Desprecio y asesinato: Relato.

Desprecio y asesinato


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Cerré la puerta de entrada de la casa, tras de mí, con una embestida tan brutal, que el impacto contra el marco de hierro agrietó la pared que la sostenía. Salí a la calle, no soportaba más los insultos contra mi persona. La madrugada me daba la bienvenida a través de truenos, alcé la mirada, nubes cargadas; el preludio de una noche lluviosa. Comencé a caminar y al poco tiempo, tas, la primera gota de lluvia cayó en mi guardacamisa.


— ¡Nox, no te vayas así!… ¡ENCARAME! ¡Demuestrame que tienes pantalones! —
El recuerdo de Raquel, gritándome, circundaba mi presente.

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El viento arreciaba con fuerza, lo que producía que mis dientes tiritaran; mis brazos entrelazados uno encima del otro trataban de darle calor a mi pecho. La impotencia bajo el yugo de la ira marcaba mi rostro, logrando pigmentar mis ojos de un color rojizo, mientras algunas lágrimas se asomaban en ellos. Estas lagrimas no eran de tristeza, eran de furia contenida.
El cielo no soportó ni un segundo más su pesada carga y dejó caer de manera estrepitosa aquel manto de lluvia.


— ¡No eres más que un pusilánime enclenque, un maldito vil escuálido! ¡Eres un don nadie! ¡Una maldita basura! —
Raquel golpeaba mi cabeza con el dedo índice de su mano derecha, tan fuerte, tan endemoniadamente irritante.

Yo, sólo la observaba, silencioso, y bajo ese silencio un furor tan despiadado que producía un temor tan atenuante en mí, con sólo imaginar en darle rienda suelta.


Caminaba sin rumbo fijo, contra viento. Estaba atado a esos malditos recuerdos de hace unos minutos, por más que intentase de distraerme, no paraban de personificarse en mi caminar.


— No sé qué te vi… Ni siquiera me follas bien… Mira no más, qué ni para eso sirves… (Raquel jadeaba de la rabia) Deberías morirte. Sí, haz eso, muérete y me harás un gran favor. —
Mis ojos se enfocaron en su rostro, en su boca y en su cuerpo, recorría cada facción que ejercía al vociferar aquellas adulaciones para conmigo.

El agua, causa del torrencial, recorría aceras y calles como forma de rio; algunas alcantarillas tapadas llenas de basura ayudaban a inundar el pórtico de algunas casas. El frío se atenuaba con cada paso y aun así no apaciguaba lo que se venía poco a poco apoderando de mí.


— ¡Me das asco! Ya no aguanto tu presencia, tu olor… Sí maldito, escuchaste bien: tu olor me repugna… Y más cuando me coges con ese minúsculo pene… Todos mis dizques orgasmos, escucha bien, ¡Todos! Fueron un engaño… Eres la peor de las escorias… Sabes, pensándolo bien, tú no eres un hombre… No sé qué eres… veamos, te voy a describir… —

Mi cuerpo empapado convulsionaba en leves espasmos de frío, el corazón aceleraba sus latidos buscando la forma de calentar mi cuerpo. De repente, no aguante más; mis pies se paralizaron, un colapso mental dominó mi ser, veía como el agua unida entre barro y basura entraban por las costuras de mi calzado, algo comenzó a dominarme, aquello comenzó a recorrer mi cuerpo desde lo pies a la cabeza, así lo apreciaba.


— A ver, veamos: Eres un maldito asalariado, por consiguiente, nunca podrás lograr surgir de tu miserable estatus social
— ¿Y eso por qué? —
¡Porque eres un conformista mediocre! Además, tu aspecto no te ayuda en nada… Eres horroroso, pareces un escroto mal formado…
tu cara… tu estúpida cara está llena de huecos, tus dientes están podridos, tienes las orejas grandes, ja, ja, ja… Eres un maldito Dumbo, ja, ja, ja… ni hablar de tu nariz…
si es que, a eso se le puede llamar nariz… Tienes nariz de cerdo, de un mal-di-to cerdo, ja, ja, ja… Ya sé que eres, Nox.
Sí sí sí, ya lo sé, eres un fenómeno, ¡Un maldito fe-nó-me-no! ¡ja, ja, ja! ¡A ti no te creó Dios! no no no, a ti… a ti te abortó el Diablo por el ano. ¡ja, ja, ja! —


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Entonces di un giro de ciento ochenta grados, mis puños se cerraron y grité con tal fuerza que algunas personas, (las que lograron escucharme) abrieron las puertas de sus casas, se asomaron con temor para averiguar lo que sucedía. Después de haber descargado aquel grito, algo termino de poseerme. Desconozco si a esto se le conoce, por los religiosos, como posesión, pero ese hombre no era yo, ese hombre era un demonio, un demonio lleno de una ira tan abismal que nada lo podría parar. Sólo el deseo de ver sus deseos hechos realidad podrían calmarlo.

Mi respiración se aceleró, mi mandíbula apretaba con fuerza mis dientes; inhalaba, y exhalaba por la boca de manera que aparentaba ser un animal rabioso. Emprendí mi camino de vuelta a casa. Traté en varias ocasiones detenerme, pero nada, nada funcionaba. Era un mero espectador dentro de mi propio cuerpo, notaba como de manera progresiva mis pasos se aceleraban, el rio de lluvia de esparcida en cada pisada.

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De un momento a otro, para colmo de los males, el servicio eléctrico se cortó; un apagón total inundó las calles, apenas lograba ver por donde pisaba.
Después de varios minutos reconocí que me encontraba justo delante de la puerta de mi casa, se notaba por las hendiduras de las mismas que Raquel había encendido algunas velas. Repentinamente abrir la puerta con una bestialidad que la misma, impacto bruscamente contra la pared, los truenos y los rayos me daban la entrada triunfal. Raquel retrocedió despavorida, pero sin dejar de verme de una manera repugnante. Ella salió corriendo, disparada hacia la cocina agarró un cuchillo y dijo:


— ¡Qué! ¡¿Al niño le entraron aires de hombre?!... ¡¿Me vas a matar, maldito?! —
Raquel se abalanzaba de un lado a otro moviendo el cuchillo en dirección hacia mí, en su rostro se notaba las ganas de herirme. Yo sólo la observaba, con odio, rencor y furia.
— ¡No vas a poder!… ¿Sabes por qué? ¡Porque eres una marica sin pantalones! —

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Aquellas últimas palabras fueron el detonante que terminaron de despertar el demonio dentro de mí. Y bajo un grito de furia, me arrojé sobre Raquel, esquivé algunos de sus intentos de apuñalarme, y como pude le quité el cuchillo, la tumbé sobre el piso y estando encima de ella y sin razonar, le di la primera puñalada, esta entró por su seno izquierdo.

— ¡Ves maldita, ves que sí tengo el coraje de matarte! —
Saqué el cuchillo del pecho de Raquel, y nuevamente, pero esta vez con ambas manos la volví apuñalar, entró justo en el corazón, porque después de allí, vi como el brillo de los ojos de Raquel, se extinguió. Aun sabiendo esto no me detuve; en total, fueron 48 puñaladas para aquel ser se calmara y lograra soltar mi cuerpo. Con lágrimas brotando de mis ojos me eché a llorar en el regazo de aquel cuerpo que un día perteneció a mi esposa.

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Hoy, después de 10 largos años en prisión, por fin vuelvo a ver las calles de mi amada Venezuela, deseando nunca más experimentar esa horrorosa escena.

Fin

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Lector:
Gracias por el tiempo dedicado al leerme.
Feliz día, tarde o noche.

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