La primera infancia, especialmente los tres primeros años de vida, es el tiempo en que cada uno de nosotros deberíamos haber vivido envueltos de seguridad y afecto.
Nuestras primeras experiencias quedan impresas en el cerebro. No hay filtro. No hay criterio ni defensas para protegerse. De adultos, mantenemos este Niño Interior y en él perduran las características esenciales de cada uno de nosotros, ilusiones, aptitudes, gustos ... y también nuestros miedos, carencias y necesidades.
Por eso es tan importante como nos han tratado y como tratamos, atendemos y nos dirigimos a nuestros hijos.
Otra cosa importante es que además de haber sido acogidos con palabras y actos cariñosos también deberíamos haber sido acompañados y contenidos en momentos difíciles en que el niño se siente mal.
Los estados emocionales por los que pasa el niño no siempre son agradables ni fáciles de transitar. Este es el caso de las rabietas como descarga súbita y potente de malestar o fustración.
A menudo, el adulto se siente incapaz de mantener la calma tan necesaria en estos momentos, incluso parece otro niño que se va exaltando paralelamente al primero.
Pocas personas, cuando fuimos niños, hemos sido amadas de forma incondicional. Esto no quiere decir que hubiera una falta de buena voluntad por parte de nuestros padres ya que en general han hecho lo que creían que era mejor o lo que pudieron según las circunstancias que les tocó vivir.
Habitualmente para ellos lo más importante era "educar bien" a los hijos para que fueran fuertes y capaces de adaptarse bien al entorno en general, familia, amigos, escuela, ... y finalmente a la sociedad.
Por ello no se trata de juzgarlos y culpabilizarlos sino de revisar nuestra infancia para ver como hemos desarrollado los mecanismos de defensa que son los que marcan nuestra manera de actuar en la actualidad. Estos imprimen nuestra personalidad y especialmente la manera de relacionarnos con los demás y de afrontar los conflictos.
Eso no quiere decir que estemos condenados para siempre pero sí que se forja la tendencia hacia la que nos orientamos de forma espontanea.
La manera de jugar las cartas que nos han tocado puede mejorar con los años si estamos atentos a nosotros mismos y sobretodo si tenemos interés en pulirnos.
Reconocer qué fue LO QUE NECESITAMOS en momentos cruciales de nuestra infancia Y NO OBTUVIMOS es el primer paso para conectar con nuestras heridas y poder sanarlas.
En psicología se habla del Niño Interior al referirse a esta parte que todos tenemos y que tiene que ver con los anhelos más profundos que dan sentido a nuestra vida, aunque a menudo no somos del todo conscientes.
Nuestra parte de conciencia adulta acostumbtra a criticar estos deseos básicos que con ligeros matices siempre tienen que ver con el ansia de ser amados y valorados. La voz crítica nos dice:"tu ya no deberías querer esto ó aquello, o no deberías tener miedo de esto o aquello, etc."
A menudo nos avergonzamos de estos deseos y temores, de la vulnerabilidad, dependencia etc. y entonces le tratamos al Niño Interior , o sea nos tratamos a nosotros mismos como hicieron los adultos anteriormente. Con las mismas exigencias y carencias. Si fuimos ignorados nos ignoramos, si fuimos abandonados , nos aban donamos, si fuimos maltratados, nos maltratamos, etc. No le hacemos caso, no tenemos en cuenta sus necesidades y encima le reñimos o sea que nos criticamos por no ser como deberíamos.
Así nuestro Niño Interior se va encogiendo y llega un punto que casi no podemos escucharlo.
El resultado es que si nos desconectamos de él quedamos desorientados, sin motivaciones, atrapados en la inhibición o el descontrol. Es importante también tener en cuenta que al cabo del tiempo tenemos tendencia a tratar a los demás como nos trataron a nosotros.
Si queremos llevar una vida plena es necesario recuperar la primera infancia, especialmente los tres primeros años de vida, es el tiempo en que cada uno de nosotros deberíamos haber vivido envueltos de seguridad y afecto.