Era una tarde de verano, la recuerdo muy bien. Un sol radiante que provocaba corrientes de sudor deslizarse por tu espalda como cauces de río. Recuerdo sentir la intensidad de tus ojos cafés sobre mí mientras Yellow de Coldplay sonaba de fondo, meneabas tu cabeza de un lado a otro al ritmo de la música, tus cabellos rubios volaban con el débil compás del viento, el flequillo se adhería fácilmente a tu frente debido al sudor que bañaba tu piel en ese mismísimo instante.
"Mira las estrellas, mira como brillan por ti y todo lo que haces, si, ellas eran todas amarillas" decía la canción.
¿Quién diría que una chica sería tan hermosa y semejante a un girasol?
Ese fue el primer día que te vi, tan distante de lo común y tan cerca de la perfección, pequeñas pecas adornaban tus
mejillas y parte de tu blanquecina nariz, mostrando la ternura de tal rostro angelical que me atrapó tan rápidamente. Podía aspirar el perfume de coco que impregnaba tu piel bronceada desde cierta distancia. Fue un día común, un día en aquel café de la azotea.
Me mirabas mientras tus labios rosados acariciaban la taza de café, me pregunté, si acaso, era esa una invitación para acercarme ¿Querrías que bailara contigo? Antes de verte bailar ya me imaginaba a alguien como tú, tan viva como ninguna otra y con esa paz inspirante radiando como un sol. Alguien como tú, esa que en un campo de girasoles resultarás la mejor, con pétalos aterciopelados y mejillas de color. Antes de encontrarte ya me imaginaba junto a ti, admirando tu sonrisa, tus hermosos ojos y el adictivo bailar que posees hoy aquí.
Recuerdo que levantaste la mano señalando mi dirección y una sonrisa dulce brotó de tu boca, mi mirabas con ternura
mientras me hacías la invitación. Decidido caminé hasta ti, intentando alejar los nervios que me provocabas en aquel momento mágico, la sonrisa en mis labios con la tuya conectó instantáneamente y, para mi sorpresa, te acercaste aún más a mí susurrándome al oído: