n misterioso sopesar entristecía mis días y alargaba amargamente la soledad de mis noches. El tiempo avanzaba; mas no mi ánimo. Sentía que, de algún modo, el mundo perdía sus matices, aún peor, también el paladar sucumbía ante esta calamidad, todo era insípido.
na mañana, mis padres al ver que mi deplorable situación no mejoraba, me convencieron de realizar un viaje, como familia, un viaje con dirección a la amazona, sitio que siendo sinceros no captó del todo mi atención, sin embargo, negarme ante esa propuesta acarrearía más sufrimiento para ellos quienes velaban por mi salud. Muy al fondo yo también buscaba la manera de como terminar con este mal, aunque no puedo negar la incesante sensación de que ese viaje fuese una total pérdida de tiempo. Es verdad que deseaba que todo ese sopesar se acabara, pero el hábito de recaer constantemente en ella había creado en mí una plausiva conformidad, a la orilla de una vida monótona.
a preocupación de mis progenitores se acrecentaba con el avanzar de mi estado, consideraban que en algún momento (si no hacían algo) abrirían la puerta de mi habitación y encontrarían la nefasta escena de un suicidio. Aunque este pensar no había calado todavía a mis deseos.
i madre, días antes de realizar nuestro viaje, fue arbitrariamente despedida de su empleo y, para colmo de males, obligada a firmar la renuncia, de no ser así la empresa podían adjudicarle despido justificado. Y todo por pedir unas simples vacaciones adelantadas. Al enterarme de esta noticia, caí sumergido en flagelante dolor, todos nuestros males eran causados de forma indirecta por mí, por ser tan patético, tan miserable y no tener el valor suficiente para lograr liberarme de mis cadenas, a fin de cuentas, era yo quien cargaba con el peso de esta desgracia.
legó el día, los boletos de avión estaban guardados en el tarjetero de mi padre. Las sonrisas y la euforia por el acontecer enmarcaban el semblante de aquellos que un día me dieron la vida y que hoy luchaban para que yo la mantuviera así. Todo estaba listo. Llamamos a la línea de taxi y en cuestiones de minutos ya íbamos en dirección al aeropuerto. Yo, como de costumbre, iba inmerso en el mundo de las notas y los instrumentos, perdido de la realidad entre un par de audífonos.
res días después de haber arribado a aquel peculiar lugar, nos fuimos a acampar a los pies de un bosque tupido de árboles, árboles tan inmensos que aparentaban tocar la cúspide del cielo. Cerca de nuestro pequeño campamento corría un rio muy cristalino llamado Cataniapo. El rio, de por si me pareció majestuoso; sus aguas eran extremadamente claras y la fuerza del mismo producía un potente sonido, la orilla de rocas grisáceas y otras arropadas con el musgo por el beso constante del agua, producían en mí una sensación de estar viviendo un ensueño. El aire estaba tan limpio que era un deleite respirar, sentía su humedad acariciar mi cuerpo como si lo amase. Todas esas sensaciones impregnaban mi alma de vida. No sé qué estaba ocurriendo, pero todo aquello despertó en mí una fuerza que creí yacía muerta, esa fuerza, ese algo, se estaba apoderando de mi cuerpo, no podía contenerlo por más tiempo, debía hacer algo, entonces, corrí, corrí como dejando el mundo atrás, cada vez más rápido, como si escapará de alguien, como si estuviese en peligro, como si la muerte viniera a por mí y yo no quisiese escucharla. Corrí hasta donde mis pies y el suelo rocoso me lo permitían, y, dejándome cubrir por aquella sensación reí a carcajadas, no entendía muy bien el porqué de la risa, sólo me dejé llevar. A unos cuantos minutos de haber emprendido mi alocada carrera, visualicé no a lo lejos, una enorme roca, tan gigante como para subirme en ella y apreciar el bosque desde allí. Me dirigí hasta el lugar (necesitaba aplacar mi curiosidad) y habiendo subido con esfuerzo, pues la roca era bastante inclinada, una ráfaga de viento me dio la bienvenida arremolinándose alrededor de mí, inhalé hasta llenar mi diafragma y pulmones con aire, instantáneamente el deseo de gritar sobrevino y estallé. Grité tan fuerte como pude, grité una y otra vez, hasta desahogar mi alma, mi razonamiento, mis sentimientos, hasta sentirme vacío. Al poco tiempo lagrimas cayeron de mis ojos y junto con ellas mi espíritu. Caí de rodillas, debido a la sensación de abandono que me arropaba. No les encontraba razón alguna a mis lágrimas, nada en el exterior me producía dolor y, aun así, las lágrimas no paraban de salir.
l poco tiempo, sentí un fuerte abrazo provenir desde mi espalda, era mi madre que viéndome correr vino tras de mí.
e sentía como ido de este mundo, ensimismado y contraído. Al subir la mirada y proyectarla hacia el frente, quedé totalmente paralizado, pues estaba observando a una extraña criatura que desde lejos nos observaba. Apreté la mano de mi madre con fuerza.
omé la mano de mi madre y comenzamos a caminar con dirección al campamento.
Pero nada me sacaría de mi cabeza que algo extraño con forma de semi-humano nos observaba.
l llegar al campamento mi padre corrió a recibirnos, me dio un abrazo y besó a mi madre. Mi padre, quien sabia pescar, para sorpresa de todos, tenía lista la cena; pescado asado al fuego y papas con huevos sancochadas.
omimos, bebimos agua del rio y llegada la noche, mi padre, saco una guitarra, y dijo:
así fue, duramos varias horas cantando y tocando. Mis padres se veían feliz de verme tocando para ellos. Debes en cuando miraba hacía el cielo; Las estrellas parecían brillar más; el cielo estaba tupido de ellas, nunca había visto un cielo igual. Era sobre acogedor.
asadas las once de la madrugada decidimos acostarnos y dormir, mis padres se incorporaron en su tienda y yo en la mía.
ebido al agotado día me quedé dormido plácidamente, hasta que sentí que algo estaba moviendo mi carpa. Al abrir mis ojos pude notar que el reflejo de una sombra un tanto rara caía sobre mi tienda de campaña.
Continuara…
Gracias por el tiempo dedicado al leerme.
Te espero en la siguiente entrega.
Feliz día, tarde o noche.
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