Tomar la decisión de emigrar es bastante complicado, debemos manejar una serie de emociones que aunque parezcan fáciles se hacen bastante difícil; tener que dejar nuestro país, separarnos de los seres queridos, de objetos personales, de la historia, amistades y porque no hasta de viejos amores; es algo que nunca pensamos.
Salir del país de donde nacemos no es solo dejar la tierra donde crecimos, es dejar olores, costumbres, tradiciones, cultura, sociedad, etc es salir de dónde somos.
Emigrar en ocasiones se ve y siente como un acto feliz, pero esa felicidad es a medias porque dejamos personas y cosas que amamos, queremos, anhelamos y hasta con las que soñamos tener en un determinado momento de nuestras vidas.
Salir del país de donde nacemos no es solo dejar la tierra donde crecimos, es dejar olores, costumbres, tradiciones, cultura, sociedad, etc es salir de dónde somos.
Emigrar en ocasiones se ve y siente como un acto feliz, pero esa felicidad es a medias porque dejamos personas y cosas que amamos, queremos, anhelamos y hasta con las que soñamos tener en un determinado momento de nuestras vidas.
Se traduce a sueños y metas no cumplidas, las que se truncaron en el camino al tratar de conseguirlas, todos nos marchamos con la ilusión de pronto volver a casa y terminar lo que dejamos pausado.
Establecer el domicilio en otro país es uno de los primeros retos de vida que se nos presentan, es volver a nacer cuando ya nacimos, comenzar completamente de cero.
Emigrar nos somete a retos emocionales que a la larga son estresantes, muchas veces nos toca separarnos de padres, hermanos, hijos, parejas, amistades; y es allí precisamente donde debemos convertirnos en personas muy fuertes para poder salir adelante.