¿Dónde está Judas? (quinta parte)

Julia había estudiado en Salamanca, en los años 70; no le fue difícil imaginar las correrías de sus personajes allá por 1504, cuando fray Ludovico se trasladó a estudiar teología a esa Universidad.
Entró el fraile cisterciense en la ciudad amurallada por la puerta de Zamora, paró en la iglesia de S. Marcos, pequeña y de planta redonda, para orar y dar gracias por haber llegado sin contratiempos.

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Llegó después a una gran plaza, y entró en la Iglesia de S. Martin de Tours o del Mercado “este es el centro de la ciudad”- pensó-.Había un gran mercado y muchos estudiantes, monjes y clérigos, la mayor parte, aunque también algún noble,menestrales, ganaderos…

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“Si Ludovico pudiera haber visto cómo esa enorme plaza , cuatro veces más grande que la actual, se convirtió siglos más tarde, en la Plaza Mayor más admirada de todo el territorio hispano.! cuántos paseos, cuántos cafés…”rememoraba Julia.
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Callejeó después por la antigua judería. Apenas quedaban judíos en esas calles; la universidad se había apropiado de su edificio principal para convertirlo en Hospital de Estudio.. “Ahí viví yo, en plena judería,en la calle Libreros, estrecha y fría, estudiando en una camilla con brasero que daba a la calle, lingüística Románica…en 1970 …y en la , pensión Veracruz, más fría todavía, que había estado también en el corazón del barrio judío como un corral de vecindad.”

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Recordó Julia su primera visita a la fachada de La Universidad: la búsqueda de la rana, que le auguraba éxito en los estudios. Ludovico no pudo conocer el esplendor de esa fachada…aún no se había construido…”
Se encontró el monje con las escuelas Escuelas Menores …Julia recordaba la impresión que le causó la armonía arquitectónica del claustro de lo que se llamó el Patio de Escuelas, la primera vez que tuvo que asistir allí a un curso;

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Entró Ludovico, maravillado en la catedral, “La catedral vieja-pensó Julia”, allí recibiría las clases de teología, en la capilla de S. Martin, precisamente: “qué hermosas pinturas, decoran las paredes”.
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Al abrigo de la la torre del Gallo, el Patio Chico era el lugar preferido por Julia y sus amigos,buscando la tranquilidad de las tardes primaverales ,después de las clases…
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Llegó el monje hasta el río Tormes, atravesando el puente romano y saliendo de la zona amurallada, hacia el arrabal, por la Puerta del Río . “infinitas veces recorrí ese puente, andando, buscando los prados de la orilla del río, o en bicicleta para comer el hornazo el lunes de agua, o en coche, hacia la salida de la ciudad…” pensaba Julia

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Cansado, con el hábito blanco teñido del polvo y el barro del camino, retrocedió buscando lo que sería el primer colegio de los bernardos, en la iglesia del Salvador, al lado de la Iglesia de S. Esteban, donde los dominicos estaban a punto de comenzar las obras de losque sería un gran convento pocos años más tarde. Gracias a una carta de Carlos V , el cabildo había cedido a los monjes cistercienses ese lugar donde fundar un colegio.
Julia dejó vagar sus recuerdos por esa zona, por esas plazas, el claustro de los dominicos, el Colegio de Calatrava, los paseos con sus hijos pequeños, unos años después, al calor de esas piedras doradas procedentes de Villamayor…
Dejó de lado las evocaciones y retomó su historia.
Tenemos a Ludovico, por fin, en su celda, donde descansaría del largo viaje que le había traído desde la provincia de Valladolid. Depositó el saco de cuero con el dibujo de la Última Cena que tanto le había sorprendido oculto entre sus pobres pertenencias .
En el refectorio había conocido a los pocos compañeros que habían llegado de otras provincias. Entre ellos estaba Edelmiro, con el que iba a compartir celda. Después de rezar Completas en el coro, llegaron a su celda y luchando contra el sueño, apenas pudieron intercambiar unas palabras, a pesar de la regla de silencio –
-¿De dónde vienes?-preguntó Ludovico
-De León , de San pedro de Montes- contestó con una amplia sonrisa-¿y tú?
-Yo vengo de Italia, pero he estado un tiempo en Valladolid, en La Santa Espina.
Y cayeron rendidos, durmiendo profundamente hasta maitines.
Al día siguiente, en Septiembre hacía aún calor en la fría Salamanca, caminando por la calle Libreros, en busca de la catedral; fray Edelmiro, muy joven,no dejaba de hablar de su pueblo, de Peñalba de Santiago, de su hermosa iglesia., de sus impresionantes montes, de S. Genadio, obispo de Astorga que se había retirado a vivir en esos montes, buscando la soledad para encontrar a Dios.
-Yo ingresé en el convento a los 15 años, porque el cura le dijo al prior que había aprendido rápido a leer y a contestar en latín a la misa como monaguillo, porque tenía mucha memoria; pero además de los libros me gustaba mucho pintar y ayudé a decorar la iglesia que estaban haciendo, con frescos , con escenas que me inventaba, de las historias de la Biblia que nos leían mientras comíamos.

