Ecos desde el Averno. Capítulo III. Hijo del Hielo.

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Hijo del Hielo

Samael fue el único superviviente de la última expedición de los Exiliados del Sur, un ejército de hombres de Zismar que buscaban contra toda esperanza liberar la ciudad. El objetivo de la misión era encontrarse con las fuerzas del líder de los Exiliados, Rhelios, que había estado reclutando fuerzas muy cerca de Kharatidos, el reino más cercano a Zismar. Una cercanía relativa, pues en medio de ambas ciudades se levantaba la cordillera de Lhom, un brazo rocoso y gigantesco que se ramificaba en todas las direcciones y que aislaba por completo al tránsito entre las dos regiones. Los caminos sobre la cordillera apenas eran conocidos por algunos exploradores expertos. Por suerte estaban al servicio de los Exiliados y les indicaban el camino más seguro a través de las pendientes abruptas y los acantilados.

Al mando de la expedición iba el mago Goludan, anciano y sabio, maestro de Samael y uno de los fundadores de las academias de Zismar. Las órdenes eran claras: atravesar las montañas, reclutar voluntarios y socorrer a los grupos dispersados por el enemigo, luego llegar a los puentes sobre el acantilado Yhark desde donde podrían acceder a las planicies de Starshire, la zona exterior del reino de Kharatidos. Famoso por sus lanceros, Kharatidos había combatido largamente una lenta e irrefrenable decadencia. Los hombres de Kharatidos eran altos y morenos, de miembros poderosos y hábiles en el uso de las armas, pero durante varios siglos las enfermedades se habían ensañado contra la región. Mientras el temple de sus lanceros era disminuido, el reino se batía en innumerables riñas y guerras internas por la sucesión a un trono que a pocos les importaba. Si Zismar era una ciudad en ruinas, destrozada y ocupada por el enemigo, Kharatidos era un cementerio tétrico donde los familiares de los caídos se negaban a aceptar la muerte consumada frente a sus ojos. Luego de jornadas innumerables en la sierra, por fin cruzaron sobre el acantilado.

Goludan no quería pasar mucho tiempo en una ciudad de aspecto malsano, en un reino apolillado y triste, lúgubre y desprovisto de todo color y alegría. Prohibió beber y comer nada mientras no abandonaran el lugar. Mientras atravesaban las calles, la tropa distinguió los montones informes y humeantes en las esquinas. Ninguno quiso mirar más allá, sabían de qué se trataba. Goludan prefirió atravesar los muros y salir de la ciudad y pernoctar lejos de los muros, no podía arriesgar a los hombres a la peste o a cualquier conflicto que nada les concernía. El aire asfixiante y viciado cedió un poco cuando dejaron atrás la ciudad, pero Samael no se percató de nada de esto, ni de los muertos, ni del aire apestoso ni la tierra polvorienta y reseca, porque ya lo sabía todo, nadie entendía como él la razón de que la tierra hiciera dura, inservible, maloliente, de los animales que desaparecían y no volvían jamás, el motivo por el que los días se hacían cortos, irregulares, el porqué del ir y venir de la lluvia sin que el suelo se recuperara de la maldición. Al contrario, se iban infectando, la tierra, el poder bendito de la naturaleza se estaba corrompiendo.

El estado de ánimo del chico incidía en la tropa. Nadie pudo conciliar el sueño, atormentados por un aliento helado que les pinchaba en los huesos, pero ninguno lo atribuyó a otra cosa que no fuera el páramo desolador donde pasaban la noche, a pesar de que sabían que el día siguiente sería peor.

Aquel lugar era como otro mundo. Los árboles parecían de otra época, mucho más antigua que el hombre, una época nebulosa pero horrenda. Los colores, las texturas, hasta el simple correr del aire era distinto allí. Las leyendas hablaban de que el bosque era utilizado por nigromantes inexpertos para practicar sus invocaciones. También se contaba que justo allí una tribu de trasgos, alimentados por las corrientes de magia oscura, habían terminado siendo una raza potente y descomunal que ahora surcaba las montañas arrasando pueblos enteros e incluso sitiando reinos remotos. La vegetación púrpura contrastaba con las raras tonalidades amarillas y azules de los árboles y las inmensas hojas naranjas de algunas enredaderas que aprisionaban los troncos y las fosforescentes excrecencias que colgaban de las ramas. La hierba que aplastaban los caballos despedía un olor agrio que agitaba a humanos y animales, el aire se llenaba de las inmundicias y restos de los conjuros maléficos que tantas veces habían sido arrojados en aquel sitio de horrores. –Cómo detesto este lugar- dijo Goludan con una expresión de asco y desprecio por los culpables de tal aberración. –Han manchado todo y han violado tantas leyes que es imposible saber hasta qué punto llegarán estos engendros-

