Mi querido Python

Había una vez un joven llamado Fernando. Su cabello alborotado y sus ojos brillantes reflejaban su entusiasmo por la programación. Fernando había estado luchando con un curso de Python que parecía más intrincado que un laberinto de serpientes. Pero no se rindió. No, él era un luchador.


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El profesor, el temido Dr. Rodríguez, era conocido por su rigurosidad. Sus exámenes eran como rompecabezas criptográficos, y sus tareas de programación requerían una mente afilada y una paciencia de acero. Fernando pasaba noches en vela, desentrañando bucles, condicionales y funciones recursivas. A veces, incluso soñaba en código.

Un día, después de semanas de sudor y frustración, Fernando finalmente entendió cómo implementar un algoritmo de búsqueda binaria. Fue como si las piezas del rompecabezas se hubieran alineado en su mente. Corrió hacia su compañero de cuarto, Juan, y le gritó:

“¡Juan, lo hice! ¡Funciona! Mi búsqueda binaria está funcionando como un encanto. ¡Esto es increíble!”

Juan, que estaba ocupado con su propio proyecto de inteligencia artificial, sonrió y le dio una palmada en la espalda. “Felicidades, Fernando. Sabía que lo lograrías. Ahora, ve y muestra eso al Dr. Rodríguez.”

Y así lo hizo. Fernando se presentó en la oficina del profesor, nervioso pero lleno de determinación. El Dr. Rodríguez, con sus gafas de montura gruesa y su expresión imperturbable, examinó el código de Fernando. Luego, levantó una ceja.

“Interesante, Fernando. Parece que finalmente has dominado la recursión. Pero, ¿puedes explicarme cómo optimizarías esto para grandes conjuntos de datos?”

Fernando tragó saliva y explicó su enfoque. El Dr. Rodríguez asintió lentamente y luego sonrió. “Bien hecho, joven. Has demostrado comprensión y creatividad. Este curso no es solo sobre sintaxis; es sobre pensar como un programador.”

Fernando salió de la oficina flotando en una nube de alegría. Sabía que este logro no solo era una marca en su expediente académico, sino también un paso crucial en su carrera profesional. Se imaginó trabajando en una empresa de tecnología, resolviendo problemas reales con Python, y su corazón se llenó de emoción.

Esa noche, Fernando celebró con su grupo de estudio. Comieron pizza, rieron y compartieron historias de sus propias victorias en el mundo de la programación. Fernando levantó su vaso de refresco y brindó:

“Por Python, por la perseverancia y por los momentos en los que el código se convierte en poesía.”

Y así, Fernando continuó su viaje. El curso de Python fue solo el comienzo. Pero cada línea de código que escribía estaba tejida con la alegría de haber conquistado lo que parecía imposible. Y esa alegría, mi amigo, sería su guía en su carrera profesional.





Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.

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