordaríamos el ardor en la piel y huiríamos sin pensarlo dos veces. ¡Pero no! Ellos decidieron que era prudente ahorrarnos la experiencia, y por eso, crecemos con el síndrome de polilla, atraídos involuntariamente a nuestra propia muerte. Y yo particularmente, no me salvo de este fenómeno. Porque el fuego no se presenta solo en forma de flor que arde, sino también de mujer que mata. Que mata con sus palabras, que mata con sus lunares. Que te quita la concentración sin nada de esfuerzo, que le brilla el cabello, la piel, la mente y el alma. Que te atraviesa el estomago con verdades que no quieres oír pero te alivia el dolor con el bálsamo de su cuello perfecto.
Por mujeres de fuego como ella, que se me deshagan las alas, se me quiebren las patas, se me apague el corazón, con tal me de calor en sus brazos, me incendie en su pecho, me deje besar sus moléculas y me consuma en su sexo.
@zzkely