Si mañana fuera mi último día, me levantaría más temprano que tarde, para despedirme del amanecer que me sonríe cada mañana del que me mantuve ciega ante el; escucharía con agradecimiento el canto de mi canario, al que le pongo alpiste sin escuchar su grito vigoroso, y dejaría plasmado en mis ojos su blanco plumaje y el brillo de sus ojos.
Luego, desdoblaría todas las cartas de despedida de mis hijos, que por temor a llorar doble sin leer; evocaría los instantes más tristes, todos los que evadí por temor a sentir que en mi andar dañaba la mejor parte de mí.
Una vez más, abrazaría a mi madre respirando el aroma afrutado de su piel; miraría de nuevo su aura dorada y me quedaría con algún destello que me ayude a partir, con esa paz que siempre me dió.
Antes de que se vaya difuminando la noche, buscaría solo un minuto de soledad, para admirar las estrellas y la luna perlada; olvidando ese lucero que se aburrió de suplicas y deseos comprometidos.
Mañana, cuando se esté poniendo el Sol y mi trineo pierda su fuerza, sentiré que así se manifiesta mi ocaso; NO estaré más... pero mañana, para todos habrá un nuevo día; bajo el mismo cielo que me vió en la explanada partir.