A pesar del paraguas que me acompañaba, yo me estaba mojando debido a la fuerza con que estaba lloviendo, así que decidí guarecerme debajo del toldo de un restaurante que está a mitad de camino. Desde allí podía apreciar mejor la blanca cortina de agua que se extendía desde el cielo y lo solitarias que estaban las calles pese a lo temprano que aun era, solo transitaba alguno que otro vehículo por las inundadas calles.
Habiendo transcurrido largo rato ya comenzaba a sentirme un impaciente y friolento prisionero bajo aquel toldo, así que en vista de que había disminuido un poco la intensidad de la lluvia, decidí continuar mi camino. Además ya me había mojado un poco. Al decir verdad, me sentía un poco inquieto e incomodo caminando en aquellas calles tan solitarias cuyo único ruido era el del agua cayendo sobre los techos, el asfalto y el paraguas; y el del viento azotando los árboles.
A dos cuadras de mi casa, en una esquina medianamente iluminada, tuve la sensación de que alguien me esperaba, pero no había nadie al doblar aquella esquina, lo cual me inquietó aun más. Unos tres metros más adelante decidí cruzar la calle, para lo cual debía saltar un arroyo creado por la lluvia y que pasaba por la orilla de la acera. Entonces salté, pero mi zancada no fue lo suficientemente larga y caí en el pequeño río que sumergió mis pies hasta los tobillos. Este pequeño acto de torpeza desató una enérgica carcajada infantil que se dejo escuchar justo a mi lado derecho, como si una niña o niño de unos 6 años estuviese conmigo debajo del paraguas divirtiéndose a costa mi escasa habilidad para saltar. Asustado miré a todas partes y una vez más no vi a nadie, todos estaban en sus casas resguardándose de la lluvia, aun escribiendo estas líneas se me pone la piel de gallina. Mi caminata se convirtió en casi una carrera cruzando la calle, pero al llegar a la otra acera no tarde en escuchar de nuevo la infantil y lúgubre risa a mi lado. Entonces decidí cerrar el paraguas y seguí mi veloz caminata, esas fueron las dos cuadras más largas que he caminado pero al fin llegue a casa y le conté a mi madre mientras trataba de encontrar una explicación a lo sucedido.
Con el pasar de las horas, el susto se tornó en intriga, mi mente seguía dando vueltas al asunto, cavilaba confundido tratando de aferrarme a la lógica, y hoy, aunque ha pasado un año, cada vez que paso por ese lugar miro los lados haciéndome decenas de preguntas.
¿Creen en lo paranormal?
¿les ha pasado algo como esto?
Me gustaría conocer sus opiniones y si las tienen, sus anécdotas.
Espero que les haya gustado este pequeño post, queridos lectores. Hasta la próxima.