Los olores y sabores con sus particularidades nos acercan a épocas, a personas, nos mueven los recuerdos. Como los días de mi niñez con mi padre y hermano; él, mi padre era muy testarudo, aún lo es; y para aquellos tiempos detestaba que comiéramos comidas chatarras, ni siquiera bebidas procesadas y enlatadas. Pero, al llegar las fiesta de carnavales, todo era un festejo, la gente del pueblo andaba bailando y con sonrisas de oreja a oreja, los colores y plumas caracterizaban las fiestas. En la elección de la reina, papá nos llevaba a observar entre la multitud las muchachas guapas que desfilaban hermosos trajes y reían de manera deslumbrante; luego de la elección todos festejaban y celebraban a la nueva reina. Papá nos llevaba de regreso a casa luego de la elección, no es un hombre de alborotos ni popurrís. Las luces de un amarillo tenue, distorsionaba los colores de los globos esas noches; algo atípico a otras fechas del año sucedía en las fiestas del carnaval, mi padre se paraba en un puesto de comida rápida y pedía para él y nosotros; cómo olvidas el sabor de la bebida de malta y cebo enlata, eran días de felicidad y que mi papá decidiera ceder ante su postura en estas bebidas y alimentos determinaban días de felicidad.
Fotografía propia
Actualmente, los días de pesares e insatisfacción, los llamados días grises, donde la música no ayuda a subir mis ánimos, viajo en el tiempo a través del sabor. Voy al puesto de comida rápida, el más cercano y pido una bebida de malta y cebada en lata, cierro los ojos; el pasado con sus colores distorsionados, el rostro sonriente de papá y mi hermosa en aquellos carnavales de mi niñez se posan ante mí, dándome destellos de felicidad.
Luego, continúo mi camino.