Huevo podrido

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El estallido de la bombilla al golpe de una piedra invisible dejó el filamento incandescente parpadeando dos veces más y palideció unas milésimas de segundo antes de que Sonia soltase el interruptor de la habitación sobresaltada.
—¡Ay, joder! Venga, ¿algo más?—refunfuñó nerviosa, sintiéndose ridícula al instante por hablar sola.
Un repentino olor fétido, a huevo podrido, la llevó a preguntarse cuánto tiempo llevaba aquella habitación cerrada. Acababa de recibir la casa en herencia y era una aventura, en esos tiempos, sin conocer apenas al primo que se la había dejado. ¿Qué haría allí dentro?

La última luz del día aún se colaba por la ventana de enfrente, aunque supo que algo iba mal cuando un zumbido en su oído derecho la aturdió mientras una flojera general se apoderaba de ella. Un suspiro en la nuca la hizo mirar de reojo, nerviosa, y al sentir un bamboleo en su falda por detrás y algo que acariciaba su pantorrilla, empezó a hiperventilar.
Allí no había nadie más.

De manera instintiva, sus manos se ciñeron rápido a su tripa. Apretó los muslos con fuerza, cerrando cualquier atisbo de aire que dejase entrar lo que fuera que pudiese profanar su fruto. Pero, paralizada, sintió como una brisa incontrolable que venía de la nada levantaba su falda de nuevo y se colaba entre sus piernas atravesando su vientre con un dolor punzante e intenso...

El cristal de la ventana le devolvió su reflejo mientras caía al suelo encogida y la sangre escurría negra y espesa por sus medias.