Después de llorar los bordes afilados de la existencia cortan un poco menos, las heridas sangran menos y las cicatrices dejan de tener el dolor fantasma que se presume eterno. Hay más paz en destrozar cada centímetro de tu ser que mantener la compostura, y esto se aprende de mala manera. Lo sé por experiencia, estar rodeado de este desastre, de la sangre en mis manos y las lágrimas que se secan por todo mi rostro, y aun así sentirme liviano, es desacorde, pero un hecho es un hecho, y eso no se puede cambiar.
Tenía planeado suicidarme hoy, no hay sentido alguno en seguir vivo, dolor es lo único que verdaderamente se puede encontrar en este mundo, ni siquiera hay que molestarse en buscar algo más, todo lo que encuentras son disfraces eficientes que esconden una realidad demacrada.
El silencio fue el que cambió todo, la calma que había en el lugar. La ironía de estar gritando dentro de mi cabeza, y que no escuchara nada más allá de la vida que transcurre a mi alrededor, fue el detonante, la última fisura para que toda la estructura que había construido colapsara.
Observo mis manos, los trozos de vidrio llenos de sangre a mi alrededor, sillas caídas, todo fuera de lugar, y no recuerdo haberlo hecho, pero así como sé que lo hice, se siente adecuado que todo esté tan fuera de lugar como yo.
El ardor de los cortes me recuerda a viejos tiempos, sonrío con tristeza, iluso de mí creyendo que nunca volverían, tan crédulo, ocultándome de mí mismo tras muros invisibles de una nada tangible. Casi como un ser inocente que no reconoce el mal cuando lo tiene frente a sí. Tan idiota.
Soy consciente de estar llorando al notar que veo borroso, y no por la falta de mis lentes, también por la humedad que comienzo a sentir en el rostro nuevamente, podré estar exhausto, pero mis lágrimas no, ellas siempre tienen el ánimo que me falta. Suspiro y dejando las huellas sangrientas sobre el suelo me levanto, busco mis cigarrillos y el encendedor, salvados solo por la cubierta acolchada del mueble en el que terminaron.
Buscar formas en el humo ascendente antes de que desaparezca siempre me ha relajado, sin importar lo que encuentre, ni el tiempo que transcurra entre cada calada, a falta de nubes es eficiente, súmale la nicotina y no hace falta nada más.
Pensé que dolería apagar el cigarrillo contra la piel de mi antebrazo derecho, pero no, debo estar más entumecido de lo que llegué a creer. Cierro los ojos, y me observo destrozando el lugar, sentado mirando la sangre en mis manos, llorando sin hacer ruido, frente a los estantes que sostienen a mis libros. Ellos me hicieron detenerme, supongo, no podía siquiera tocar las historias que me han dado la vida que nunca he tenido.
Enciendo otro cigarrillo, y me acuesto en posición fetal esta vez, observando desde un punto de vista diferente el lugar, vuelvo a sonreír, siempre me han gustado las cosas fracturadas, fragmentadas, con cicatrices, con fisuras, en pedazos, porque así he estado siempre, más allá de la salvación, ahora mi alrededor se encuentra igual y me encuentro sin poder evitar notar la belleza de la destrucción, que sin importar nada, termina por encontrarnos.
Una hoja en blanco terminó junto a mí, de una perfección que sería un daño siquiera hacer un trazo sobre ella, de igual forma comienzo a tocarla con la mano libre, cerrándola en un puño para que los cortes vuelvan a sangrar, dejando que la vida muera sobre el papel.
Vivir, o tratar de hacerlo, sobrevivir, eso es lo único que puedo hacer ahora, intentar reparar mi interior para que el exterior no sea igual de desastroso.