Toda mi vida estuve subiendo y bajando de autobuses públicos, en mi casa no había carro, y el transporte público era la única opción que teníamos para movilizarnos, aunque de vez en cuando usamos taxis, o algún amigo o familiar nos daban la cola (o darnos un aventón) hasta donde nos dirigíamos. Cuando comencé a trabajar de lo que había estudiado como técnico, algunos compañeros tenían autos, y siempre me preguntaban:
¿Oye Reinaldo ¿Cuándo te vas a comprar tu carro? Es como tener un hijo me decían.
Luego de unos meses, cuando ya estaba bien establecido en la empresa donde trabajaba, pensé que ya era momento de reunir y tener mi propio carro. Tenía un amigo que trabajaba en un concesionario, y siempre lo molestaba preguntando cuales eran las opciones más económicas que manejaban ellos. En base a eso iba reuniendo poco a poco de mis quincenas. Cuando por fin tuve el dinero para comprar el auto, llame a mi amigo y le dije:
Ya tengo el dinero para comprar el auto, voy para allá para que me ayudes a decidir por uno bueno.
No le había comentado nada a mi familia, quería que fuera una sorpresa para ellos.
Después de todo el trámite para la compra del vehículo, llego el día de sacarlo de la agencia y rodarlo hasta la casa.
Yo nunca había tenido un carro, pero si tuve varios intentos de aprender a manejar, todos por pocos minutos, por lo que me sentía inseguro y nervioso de manejar. Pero la emoción de saber que era mi auto y que sería el primero en conducirlo hasta mi hogar, me llenaba de ánimos y ganas de seguir adelante con mi plan.
Cuando iba camino al concesionario me di cuenta de la realidad, iba a tener en mis manos el volante de mi primer auto, y la inseguridad volvió a relucir. Mientras más me acercaba, más miedo comenzaba a tener, recuerdo que pensaba en tener miedo de chocar, de dañar el carro y cuantas cosas negativa se me venían a la mente.
Pero también mi parte optimista me decía, tranquilo, todo saldrá bien. Recuerda: en primera es cuando el carro sale de reposo, meter el croché para cambiar la velocidad, no la cagues, recuerda meter el croché para cuando quieras cambiar la velocidad, y muy, pero muy importante es que el carro te indica cuando cambiar la velocidad, trata de no ir muy rápido, agarra siempre el camino lento, no te acerques mucho a los autos.
Estaba preparado y nervioso a la vez. Ya lo has hecho antes, además has jugado bastante juegos de carros, solo que ahora es real, no debe ser un problema. Recuerdo haber pensado eso.
Mi amigo, me vio bastante emocionado, sin embargo yo no hacía nada, no me acercaba al carro, ni buscaba maneras de montarme, hasta que salió de su boca la pregunta;
¿Sabes manejar verdad?
Le respondí: Sí, obviamente, quien se compra un carro sin saber manejar, le dije con una falsa tranquilidad, y una risa fingida que ayudaba a ocultar mi nerviosismo. Le pedí que por favor lo manejara un poco hasta la salida del estacionamiento. Y llegó el momento de sentarme frente a ese volante y manejar mi propio auto. Lo arranque y acelere esperando que el auto comenzara a moverse, pero solo estaba ahí estático. No se mueve, decía riéndome. A lo que mi amigo entre risas me dice: debes quitar el freno de mano. Y de esa manera el auto comenzó a rodar, sentía la emoción, estaba con la adrenalina a mil.
Había recorrido como 80 metros y se apagó.
Comencé a decirme: freno de mano, croché y acelerador, no hay porque tener miedo, poco a poco iras aprendiendo y llegaras a casa tranquilo. Pero otra parte de mí me decía: ¿Por qué compraste un auto sin saber manejar siquiera?, estabas tan seguro en los buses públicos, tranquilo, sin complicaciones de tener que saber del croché y la aceleración. Porque no pagaste clases de manejo antes.
Pero ya estaba dentro del carro y no podía hacer más nada que manejarlo hasta mi casa. En el camino, se me apago unas 7 veces más, pero antes de llegar a casa, decidí pasar por un centro comercial que quedaba cerca. Del estacionamiento mejor no hablemos de esa parte. Fue traumático, pero había bastante espacio para hacerlo. Sin saber que venía algo más incómodo todavía.
Ya de nuevo en el camino a casa, veía a los conductores como me veían, un muchacho joven, por el carril lento, cara de querer llorar, con un carro nuevo a 45 km/hr. Me daba pena y a la ves risa. Solo pensaba lo siguiente para tranquilizarme, solo fíjate en el camino, trata de no acercarte mucho al que va a delante y sobre todo pendiente de las benditas motos en cada cruce.
En ese camino se me apago otras cuatro veces más, los semáforos querían hacerme la vida imposible. Pero por fin puede llegar a mi casa. Estaba contento. Pero aún me falta algo. Meter el carro en el estacionamiento.
Me baje del carro y sentía las piernas tensas. Abrí el portón del estacionamiento lo más que pude, regrese al auto y me dispuse a entrar, pero no sabía cómo hacerlo, comencé a sudar. Pase más de 20 minutos intentando meter el auto en el estacionamiento, pero no le agarraba la manera de hacerlo.
Poco a poco los vecinos comenzaron a asomarse, y veían el gran espectáculo que estaba haciendo. Estaba nervioso, sudando, y aparte ahora me estaban viendo. Entre el público estaba la vecina que me volvía loco, una chica bien simpática con un cuerpo increíble me veía en mis maniobras mientras mordía su labio. No podía fallarle esta vez.
Conseguí la posición perfecta pensaba, quite el freno de mano y comencé a avanzar un poco, todo me estaba saliendo bien y hasta imagine que iba a lograrlo, cuando de pronto escucho como el lado derecho pego en el portón y le di el primer coñazo al carro. Vi como los vecinos estaban decepcionados con el espectáculo. Mientras tanto yo estaba peleando conmigo mismo, Coño Reinaldo, tanto esfuerzo para traerlo y viniste a cagar el carro en la propia puerta de tu casa frente a toda la cuadra. Que arrecho eres. Nojoda.
En ese momento se acerca una señora, de esas que son un ángel mandadas por Dios y me dice: No te avergüences, todos en algún momento pasamos por este tipo de cosas. Me explico cómo dar el giro y como posicionar el auto. Siguiendo sus instrucciones y escuchando sus avisos pude meter el auto en el estacionamiento. Después de casi un millón de intentos, deshidratado de tanto sudar, la vergüenza con los vecinos y el rayón en el carro, me baje y le di las gracias. Hasta hoy siento mucho agradecimiento con ella, y cada vez que la veo en la calle le doy un aventón, recordándole que siempre que necesite de mi auto no dude en llamarme.
Al día siguiente, y por muchos días más volví a sufrir con la misma escena. Claro, cada vez más tranquilo y seguro de lo que hacía. De vez en cuando las manos sudadas y las piernas temblaban de nuevo.