Mi nombre es Marisa tengo 17 años y estoy perdidamente atraída por mi vecino de 28 años, él sabe que me gusta pero se hace el desentendió cuando estamos rodeados de gente. Yo sé que mi cuerpo le atrae lo he cachado con la mirada hundida entre mis tetas y mi culo, actuar como si yo no le gustase es una tarea que hace muy mal pero aun así no me dice nada, he intentado hablarle y él busca las maneras de evadirme, lo que no sabe es que yo soy más astuta que él y le dije a mi madre que le pidiera de favor unas clases para mí de inglés.
Supuestamente mi madre yo estoy reprobando pero no es así, se me dan las lenguas, sin embargo ella no sabía eso y le pidió a él que me diera unas clases, el dudoso de mi comportamiento acepto y después de unos días decidí seducirlo. Comencé siendo coqueta, juguetona y al ver que este no le hacía caso a mis encantos me enoje y le di un beso al descuido.
Su cara inmediatamente se puso roja y no supo que hacer, yo corrí a la cocina y él fue tras de mí. Me dijo —Marisa te pido de por favor que nunca más hagas eso. — yo reí y él se enojó.
Al darse la vuelta le grité.
— ¿Estarías dispuesto a divulgar aquello que oculte por tanto tiempo, serías capaz de atarme a tu cuerpo? como ese dulce río de pasión que está por desbordarse ante tu inevitable sonrisa. Por una sola noche contigo soy capaz de robar hasta el dulce aroma de tu sed de tormento. Abel se mío por una noche, apaga la llama que arde de este cuerpo... ¡No Abel! No me juzgues, no quiero que mi lujuria te espante, quiero que está te llamé y te seduzca como el dulce sabor de la fruta que está completamente a tu alcance.
Sonrojado me miro y no hizo más que poner cara de espanto. Yo seguí hablando, nada iba a evitar que yo dijera todo lo que tenía que decir y continúe con mis reclamos.
— ¿Y si te digo que si a todo lo que me pidas, si te digo que si a todo con lo que una vez fantaseaste? Porque no dejas de lado la distancia de estos cuerpos y me seduces con tu hombría, me mojas con tu pasión y abres mis sentidos al placer. Abel… pídeme que te bese, pídeme que lama tu alma hasta que no te quede más remedio que rendirte en mí feminidad. Juguemos un juego ¿te atreves? yo me olvido que tienes húmeda mi entrepierna y tú intentas conquistar lo que ya es tuyo.
Abel desquiciado ante mi desinhibida sensualidad y lujuria arremetió con sus labios mi boca que ya estaba ansiosa de otro beso. Quito con salvajismo la ropa que traía y dejo al descubierto aquel cuerpo lleno de pecado que se disfrazaba con la piel de un ángel.
Mis pezones estabas duros desde un principio pero al ver su inequívoca conducta derrame sobre él los fluidos de mí ser. Unos besos y unas mordidas desataron mi locura, tome su cabeza y la lleve hasta mi ombligo hice que comiera de el y luego lleve su rostro a mi coño, deje que lo saboreara, que mordisqueara mis labios ya hinchados y que hundiera su lengua en mí clítoris, cada va y ven hacia que mi espalda se arqueara, mis latidos aumentaban y el frenesí era infinito.
Quería más placer del que él ya me estaba dando y para ser una amante más complaciente decidí chupar su pene brilloso de tanta lujuria. Sin ninguna objeción el acepto mis cariños, su sable perforó la intimidad de mi garganta, arqueaba con cada embestida pero no me permitía rendirme, estaba decidida a que probar de su ser. No importaron las lágrimas y mucho menos la fuerza con la que tomo mi pelo, eso era lo que yo quería que me tratara como la perra que sabía que era.
Cuando presentí que estaba por terminar pare, lo deje calmarse unos momentos y luego me subí encima de él, su puñal entró completamente dentro de mí no hubo objeción alguna, mi coño ya añoraba la llenura que su pene me daba. Moví mis caderas con demencia él indiscutiblemente alucinaba de deseo, sus gemidos iban al compás con los míos.
—uffs... Lo haces bien rico. — Fue el único murmullo que alcance a escuchar entre tantos gemidos. Que delicia que después de tanto ruego mi muñeco soñado cayera en mis manos, el regocijo era infinito y mi vagina alegre sonreía de felicidad.
Ojos blancos y respiración descontrolada anunciaban mi venida. Él en su habida experiencia sabía que estaba a punto de acabar, aceleró el ritmo y con más saña empujo mi cuerpo hacia el —toma lo que querías— palabras claves que me hizo terminar.
Abel al culminar me dio mi beso de buenas noches y se fue a su casa para dejarme dormir tranquila.