No tengo la necesidad de cerrar los ojos para que todo se convierta en oscuridad, ni la estrella más brillante podría iluminar la oscuridad que me rodea, que hay en mí, que soy, que escapa de mi control.
Una vela ilumina mi desastrosa escritura, termino mi libro, mi relato, mi último escrito sobre este mundo. Suspiro y no me molesto en secar las lágrimas que escapan a mi voluntad, las primeras de muchas que serán derramadas de ahora en adelante. La hojilla corta mis dedos al tomarla, no importa, los primeros cortes de la noche, el presagio de los últimos de esta vida.
Dejo mis huellas sangrientas sobre las hojas, sobre mi historia, deseando que hubiera sido de otro modo, pero las cosas son lo que tienen que ser.
Dos cortes, uno en cada muñeca; profundos y verticales, bastan para que el final comience, y el inicio termine. Siento pena por quien vaya a encontrarme, o quizás nadie lo haga, alejar a las personas para que no sientan la necesidad de sufrir cuando uno muere suele surtir ese efecto.
Trato de sonreír, pero no puedo, tampoco logro sentir algo más allá del frio que se apodera de mí, un frio que da paso a una calma que nunca llegue a sentir, paz, eso, si así es la muerte, ahora entiendo a quienes antes de mi la buscan con tanta intensidad como yo la deseaba.
Cierro los ojos, me dejo ir, ya no hay nada que me retenga, lo hice.