Había dejado atrás las altas cumbres y profundos valles de los Pirineos, había recorrido la cuenca donde se asentaba la romana ciudad de Pampeluna , con sus diferentes barrios que conservaban el sabor medieval, y el paso de sucesivas conquistas; y ahora se iba adentrando en la zona Media, con un paisaje verde de suaves ondulaciones, repleta también de edificios históricos, románicos, góticos, renacentistas…
Julia se dirigió hacia el occidente, buscando el camino que le llevaría quizá hasta el destino que perseguían todos los caminantes de esa ruta; pero, pensaba , como Antonio Machado:
“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más.
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
………………………………..
Caminante, no hay camino
Sino estelas en el mar”
“Eso es lo que busco, pensaba Julia, las huellas…Qué grande Machado”. Y esas son tan efímeras como las que deja en el mar una barca que se aleja.”
Tan abstraída iba en sus reflexiones que apenas se daba cuenta de dónde se dirigían sus pasos; como si se despertara de un sueños se encontró en medio de un paisaje de suaves colores invernales, con una iglesia redonda, tan humilde en su desnudez que representaba, sin pretenderlo, la perfección del románico: Santa María de Eunate.
Giró la cabeza al escuchar gritos y galopar de caballos ; el camino se llenó de pronto de un tropel de gente, todos corriendo, asustados. Julia se refugió como ellos en el interior de la iglesia ,mientras los caballos quedaban piafando, sudorosos, en el claustro porticado.
¿Qué ocurre?-preguntó, nerviosa
-Vienen los esbirros de Enrique de Francia, persiguiendo Templarios. Han tenido noticias de unos peregrinos que se llevaron el cristo de la iglesia del Crucifijo que está en Puente La Reina, hasta Santiago y que ahora al volver lo han vuelto a dejar allí, y sospechan que alguno de ellos sean templarios y quieren interrogarnos a todos los peregrinos que estamos por esta zona , desde el alto del Perdón hasta Estella para ver si les ayudamos a encontrarlos. Nos hemos refugiado aquí, porque los soldados no pueden entrar en esta iglesia.
-¿Y conocéis alguno?
El hombre que había hablado, de unos cuarenta años, bien vestido, cono botas de montar, miró a otros dos que iban con él.
-Es que no se atreven a decir que son templarios; pero se les puede descubrir porque son fuertes y saben pelear; por eso quieren provocarlos; pero a nosotros no nos os han hecho nada: es cosa del rey porque les debe mucho dinero y no quiere devolvérselo. Así que ha decidido acabar con ellos.
Julia contempló el interior de la iglesia, ahora vacío, cuyos muros rodeaban imperturbables la imagen de la virgen ante la que tantas tristes historias habían sido desgranadas.
El digno porte de los tres caballeros con los que acababa de hablar la persiguió durante el siguiente trayecto: Tengo que llegar a Puente la Reina” ver ese Cristo y esa Iglesia del Crucifijo, puede que allí me encuentre con más huellas, antes de que desaparezcan.
Pero antes de llegar , en el pueblo de Obanos, se tropezó con una muchacha, casi adolescente, vestida con ropa lujosa que denotaba un origen noble; estaba sentada en una elevación rocosa, al borde del camino , y su mirada límpida se perdía en la contemplación de un cielo sin nubes; a lo lejos, se divisaba lo que parecía su séquito con cofres sobre varios caballos de buena planta.
Julia no pudo por menos que detenerse e interrumpir el ensimismamiento de la bella joven, a la que preguntó su nombre y el porqué de su arrobamiento; tardó un rato en contestar como si su pensamiento estuviera a muchas leguas de ese lugar:
“Me llamo Felicia y soy hija de los duques de Aquitania; antes de casarme, pedí a mis padres que me dejaran peregrinar a Santiago y como mi primo Sancho es el rey de Navarra, me lo permitieron. .Ahora vuelvo a casa”
-“Y¿ qué te preocupa? No parece que vayas muy contenta”
-“A lo largo del camino, he tenido mucho tiempo de pensar… no quiero casarme He visto mucha miseria y quiero dedicarme a los pobres. Mis padres no lo van a permitir. Tengo que escaparme. ¿Me ayudarás a despistar a mis sirvientes?”
Ante su súplica, no tuve más remedio que ayudarla.
Felicia desapareció en un recodo del camino…
Cuando su hermano volvió a buscarla, en un arrebato de furia la mató y también peregrinó a Santiago de donde volvió convertido en un santo ermitaño
Santa Felicia reposa en una urna de cristal y el cráneo y los huesos de Guillermo, su hermano, en una ermita, muy cerca de Obanos.
Este camino, pensaba Julia, no es material; son las huellas de las gentes que por aquí han pasado: me han dado una gran lección la niña Juana y las joven Felicia; “Son tus huellas /el camino y nada más”
Cuando llegó a Puente La Reina, buscó la iglesia del Crucifijo y efectivamente, allí estaba, presidiendo el altar, sostenido por dos rústicos palos, en forma de aspa, impresionante, derrochando serenidad en su dolor.
Julia se arrodilló al lado de un hombre con barba, la cara cruzada por una cicatriz ; miraba intensamente al Cristo y apretaba las manos con fuerza alrededor del zurrón ; se levantó con determinación , dirigiéndose hacia la puerta, pero reparó en ella que a su vez se había puesto de pie y le seguía con la mirada; sus miradas se cruzaron:
“Eres Martín ¿verdad? Martin Castriello, el último templario.. “
Y Julia sufrió un escalofrío al imaginar el suplicio que le esperaba, unos meses más tarde.
Recorrió lentamente el Puente; el río seguía corriendo imperturbable, como siempre lo había hecho, sin importarle quiénes y por qué se afanaban en cruzarlo. Un un día después llegó a Estella.
El camino navarro , iniciado en soledad se había llenado de personajes; algún día podría retomarlo y llegar al final, quizá, entonces entendiera eso de que la vida es un camino…