Perderte a ti fue perder la parte más grande de mi alma. Es extraño pensar en cómo en algún momento fuiste indispensable para mi y ahora sólo eres un recuerdo borroso que acude a mi mente de vez en cuando. Me parece curioso cómo evolucionan los sentidos, cómo ya no te busco en todas partes y cómo ya no llegas cuando menos me lo espero. Ya no tengo palabras para describirte y no podría, ni queriendo, completar una oración que alguna vez haya salido de tu boca. No puedo imaginar tus reacciones y no recuerdo tus manías. Ya no identifico el tono de tu voz y no podria encontrar tus ojos en un mar de gente.
Fuiste la manera más dolorosa que tuvo la vida de enseñarme que las cosas deben tener fin así como deben tener principio, que el primero está escrito y lo último es casualidad, que no pasa nada porque sí, que a veces hay que bajar la cabeza y dejar que el mundo siga su curso natural, aunque en medio de la vuelta te quedes sin aire y se te olvide cómo respirar.
No podría ser la mitad de lo que soy sin ti, quisiste la vida entera crear en mí una fortaleza inquebrantable y aquí te hago saber que lo lograste. No fuiste la primera ni la última prueba, pero después de ti sé que nada puede derrumbarme. Me empujaste a reconstruirme sobre una base que tenía tu nombre en cada esquina, en un lugar en el que ya no te sentía a mi lado guiando todos mis pasos. Fui por primera vez consciente de mi individualidad y me enseñaste que a pesar de cada intento, mi destino siempre fue seguir un camino en el que tú no estarías.