¡Buenos Aires! ¡Argentina! Como expliqué en mi post anterior, son palabras llenas para mí de buenas connotaciones durante gran parte de mi vida, desde la infancia; pero, además de esas connotaciones personales, los propias palabras, tanto la que da nombre al país como la que designa a su capital, sugieren bienestar, alegría.
¿De dónde proceden esos nombres tan sugerentes? El primero parece ser que procede de la Virgen del Buen Aire, de origen sardo, que desde Cerdeña llegó a Sevilla donde se popularizó su culto, especialmente en el puerto; y desde allí, de donde partían las expediciones al Nuevo Mundo, Pedro de Mendoza la llevó al Río de la Plata ; entonces, decidió llamar a la ciudad fundada por él : puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire”. Otros dicen que fue debido al buen aire que se respiraba allí.
Por otra parte, el Río de la Plata dio nombre al “Virreinato del Río de la Plata”, llamado así, probablemente, por las leyendas que lo relacionaban con un lugar rico en plata, en los alrededores de Potosí , en la actual Bolivia. Desde el S.XVI y XVII, se empezó a utilizar el termino “argentino”, en textos poéticos, por la latinización de “plata”: “argentum”, pero es en 1860 cuando se decide llamar el país ,“República Argentina”.
Pues a Argentina me dirigí, con todo ese bajaje sentimental, a Argentina me dirigí atravesando “ la mar Océana” como decían los antiguos, sólo en 12 horas, no como mis abuelos.
Estaba en el Nuevo Mundo, pero ¡me encontraba como en casa!: ese acento cantarín y delicioso es algo tan familiar para los españoles que es imposible sentirse extranjero. Además, como en mi caso, ¡cuántos argentinos tienen abuelos españoles!
Recorrí Buenos Aires de la mano de mi prima : teatro, música, librerías , cafés, parques, museos, galerías comerciales, magníficas avenidas bien trazadas, todo mostraba la grandeza de su pasado .
La avenida 9 de Julio, la más ancha del mundo, con el obelisco al fondo
El teatro Colón
O la librería Ateneo, antiguo teatro
o el tango del barrio de la Boca
Pero fue la provincia de Salta, en el Noroeste del país, o de Misiones, en el Noreste o en la región de la Patagonia, en el extremo sur, que fueron las provincias que pude visitar, las que, acostumbrada a los “pequeños espacios” de nuestra geografía peninsular, me llenaron de imágenes imborrables por la fuerza de la naturaleza salvaje y la inmensidad de los paisajes.
Las quebradas desiertas de Salta, los inmensos cardones, que asemejaban ejércitos apostados en las laderas, interminables, los salares de Jujuy,
un cóndor que pasa majestuoso, los aborígenes haciendo sonar las ocarinas desde lo alto de esas inmensas cumbres,
pero también los valles fértiles como el de Lerma, que recibe el nombre del fundador de la ciudad de Salta, donde se asienta una población muy religiosa, que se reúne a comer y a cantar en las famosas peñas salteñas de su capital, con sus empanadas y sus vinos de Cafayate, todo conforma una provincia a la vez inhóspita y cercana,difícil de olvidar.
En la provincia de Misiones están las cataratas de Iguazú; solo puedo decir que merece la pena hacer muchos kilómetros para encontrarse de repente con esa apoteosis de agua cayendo por todas partes con un ruido ensordecedor: el viajero se queda sin palabras, hipnotizado ante esa fuerza descomunal .
Y en la Patagonia, en el otro extremos, kilómetros de zonas desérticas
y también de pronto, una vegetación exuberante y la visión de una masa de hielo azul,
cinco kilómetros de hielo, de 60 metros de altura reflejándose en las aguas del Lago Argentino y quedarse anonadado ante tanta belleza; y el barco se acerca al glaciar y se ve el hielo desprenderse y convertirse en témpanos flotantes.
Veníamos de ver el agua cayendo desde ochenta metros del río Iguazú, y ahora nos encontramos igualmente hipnotizados contemplando las moles de agua sólida del Perito Moreno; y sólo es uno de los muchos que componen el parque de los glaciares, reserva de agua potable de la humanidad.
He recorrido sólo una pequeña parte de Argentina: ¿ qué me ofrecerá el resto que me queda por recorrer?