Abismo

Caminábamos en silencio. Paraísos, mares, castillos antiguos. Bosques, prados, ríos. Pasado, presente y futuro me iba mostrando. El viento nos empujaba sutilmente, jugueteaba con mis cabellos y se llevaba mis pesares con cada soplido. El cielo azul parecía cambiar de colores, y se veía más inmenso de lo que fuera antes.

Los pájaros giraban en torno nuestro y nos dedicaban hermosas melodías; los carros de la autopista no emitían sonido alguno; las personas que iban y venían no detenían su mirada en nosotros, y nosotros solo veíamos al frente, extrañamente conscientes del espectáculo que ocurría a nuestro alrededor. ¿Cómo sentir ansias por llegar a nuestro destino? Agradecí el largo tramo que teníamos que recorrer.


Comenzó a hablar y tuve la certeza de que su voz era el canto de mil ángeles. Su mano tocó la mía y cada trozo de felicidad pasada que encontré en mi vida se arremolinó en la entrada de mi pecho para quedarse bailando allí. Me inundaban sensaciones tan agradables, que dolía.

El mar de emociones se hizo a un lado cuando su voz dejó de ser amena. De pronto parecía arrastrar en ella rayos y centellas, gritos ahogados de sufrimiento, los ruidos más intensos y tormentosos inimaginables. Su tacto dejó de ser cálido y se convirtió en hielo punzante, en veneno que derretía mi piel una y otra vez, y me hundía en aguas profundas que quemaban.

«¿Eres el diablo?», le preguntó mi mente y como respuesta, él solo colocó su sonrisa más dulce y siguió hablando, guiándome firmemente por caminos de placeres y dolores. «¿Eres el diablo?», repetí la única pregunta que mi mente podía formular, una y una y otra vez.

Él solo seguía hablando y comprendí que estaba diciendo mi nombre. Lo repetía sin cesar, sonaba en su hermosa boca como rosas marchitas y desprendía un olor nauseabundo. El tormento continuaba y pensé que apenas estaba empezando. Quería alejarlo de mí, desprenderlo de mi mano y mi alma, dejarlo caer en la oscuridad pero la que caía era yo.

Él no tenía miedo de nada, me empujaba de la mano por caminos peligrosos, me mostraba los sucesos terribles del tiempo, y seguía haciéndome sufrir por mi propio nombre en sus labios. «¿Eres el diablo?», continuaba parloteando, sonriendo y viviendo. Porque dijo que debíamos vivir.

Antes de soltarme de la mano, le pregunté por última vez: «¿Eres el diablo?», en eso se volvió hacia mí, me miró con ojos de cielo y dijo: Recuérdame. Recuérdame.

Desperté sudando, la fiebre se había apoderado de mi cuerpo y mente.


Esta es mi participación en el freewrite número 108
Las imágenes pertenecen a Rachel Lynette French y Lønfeldt en unsplash.

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