“Venezuela es un país rico”. Consigna que ha perdurado durante el discurso político-económico y las redes sociales venezolanas. Lamentablemente, esta frase célebre no cuadra con la cruda realidad de los hechos –por los últimos 50 años Venezuela ha experimentado un proceso de empobrecimiento, de forma gradual desde 1970 hasta 1998 y de forma acelerada desde 1998 hasta el presente. En el fondo, el socialismo que Venezuela hoy padece no llegó de golpe.
En realidad, Venezuela es un país que tiene muchos recursos naturales –cobre, hierro, petróleo, etc. –, pero en este mundo hay un sinfín de países que están dotados de recursos. Recursos naturales hay en todas partes, por ende estas bendiciones naturales no garantizan por sí solas que un país sea rico o próspero a largo plazo.
Un país no es rico por lo que tiene, sino por lo que produce. Un país rico es un país donde el valor se puede crear fácilmente, donde las instituciones permiten que cada emprendimiento tenga sus frutos y todos los implicados puedan gozar de sus beneficios sin ningún tipo de traba. De nada sirve tener petróleo en el subsuelo si a finales de cuentas se trata de un monopolio entre el Estado y un puñado de multinacionales. Del mismo modo, no vale tener terreno fértil si el Estado lo expropia todo. En fin, puede que Venezuela tenga todos los recursos del mundo, pero esto no garantiza su salida del subdesarrollo si no cuenta con las instituciones necesarias que fomentan el desarrollo económico.
En su momento, Venezuela tuvo una época en que fue un país verdaderamente rico durante los 50, donde su PIB per cápita quedó en cuarto lugar a nivel mundial. Gracias a políticas relativamente liberales en materias económicas y un auge de inmigración capacitada proveniente de Europa, Venezuela pudo gozar de un milagro económico desde 1920 hasta 1960.
A partir de 1958, con el regreso de la democracia, el juego empezó a cambiar gradualmente. La época de 1958 hasta 1998 fue conocida por el consenso social demócrata del Pacto de Punto Fijo, en el cual se estableció una orden política socialdemócrata entre los partidos Acción Democrática (AD) y COPEI. Dicho consenso fue caracterizado por políticas económicas con rasgos dirigistas donde el estado fue el principal impulsor en la economía y el sector privado era un elemento secundario.
Sacando provecho de la bonanza petrolera de la época de la “Venezuela Saudita” en los 70, el Estado venezolano desempeñó un papel sin precedentes en la economía a través de su nacionalización del petróleo e intervención económica en diversos sectores. Con la creencia de que la renta petrolera y la redistribución de dicha renta a través del Estado podía abastecer el país para siempre y podía brindar todo tipo de empleo. el Estado venezolano se convirtió en el amo de la economía venezolana.
Como resultado, la estatización de la industria petrolera en los 70 generó incentivos nefastos, los cuales dieron inicio al deterioro lento y gradual de la economía venezolana. Durante las bonanzas petroleras lo único que hacían estos gobiernos era despilfarrar ingresos petroleros en proyectos faraónicos y prestaciones sociales, a la vez corrompiendo las instituciones gracias al inmenso flujo de petrodólares en la economía venezolana. Luego, las realidades económicas se manifestaban en situaciones de quiebra (cuando el precio del petróleo se desplomaba).
Con las “fuerzas productivas básicas de la economía” en las manos del Estado venezolano, los gobiernos se convirtieron cada vez más socialistas y paternalistas, desvirtuando instituciones y estableciendo un sistema clientelista centrado en un capitalismo de amigotes en vez de un sistema de libre competencia y pocas barreras de entrada. Naturalmente, dichos acontecimientos llevaron a Venezuela a varias crisis económicas y sociales –la devaluación del bolívar en 1983, El Caracazo, etc.– que socavaron la institucionalidad de una democracia que desde el principio parecía un castillo de naipes.
Lo que originalmente fue un país que estaba a punto de ser una potencia económica a nivel mundial, quedó en ser solo el país más rico de América Latina a comienzos de los 90. La clase política e intelectual se quedó satisfecha con esa categoría, la cual no es nada del otro mundo cuando se considera el estado de mediocridad y estancamiento que América Latina ha padecido a lo largo de su historia. Es fácil parecer bueno cuando un país está rodeado de tanta mediocridad.
Por desgracia, llegaron movimientos radicales, sobre todo el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 encabezado por Hugo Chávez, que se aprovechó del descontento social y desconfianza en los partidos punto fijistas.
Las medidas económicas, como los controles de cambio, los controles de precios, las expropiaciones, y la inflación galopante provocada por un incremento notable en la masa monetaria impulsado por Chávez han llevado al país no solo al punto de quiebre económico, sino también se puede tildar como un Estado fallido a estas alturas.
Tal como Roma no se construyó en un día, Roma no se cayó en tan solo un día. Para que el país avance, hay que reconocer los errores del pasado y siempre tener un cierto grado de autorreflexión y autocrítica. El conformismo es el primo de la mediocridad, la cual pueda terminar en el estancamiento tanto político como económico.
Para que Venezuela sea un país verdaderamente rico, los venezolanos tienen que reconocer no solo los errores del chavismo, sino también los errores cometidos durante la 4ta República y apuntar a un modelo capitalista que se basa en la iniciativa privada.