Estimados amigos,
Durante algunos días voy a estar algo apartada de Steemit, porque hay una novela que tengo empezada desde hace más de un año, y siento que me está llamando para terminar de crearse.
Después de un tiempo algo bloqueada con la forma de plasmar el argumento (algunos capítulos formando parte de una escaleta y una segunda parte solo esbozada), al fin siento un impulso fuerte, porque existen revelaciones con las que he tomado contacto en los últimos meses y deseo, a través del argumento, comunicarlo de la forma más fácil y entretenida para sus potenciales lectores.
Comparto con vosotros el que, de momento, es el primer capítulo. Probablemente habrá muchos cambios en el proceso, porque a medida que se va avanzando se va sintiendo la necesidad de volver atrás contínuamente para poner los cimientos que sustenten lo nuevo que va surgiendo.
En todo caso, este es el capítulo por ahora, y muchos apuntes, impulso e imágenes en mi mente para seguir adelante.
Tal vez me falte tiempo para dedicar a esta magnífica red como me gustaría, pero seguiré entrando para disfrutar de los amigos a los que admiro y de cuyas publicaciones disfruto.
Espero que disfrutéis también vosotros de este pequeño boceto.
Gracias por leerlo.
Soportales de la Plaza de Brunete (Madrid), que me sirvieron de inspiración. / Foto tomada y editada por mí.
Todos Somos Todo
(Primer capitulo de mi nueva novela)
En esta ocasión pasé ante él, por segunda vez, deliberadamente. De nuevo, abrió los ojos ante mis pasos y sonrió. No pude verle la boca, pero sus enormes ojos verdes sonrieron como siempre, como la primera vez. Quedé parada ante él, sin saber cómo reaccionar para no molestar al resto de sus compañeros que dormían cerca. Me agaché e introduje el papel doblado por entre el cartón y su hombro. Una mano asomó y lo cogió. Se incorporó ligeramente, lo abrió y leyó durante unos segundos.
—De acuerdo —dijo, levantando la vista. Salió de su improvisada cama silenciosamente y, palpándose los bolsillos, se puso de pie ante mí. Su cuerpo no era flaco, pero sí delgado. Se intuían músculos bien desarrollados bajo la ropa y, cuando echó a andar a mi lado, armonía en sus movimientos.
Una vez que estuvimos fuera del grupo de indigentes, saliendo de los soportales, me miró y dijo: Yo no soy pobre. Hay un sueño…
—¿Tienes un sueño?
—Un sueño me posee. Simplemente espero.
En la nota que habíamos compartido, tras muchos titubeos, borrones y papeles arrugados en mi papelera, había logrado escribir: «Si estás dispuesto a compartir un café conmigo, invito yo».
Seguimos andando hasta la cafetería del fondo. El ambiente sombrío parecía empeñarse en mantenernos sin conversación. Pedí, además de café, algunas pastas, que habrían de quedar sobre la mesa sin reclamar su atención. Él, cuando la camarera le miró interrogativa, dijo: «otro café para mí, por favor».
—Yo también tengo sueños pero, sobre todo, insomnio —solté, para romper el hielo. Entonces se hizo nuestra primera risa cómplice.
—Los sueños te crean. No puedes crearlos tú.
—Sí que puedo. He creado muchos.
—¿Eres feliz? —soltó él, sin preámbulos.
—No, no lo soy en general —me molestó la pregunta y, al oír mi propia respuesta, me sentí aún más molesta. Quise ser sincera, y seguí—. Ahora sí lo estoy siendo.
Nos miramos, nos estudiamos durante unos instantes de silencio. Era demasiado cómodo estar con aquel indigente, sentada en la misma mesa, compartiendo expectativa.
—Los sueños que duran siempre son los que nos poseen. Los que poseemos, si es que llegan, se terminan marchando. Son mentira.
—Todo termina en algún momento.
—Lo que es verdad se queda, ya puede adoptar diferentes formas, pero siempre te poseerá, desde el primer momento. Y ya no te abandona.
No pude evitarlo. Esta vez tenía que preguntárselo yo.
—¿Eres feliz?
—Sí —contestó rotundamente mirándome a los ojos, como si mirara, a través de una blusa transparente, mi cuerpo desnudo. Por un momento me sentí invadida. No. Vulnerable.
—¿Cómo me puedes decir eso? Vives, vives… en una situación, en un lugar… —dije, y dirigí mi mirada, con desprecio, hacia el sitio donde había dejado los cartones entre los que dormía hacía tan solo unos minutos.