En la capilla de San Martin de la catedral vieja asistieron a su primera clase de Teología. Allí conocieron a clérigos y monjes de muchas otras congregaciones. Pero fue un agustino de hábito negro y profunda mirada. el que se acercó a hablar con ellos. Fray Toribio procedía de Benavente; llegó allí animado por la reforma de la orden, buscando volver a la esencia de la Regla de S. Agustín
Como el convento estaba muy cerca, entre la Universidad y el barrio judío, los tres amigos se refugiaban allí a veces, sobre todo durante el invierno.
-A mi me gustaría irme de misiones a Filipinas, pero espero pasar aquí bastantes años , depende de lo que la orden necesite de mi; fray Toribio evocaba sus sueños, de niño, al lado del río Tera, que bajaba cargado de agua del Lago de Sanabria.
Pasaron muchos años, vieron cómo la Universidad tenía cada vez más alumnos, procedentes de toda Europa, y cómo en Salamanca se construían cada vez más conventos, más iglesias...pero la Universidad de Alcalá estaba cobrando cada vez más prestigio y los tres amigos tuvieron que separarse.Los monjes blancos cerraron el colegio de Salamanca y abrieron otro en Alcalá. Ludovico y Edelmiro, muy a su pesar, tuvieron que dejar la ciudad. Aunque nunca perdieron la ilusión de volver. A finales del S. XVI Felipe II consiguió que se levantara allí otro colegio donde los cistercienses pudieron tener un magnífico edificio, que ni Ludovico ni Edelmiro pudieron ver terminado.
Pero desde Alcalá , iban con frecuencia a Salamanca; se reunían con fray Toribio que había profundizado en sus estudios y llegó a impartir clases en la Universidad.
En una de sus visitas, Ludovico y Edelmiro fueron a pasar unos días de descanso en una finca que los agustinos tenían, a siete Kilómetros de Salamanca, al lado del río Tormes,en la Flecha…

Julia no pudo evitar de nuevo los recuerdos: ya a final de curso, las tardes de los domingos, en primavera , con sus amigos, en La Flecha, al lado de río, descansando de las horas pasadas estudiando…Y entonces ya sólo quedaban las ruinas.. pero qué fácil le resultaba unos años más tarde compartir la sensación de placidez que Fray Luis de León experimentaba y que le llevó a escribir su oda más famosa: “Del monte en la ladera, plantado por mi mano tengo un huerto…

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Fray Edelmiro, había visitado en varias ocasiones su convento de origen, en León; allí habían comenzado las obras de restauración de la Iglesia, gracias también al apoyo de Felipe II que desde que había conocido a su hermano Jeromín, Juan de Austria en el Monasterio de la Santa Espina, tenía predilección por los monjes blancos o bernardos.
Fue en esas vacacionen en La Flecha cuando Edelmiro, que había pintado hermosas miniaturas en un libro de horas , tuvo la idea de pintar un retablo para regalárselo a su casa natal; y se acordó del viejo dibujo de la última Cena que su amigo conservaba; Y en un mes, en una tabla que prepararon los tres amigos, de los mucho árboles de la finca, pintaron la hermosa tabla de la última cena con once apóstoles; pintaron también otras escenas, en diferentes tablas, con intención de adornar la iglesia de S. Pedro de Montes, mientras disfrutaban del “suave viento” que Fray Luis, agobiado por tantas envidias, habría cantado años después en esa misma finca.
Fray Edelmiro acabó sus días en S. Pedro de Montes y fue enterrado en la capilla, al pie de la hermosas tablas que había transportado cuando aún tenía fuerzas para hacerlo; desgraciadamente, las historia posterior del monasterio hizo que todas desaparecieran excepto la de la Ültima Cena.

Julia esperaba poder terminar su historia.. Pero ahora el cómo y el cuándo ni ella misma lo sabía.

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