Cuando veas el sol brillar, es porque lo alumbran las estrellas, esas estrellas que solo ves de noche cuando no puedes ver la luz y sin embargo sabes que está ahí.
Por eso entre esa luna y ese sol, entre esa noche y ese día, estás tú y tus sueños, todo va pasando lenta y paulatinamente pero tu a veces te dejas llevar solo por la luz ausente en la oscuridad, esa que no puedes ver.
Es la luz en la oscuridad, la luz eterna que se queda contigo y se muestra como la cara de Dios que no puedes ver pero sabes que existe. Exprime el resplandor que emana de tu alma y no permitas que el poste de la luz más alto, que está en tu cabeza, apague la sintonía entre el voltaje propio de esa energía que llevas dentro proveniente de la fuente del universo.
No cambies tus sueños cuando no estés iluminado, ilumina tu vida en medio de ese soñar que no precisamente debe ser alumbrado por el exterior, recuerda que tu luz interna es la que más titila así sea de día o de noche.
Prende la vela de tu vida, trabajarla para que se convierta en luciérnaga perdida en las noches, es tu ejercicio de iluminación, respira profundo tres veces y estimula esa llama que encendera tu faro, el faro intermitente de tus pensamientos que sabotean el sistema residual energético que Dios puso en tu cuerpo.
La luz de la oscuridad, la que todos no vemos pero queremos alcanzar, porque no nos gusta la noche, ni lo oscuro, ni lo tenue, ni lo turbio, pero comprende que para salir del túnel primero hay que entrar en él, y para que salgan los rayos del sol debes pasar por las penumbras del anochecer. Busca la luz en la oscuridad y encontrarás tus sueños prendidos, solo esperando que aclares lo que nunca se apago y siempre ha estado allí, tu destino, tu destino que nace en la luz de la oscuridad.
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