—Tú no sabes dónde vivo —meneó la cabeza varias veces con condescendencia—. Yo no estoy aquí.
—¿Entonces, con quién estoy yo?
—Tú tampoco estás aquí —reacomodó su cuerpo en busca de las palabras adecuadas—. Ahora, entonces, sólo cabe preguntarnos…
—…dónde estamos.
—No. Quiénes somos.
Su mirada era directa; sincera pero comprometedora.
—¿Y?
—Lo sabes. Por eso has venido.
—¿Me conoces?
Cerró sus ojos, respiró profundamente, y los abrió más iluminados que antes. Asintió lentamente con la cabeza y, de nuevo sonriendo, contestó:
—Eres mi sueño.
Por mi espina dorsal corrió un impulso desconocido que me produjo un leve mareo. De repente, dejé de saber dónde estaba. Pero no podía imaginar otro lugar que fuera tan verdad, ni otro momento.
—Tú eres mi intriga —dije.
—Tenía que pasar.
—¿El qué?
—Una fuerza arrolladora que te impulsara a venir. Sería cuando cedieras a lo ilógico, incluso a lo repudiable. Esa fuerza es el universo definiéndose a través de ti. Tú no has estado siendo consciente.
—Sí, llevo días sintiéndola. De hecho, desde la primera vez que te vi.
—Pero no sabías qué significaba —concluyó.
—Aún no lo sé —reconocí, intrigada por lo que me devolvería ese comentario.
—Es el sueño que te posee.
—¿Quieres decir que tu sueño y el mío son el mismo?
—Tu sueño y el mío son la fusión de una atracción. Todo movimiento de la naturaleza funciona así. Sólo hay que saber escuchar.
—¿Escuchar?
—Con el corazón —murmuró.
—El corazón sólo tiene amor, y yo…
—Y tú lo tienes apagado, por eso vives el instinto, que es inconsciente. Pero aquí estás, y has venido por ti misma.
—Por curiosidad. Por eso vine. Buscaba comprensión, ayuda. Mi vida parece organizada, estoy a cubierta y, sin embargo, sufro. Tú, en cambio, duermes entre cartones y sonríes.
—No, no hay curiosidad. Sólo hay amor. Eso es todo —afirmó elevando las cejas y los hombros, como quien no tiene otra opción.
—Yo no vine por amor. Incluso me puedes dar miedo en un momento dado —afirmé.
—Me estás hablando de la fusión de dos fuerzas reuniéndose a través de la atracción de nuevo…
—Y eso es… —sonreí, le regalé la palabra.
Él sacó mi nota de su bolsillo, y un bolígrafo. Sobre el reverso escribió «Amor».
—No te amo —dije.
—Cuando sepas qué es el amor, te darás cuenta de que eso es todo lo que haces: amar.
Los cafés se habían consumido. Los dulces seguían sobre la mesa.
—¿No tienes hambre? —pregunté, señalándolos. Y, por supuesto, cortando el hilo.
Café en la Plaza de Brunete (Madrid) / Foto tomada y editada por mí.
—No, gracias —contestó—. Puedes comértelos tú o llevarlos si quieres. Aquí te los envuelven.
—De acuerdo, pediré que me los envuelvan y me los llevo —y añadí, de golpe, como suceden las cosas en la naturaleza si el hombre no lo impide—. ¿Te gustaría dormir esta noche en mi casa?
—Sí, por supuesto.
Ante su respuesta, mi cuerpo comenzó a temblar. Mi mente enviaba mensajes de error. No sé si lo notó, pero su comentario posterior fue claro.
—Pero no lo haré. Aunque te garantizo que estaré pensando en ti toda la noche mientras esté despierto, y tal vez te sueñe.
—Como quieras —dije, entre aliviada y decepcionada, y le extendí la mano—. Me llamo Alexandra.
El la cogió suavemente, la llevó a su pecho, y se presentó.
—Rafael. A tu disposición.
No sé de dónde surgió el impulso, pero cuando lo reconocí ya había realizado el trabajo por su cuenta. De repente, me encontré abrazando a Rafael, como si su cuerpo fuera la parte del mío que más amaba.
Nos dimos un beso, una mirada, una sonrisa. Y la vuelta. El desapareció. Yo aparecí ante una nueva idea de mí misma y de la vida. Ya no estaba sufriendo. Ahora estaba flotando sobre la incongruencia de lo perfecto cuando aún no está definido para la mente.
Caminé hacia casa dando un rodeo.