Ecos desde el Averno. Notas sueltas. Una carta olvidada.

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Una carta olvidada.

Me han ordenado marchar hacia Solonia. Partimos en un par de días por el quebrado y reseco camino del este, rumbo hacia la maldad. Diez mil alfiles bajo mi mando, estoy seguro que más de la mitad no regresarán a casa, el corazón me dice que no te volveré a ver. Abrigamos pocas esperanzas de victoria, aunque somos comandados por Amalifer, Hijo del Rayo, Amo de la Tormenta, ni él puedo abrirnos un pasillo a través de la sombra, no puede llevarnos suficiente luz. Soportamos durante semanas el asedio, empujamos al enemigo contra sus muros y ahora somos nosotros quienes desafiamos sus defensas.

Exterminaron varios batallones en el cruce de los ríos. Magia. Los nigromantes, malditos sean, se ceban contra la infantería, siembran el terror, nos pulverizan la moral. He visto las hordas de los no-muertos, marchando tras nuestros pasos, cayéndose a pedazos, arrastrándose sin darnos alcance. Tratamos de ignorarlos, no nos atrevemos ni a mirarlos: eran nuestros compañeros de armas, un primo, un tío, un hermano... un padre. Humillados son devueltos a una vida artificial y vacía, reanimados para quebrantar nuestra voluntad, para lacerar los corazones cuando no lo consiguen con el frío de sus aceros. Los magos los incineran, veo las humaredas, pobres hombres, marchan en la retaguardia extenuados, destruidos por el esfuerzo, su físico no aguanta esta guerra. Nadie puede. No hay luz en esta tiniebla eterna, aunque logremos prevalecer, ¿quien desterrará esta inmundicia?

Nunca he conocido otra cosa distinta al conflicto, la lucha, la venganza y la muerte. Desde niño vi los pueblos quemados, los eriales donde florecía la herrumbre sobre las armas quebradas, el miedo en la noche, la desesperación en los caminos, la vil guerra, la eterna guerra, la maldita guerra. Ni mi padre, ni el padre de mi padre conocieron la paz, odio, odio y pena, el pantano de la violencia y el deceso. Algo siniestro y demoníaco habita tras esas murallas, lo sé con ver el perfil de esas ciudades gemelas, hermanadas por la demencia. Sólo los dioses pueden saber lo que encontraremos allí, eso si contra toda esperanza logramos derrumbar las defensas, lo más probable es el fracaso, y a nuestras espaldas no quedarán suficientes hombres con vida para detener el contragolpe. Lura está al filo de la destrucción.

Ahora pienso, mi amor, ¿por qué llaman a nuestra reina "La Niña Diosa"? No es más que la mitad de ese título, una niña, y yo y muchos de mis camaradas extrañamos los tiempos del Rey, él se acercaba más a lo que se consideraría un ser superior y suya fue, siempre será al parecer, la última victoria. Tal vez estoy siendo injusto, culpa de mi aflicción, espero que me perdonen por eso.

Adiós amor, si la vanguardia cae, toma el camino del sur y síguelo, lleva a nuestros hijos hasta un nuevo comienzo, donde no sepan lo que es el dolor, la guerra y la matanza. Dudo que ese lugar exista pero vale la pena intentarlo. Cuida de ellos por mí, que sean hombres y mujeres de estudios, de libros, de sabiduría, que sean académicos, personas íntegras y cultas, hombres y mujeres del saber. Que no sepan nada de batallas, de canciones de conquista y victoria, que no se enorgullezcan de nuestro sacrificio, ni de nuestra muerte gloriosa. Cuida que ninguno de ellos quiera ser un soldado, un mago, un arquero o un caballero, cuida que no toquen un arma, porque toda maldita guerra comenzó así: con un hombre buscando ser un héroe al coger una espada.

Anónimo. Extracto datado a finales de la Tercera Guerra

Foto vía pixabay.

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