Hay sueños que dicen cosas, sueños placenteros, otros no tanto... Siempre me he preguntado si realmente son productos de la imaginación. ¿Cómo distinguir entre la realidad y un sueño? Existen algunos tan vívidos que no podría reconocerse si es un sueño, quizá, tal vez es parte de nuestra realidad, en otro universo, en una especie de realidad alterna, aún no sé si el significado característico por lo común de sueño aplica conmigo; sencillamente a veces no quiero cerrar los ojos y “soñar”.
Entonces, soñando, me sucedió:
Desde lo alto de una colina poblada, un poco más bajo de la cima, de ahí descendiendo hay muchas casas, unas no tan pintorescas como otras; un camino de asfalto hace la carretera transitada por vehículos. En la parte baja de la colina continúa la carretera de asfalto, larga y recta; en la parte plana se ubicaba la mayor parte del pueblo, igual, con casas, unas más grandes que otras. El pueblo es muy tranquilo y productivo durante el día y por la tarde; pero todo cambia de perspectiva graciosa y cálida por las noches; las personas cierran de la manera más segura que consideren sus hogares. En dicho pueblo vivo yo. Todos los días despierto muy temprano por la mañana, me levanto, cepillo y bajo a comer; disfruto un agradable desayuno con mi novio Mario; me baño y cambio, luego marcho al trabajo. Trabajo en una tienda de libros, me gusta mi trabajo, era una tienda familiar, ahora sólo estoy yo; a las personas les agrada entrar y ver qué textos nuevos han llegado, es bastante tranquilo además de que la tienda tiene un olor particular que poseen los libros. Al llegar la tarde, cierro la tienda, me despido del señor que vende flores en la esquina y parto a casa. Luego de finalizar la tarde mi novio, ha servido la mesa y me espera; cenamos tranquilamente y hacemos como si nada sucediera allá afuera; él y yo conversamos un pequeño rato y a dormir. Así son todos mis días, cuando cierro los ojos sólo recuerdo ver por último a Mario y luego despertar plácida al día siguiente; hasta hace un par de días. La noche del martes desperté abruptamente, recuerdo buscar a Mario que me proporciona seguridad; pero esa vez no lo vi, sólo observaba el pueblo desde la cima de la colina, con una visión muy distinta a la usual, no entiendo la forma que poseía para el martes en la noche; hacía brisa pero no sentía frío, realmente no sentía nada, mis cinco sentidos habían disminuido y de alguna manera transformados. Me suspendía en el aire y los colores no los comprendía desde mi vista humana, por así decirlo. Vagaba por el asfalto de la recta, era de noche y sólo quería ir a casa, pero ¿qué pensaría Mario al verme así? Seguí por ahí, buscando respuesta a esta nueva forma, desafortunadamente me topé con una realidad que me hizo temer. Un muchacho del pueblo en estado de ebriedad, salió a caminar por la oscura calle; ahí estaba yo, sin poder detenerme, sigilando sus pasos, acechándolo, hasta por fin frente a él, observé su alma y la quebrajé sin él poder hacer nada. Esto sucedía involuntariamente y luego de dejarlo tirado en el suelo, volví en un parpadeo a la cima de mi pueblo. Próximo a mí había otro ser; yo expresaba en lágrimas mis angustias, lo vi e intenté preguntarle – ¿por qué?, ¿por qué me sucedía esto?– El ente a mi lado respondió: –estás maldita, vagarás en la eternidad de los tiempos– Desperté en mi cama luego de esas palabras, Mario seguía ahí durmiendo tranquilamente.
Amaneció y el único estado era el de perturbación. No logré ordenar los libros, esa escena revoloteaba por mi mente una y otra vez, cómo podía haber sido tan real ese sueño. Lo que timbró mi cuerpo y sentí que era una horrible pesadilla que seguía fue el enterarme por murmullos de las personas en la tienda la muerte del muchacho en el pueblo, amaneció tendido, se comenta fue un ataque del corazón. Mis ojos se clavaron al piso, perpleja me encontré la mañana del miércoles –¿Es posible?–.
Llegó la noche del miércoles, Mario me veía angustiada y extraña, no me atreví a decirle una palabra de eso que me perturbaba; intenté no hablar durante la cena. Llegó la hora de ir a dormir, quería volver a cerrar los ojos y amanecer plácida el día siguiente, pero, lo que temí se volvió parte de mi nueva realidad. Estaba nuevamente en la cima, de forma extraña y sin ajustarme a la distinta presentación que poseo. Los siguientes días y noches fueron igual, seguía sin obtener respuesta del porqué, me encontraba agotada día tras día cargar con esa verdad. Entre horas y horas de pensar tomé una decisión determinante, una con la cual descansaría.
Decidí tomarme el día y pedirle a Mario que lo pasara junto a mí. Comimos de todo un poco, no hubo medida en ello, me deleité junto a él; reímos; bailamos; leímos; nos tocamos. En horas cercanas a oscurecer fuimos a casa, cerrando todo como mejor podíamos, como de costumbre. Llegó la hora de dormir, pero ésta vez no lo acompañé a la cama, le indiqué que pronto iría, y así fue; luego de tres frascos de pastillas me acosté junto a él, agradecida por todas las cosas vividas juntos y decidida a dejar la angustia nocturna que siempre, después de aquel martes vivía; cerré mis ojos con la esperanza de paz. Pero, la paz nunca llegó y nunca más se hizo día para mí, ahora viviría hasta el final vagando con esta forma por la eternidad de los tiempos.
— E.