Entre este desfile de personajes simbólicos de viejos tiempos y escarbando las raíces de nuestro pueblo nos encontramos a la figura de don Matías Rodríguez. Cuando entre tantos escogimos su nombre es porque fue un hombre de arraigada estima en Villa de Cura (Estado Aragua, Venezuela)y de su memoria como pueblo, hoy profundamente olvidado, el cual por sus innumerables virtudes humanas se sembró en el afecto colectivo. Fueron aquellos ciudadanos de distinta costumbre de muchos de ahora, eran los que veíamos en su diario trajinar en el lomo del tiempo, sin retroceder ni desviar una pizca su camino. Antes de clarear el día ya andaban en la calle. Llegar bien temprano y puntualmente a su puesto de trabajo era su norma de conducta. En ellos latía la conciencia de que eran legítimos servidores públicos y se debían a su gente. Corrían entonces las décadas de los años cincuenta y sesenta.
Recuerdo el entusiasmo con que en estos días se lo refería haciendo una especie de remembranza con mi vecino y amigo Pedro Botello, a quien detuvimos un día de estos en la calle para preguntarle sobre el personaje. Hablamos que antes en nuestra Villa de Cura, había infinidad de personas serias con aptitudes dignas de ser valoradas por su honradez y verticalidad reconocida.
Puede decirse con justicia y sin temor a equivocarse que don Matías Rodríguez, cuyas cenizas están enterradas hace años en el cementerio municipal de la calle Comercio, en el desempeñar de su diario trabajo y en su actitud ciudadana ante la vida, fue un hombre suficientemente formal, responsable, decente, callado y muy cuidadoso al vestir, cualidades que le distinguían y que no se estudiaban ni se compraban en la botica de la esquina. Así tuvimos la virtud de conocerle en nuestra juvetud.
Matías Rodríguez Sumoza (suprimiendo el primer nombre que era Ángel) nació en la parroquia Las Mercedes jurisdicción del entonces llamado Distrito Zamora del estado Aragua el 2 de marzo de 1930. En sus pasos infantiles cursó hasta sexto grado en las vetustas aulas de la escuela Arístides Rojas de Villa de Cura con notables maestros como don Víctor Ángel Hernández, quien más tarde va a ser también su maestro musical; la verdad que hasta allí no llegó su fase de formación educativa ya que pudo estudiar y graduarse de contabilista en la ciudad de Caracas. Después de llegar a ser un hombre hecho y derecho fue que avanzó en una sola dirección, siendo el añadido de más de tres décadas de servicios prestados a la administración pública.
Se caracterizaba por su manera de manejarse eficientemente como escribiente, poseedor de una clara y cursiva caligrafía. Fue rotando prácticamente por todas dependencias de servicio y luego le tocó asumir el cargo de jefe de la oficina de Identificación y Extranjería en la ciudad de San Juan de los Morros. Fueron más de tres décadas en esto, cuyo cometido llevó a cabo durante ese ir y venir cotidianamente desde Villa de Cura, el terrón que lo vio nacer, crecer y fue toda la vida su residencia habitual. En San Juan de los Morros se le quería y aun se sigue recordando su sonoro nombre.
Don Matías, además de su sencillez fue un caballero muy cuidadoso al vestir y en el trato personal, por eso se ganó la consideración y el respeto de sus superiores y también de sus conciudadanos, muy conocido tanto en La Villa como en la capital del estado Guárico allí estaba siempre el hombre viviendo sus vicisitudes.
Desde la oficina de Identificación le sirvió a mucha gente que acudía en busca de su ayuda para los trámites en esa dependencia, sirviendo con probidad, esmero y sencillez a la comunidad. Eran aquellos tiempos en que te respondían los “buenos días” y se decía “con su permiso”. Nunca se escuchaba en ninguna oficina de servicio público esa chocante fresita común hoy día de “cuanto hay pa`eso”.
Cuando era joven su gusto vocacional por la música fue también como un complemento en su existencia, se nutrió de la experiencia y conocimientos del violinista y director de orquesta don Víctor Ángel Hernández, de este señor se instruyó hasta formarse como trompetista. Aprendió a ejecutar el saxofón bajo la batuta del profesor Germán Cordero Padrón en la escuela de música “Rafael Hernández León” fundada en la época en de Villa de Cura; como es sabido hay que tener vocación para aprender este arte y Matías la tenía de sobra. Cuando eso la ciudad era apenas un pequeño ámbito pueblerino.
Desde cuando era un joven ya formado, en las horas de solaz descanso, muchas personas vecinas lo escuchaban ensayar su música por entre los solares de empalizadas y en los viejos corredores de las casas de la vecindad.
Don Matías Rodríguez provenía de una familia muy humilde. Lo trajo al mundo su madre Ramona María Sumoza Reina de Rodríguez y su padre fue Leonardo Rodríguez González. Resta decir que desde que era un párvulo supo de los cuidados y crianza de su abuela materna doña Josefa Antonia Reina de Sumoza, nacida y criada en la hermosa y pintoresca comunidad de Las Mercedes.
Matías tuvo tres hermanos varones: Ángel Alfonzo, Ángel Matías y el menor Jesús del Socorro, que fue comerciante, fotógrafo, coleccionista de objetos antiguos y cineasta, más conocido en toda La Villa como “chuìto”, todos ya fallecidos.
La música le viene a nuestro personaje por la herencia que pasa por una cantera de músicos de donde proviene el maestro Salvador Rodríguez, el cual como es sabido ejecutaba maravillosamente el arpa aragüeña y cautivó con el joropo tuyero los estados centrales de Miranda y Aragua.
Matías casó con la villacurana Petra Matilde Aranda Girón de Rodríguez, de cuya unión nacieron cuatro hijos, dos varones y dos hembras. Matías Enrique, es el mayor de los varones y es ingeniero petrolero graduado en EEUU, uno de los beneficiarios de las becas internacionales de la célebre fundación creada durante el mandato de Carlos Andrés Pérez denominada “Gran Mariscal de Ayacucho”. Desde hace 45 años está residenciado en los Estados Unidos. Le sigue Asdrúbal Armando y luego Enilda Yakelin, que es graduada de ingeniero agrónomo y doctora en educación, actualmente docente de la ETI en San Francisco de Asís; y por último Solange Rodríguez Aranda, de profesión abogado. Fue un dedicado y responsable padre que supo combinar su función de trabajo de viajes constantes a otra ciudad, con la obligación de formar y darle una imperecedera educación a sus hijos.
Los nietos reconocidos de Matías Rodríguez son dos, Jacqueline Sophia, de nacionalidad norteamericana, hija de Matías Enrique, y Alejandro, hijo de Asdrúbal Armando, médico actualmente viviendo en España cursando un posgrado en la Universidad de Salamanca.
Don Matías Rodríguez fue un hombre perseverante. Sus facultades corporales fueron disminuyendo con los años, un infarto fulminante acabó con su existencia. Dios decidió el final de sus luchas a la edad de 76 años cumplidos el 29 de enero de 2006 en Villa de Cura, la ciudad todavía discreta, con su plaza Miranda oliente a jugosas frutillas de cedro que estallaban en el piso, la ciudad que fue parte de sus batallar en la vida y el espacio que tanto quiso.
Reconocimiento: Al señor Pedro Botello que fue vena comunicante con la familia de Don Matías Rodríguez. El que suscribe la nota le da las gracias por su colaboración.
Fotos: Álbum familiar
Diagramación y publicación: Profesora María Teresa Fuenmayor (@sayury)
La Villa de San Luis, día de Reyes de 2019