El viejo parecía agotarse mientras se acercaban al destino, algo iba drenando su salud y parecía llenarle primero de dudas y después de miedo. Así lo intuyó Samael, quien también era presa de extraños síntomas físicos desde su paso por la Ciudad Muerta de Zismar, los cuales evadía con temple y por la energía de su juventud. Habían recorrido durante un par de días las intrincadas rutas a través del bosque corrompido, los soldados, sin atreverse a comer, beber o dormir en aquel sitio, para el momento en que lograron salir de Luna Nueva era como si emergieran de un océano de putrefacción. Incluso el aire helado y seco del oriente era más tolerable que el de aquella tumba abierta que acababan de dejar atrás.

El terreno que se abría paso ante ellos no era el más encantador. Ya no se divisaba el horizonte plano, el mundo se hacía quebrado, elevado, desafiante. La Sierra del Diablo, una imponente cordillera llena de obstáculos y laberinticos pasajes parecía burlarse de las debilitadas tropas. Pasar sobre ellas no era una prueba, era una misión suicida. Tal vez algunos solitarios guerreros o magos podrían cruzar con algo de suerte aquella trampa pero no un ejército, y menos si se unían con las tropas de Rhelios, que junto a los magos Khozmos y Lhaeb eran los únicos héroes que sobrevivieron el asalto final sobre Zismar, pero no había rastro de ellos. Acamparon como pudieron en espera de noticias y una semana después Khozmos y Lhaeb aparecieron, junto al resto maltrecho de sus tropas alegando que Rhelios había muerto junto a su ejército en una cruel emboscada. La expedición ahora estaba ante un camino incierto: avanzar sobre la Sierra del diablo abriéndose paso entre los horrores que la habitaban para pedir ayuda a al reino de Lura o regresar y defender como pudieran los pueblos indefensos del sur.

El joven mago sentía como los terribles dolores de cabeza se recrudecían hasta el punto en que todo lo que percibía parecía amplificado y tortuoso. Las imágenes de los dos hechiceros en sus caballos, con gestos inciertos y que no correspondían a quienes eran en realidad, la regulada y mal disimulada inquietud de Goludan, el final. –Las tropas deben avanzar sobre la Sierra en este mismo momento, cuanto antes mejor- dijo Lhaeb en lo que casi era un grito.

–Imposible, sólo Rhelios conoce los senderos a transitar y sólo él tiene el respeto de aquellos que habitan el lugar, entrar allí con esta cantidad de hombres es desatar una batalla inútil que no nos beneficia en nada. Enviemos un grupo a Lura y que el otro reúna las fuerzas restantes para defender los caminos del sur, aún quedan algunas tropas allá, y esperan noticias de nosotros- insistió Goludan, desafiante –Rhelios es quien manda, no ustedes-

Los magos enfurecieron. –Rhelios está muerto- el tono en que se pronunciaron aquellas palabras sembró el lugar de una duda escalofriante. –Tomará a sus hombres y cruzará la Sierra, hasta Lura, es una orden- los paladines desenfundaron sus espadas y los caballeros apuntaron con sus lanzas, ciegos de ira ante lo que era ya muy evidente.

Khosmoz sonrió y tomó su báculo. –No hay necesidad de esto, anciano- dijo enseñando los dientes. Goludan se apartó de él al galope, formó a sus hombres velozmente, iluminando un sendero con su sola presencia, Samael le cubría las espaldas.

–A las armas, todos, a las armas. Hijos de Zismar, nos ha llegado la hora, nos han vendido, pero no caeremos sin oponernos a la traición-. Todos gritaron enfurecidos, mientras los dos magos seguían inmóviles frente al ejército que se armaba como podía atrapado en el límite entre la Sierra y los Bosques de Luna Nueva.

