¿Recuerdas cuando éramos niños, cuando sentados en un árbol podíamos imaginar lo imposible y viajar con nuestras mentes a lugares desconocidos? Éramos inocentes entonces, pero con más imaginación y creatividad.
No sé qué extraña fuerza se encarga con el tiempo de hacernos creer que no podemos, que somos incapaces, que tanta imaginación es solo de niños, que lo bueno está limitado para aquellos que son más poderosos, más rápidos, más fuertes. ¿Qué extraña fuerza nos hace creer que no debemos confiar el uno en el otro, que debemos competir a cualquier precio hasta arrancarnos la piel? Todo seria diferente si solo estuviéramos dispuestos a amar, si despertáramos ante la imperante necesidad de respetar la vida, la naturaleza, de despojarnos de todo ego, de no juzgar, de observar este inmenso universo, de experimentar y vivir. Podemos recuperar cuando queramos el increíble poder de la imaginación y toda la energía que de ella brota, ponernos a soñar una vez más, darnos cuenta, al fin y al cabo, de que todos somos pilotos de esta nave espacial llamada tierra. Estamos conectados, aun y cuando no lo percibamos. Juntos podemos lograr que esta nave no pierda su rumbo.
La felicidad está en nuestras manos, nuestras mentes, nuestros corazones, vivámosla momento a momento para que el día que queden atrás todas nuestras posesiones y descubramos el misterio de otras dimensiones, dejemos profundas huellas de amor para que otras vidas las sigan.