La maldad se agitó entre los bosques corrompidos. Venían reptando, hambrientos, guiados por los trasgos y el estruendo ensordecedor de los Caballeros de la Muerte. Rhelios yacía muerto y rodeado por muchos de sus guerreros en algún lugar desconocido, traicionado por sus compañeros de tantas batallas que habían sucumbido a la corrupción imparable nacida en la sombra, alguna vez devastada por Lura y una vez más resucitada en manos misteriosas. Samael sintió un asco y un odio profundos quemándole las entrañas al ver a los dos magos traidores ordenando el ataque sobre sus semejantes. Recitó el hechizo en su mente y apuntó los bosques, el frío se escurrió desde su cuello girando como una serpiente alrededor de su brazo, estallando en su báculo y disparando una chispa resplandeciente a los cielos. Los primeros trasgos que salieron del bosque fueron azotados por unas filosas ráfagas heladas.

Los pocos que alcanzaban a salir ilesos se reunían con las tropas traidoras que bajaban de la Sierra, habían chocado de frente contra los paladines y caballeros leales a Zismar. Khosmoz y Lhaeb, cargaron violentamente entrando en batalla, iban directo a su objetivo cuando el viejo Goludan los enfrentó. La influencia negativa de los magos traidores, sumados al agotamiento de Samael que no podía mantener un hechizo de esa magnitud durante tanto tiempo terminó por inclinar la balanza a favor de las hordas oscuras. El viejo Goludan y Samael encararon a los líderes de la traición, en una batalla terrorífica que despejó el centro de aquel circulo de muerte que se iba recortando lentamente mientras seguían llegando los enemigos.

Goludan cayó fulminado por un ataque de Khosmoz y Samael, en clara desventaja, cayó herido junto al cuerpo del anciano agonizante. –¡No dejes que te atrapen!- le dijo apretando su brazo. -Por lo que más quieras en esta vida, nunca escuches el llamado de la oscuridad- un golpe brutal despedazó el cuerpo del viejo y Samael quedó cubierto de la sangre de su maestro y con su mente paralizada ante la realidad, infinitamente más podrida de lo que jamás hubiera imaginado, miró la cuenca de sus manos manchadas y luego las flechas zumbando en el aire, los alaridos de los moribundos, el golpe de las espadas, el tronar de los hechizos, el rugido de las bestias horripilantes y observó la muerte paseándose divertida sobre el campo, danzando burlonamente sobre los cadáveres, humillando y carcajeándose del mundo.

-Ven con nosotros, es tiempo- le dijo Lhaeb. Las palabras no llegaron a los oídos del mago que revivía una a una las imágenes perturbadoras que desde niño lo destruían en sus sueños. La ira se agolpó en su pecho, y al levantar la vista ya no estaba la muerte, había huido, pero no habría misericordia para nadie. Khosmoz intentó gritar pero lo cegó el relámpago. Lhaeb se dio media vuelta y se desplomó, la mitad de su rostro era un pedazo de hielo. Khosmoz emprendió la retirada, mientras el viento se arremolinaba sobre todos los caídos que ya eran alimento para las bestias.

–¡Retirada!- alcanzó a gritar antes que un soplido glacial levantara su caballo sobre los aires y lo hiciera volar en pedazos ante el eructo terrible del hielo. Aturdido en los suelos manchados de sangre y lodo, apenas notó que le faltaban los brazos. La tierra era rasgada por la navaja helada del viento cargado de escarcha que iba atrayendo todo alrededor de un Samael que en éxtasis, se levantaba y se quedaba inmóvil sujetando su báculo y apenas temblando de cólera. Al abrir los ojos otra vez el terreno trepidó, los enemigos iban siendo succionados hacia una trituradora, todo lo que estaba frente a los ojos luminosos de Samael ya había sido condenado.

Usando todas las energías de las que disponía, invocando a sus lacayos para que tomaran su lugar, el viejo Khosmoz apenas pudo salvar el pellejo, atormentado por el rugir afilado del cruel hechizo que le hacía sangrar los oídos. Se quedó observando como todo había quedado oculto por aquel telón inmenso y brillante que se elevaba hasta los cielos, sintió claramente cómo se levantaba un sonido grave y profundo que parecía venir desde todos lados y que culminó con un estallido ensordecedor que resquebrajó los suelos. La escarcha que flotaba sobre el lugar, gélido por la presencia de Samael, le recordó al enemigo atrincherado en Zismar que un hijo del hielo seguía con vida.

Tercera entrega de mi primera historia en steemit. Imagen de cabecera vía pixabay. Con mucho cariño, espero la disfruten

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