El andariego
Y le preguntó a la suerte
cuál sería su destino.
Tiró los dados:
cayeron en un abismo.
No tienes casa,
tu hogar lo llevas contigo,
no hay lazo que no puedas romper,
sigue tu camino.
Vete, vete pronto, andariego,
antes que las raíces te quiten el brío.
Que nada te ate aquí,
que la vida es un solo latido.
Emprendió con el alma de la madrugada,
como un río lento de agua limpia,
no cayó en la tentación de voltear
a ver las huellas de aquellos días.
No aliñó ninguna cercanía,
ni nada de él derramó en las esquinas.
Aquel viaje era la mudanza,
la transformación definitiva.
Ya lejos de la montaña
fue aire, fuego, hasta una simple brisa.
Y supo el andariego que todo aquello que sentía
era parte de su esencia y lo único en su vida.
¿De cuál cielo arrancado es el andariego?
Algunos dicen que huye de un país
que fue un veneno para sus venas,
tierra arrasada por las ermitas,
poblada por almas en pena.
Otros dicen que fue un amor
que lo hizo partir lejos
buscando pedazos de sí mismo
en mitad del silencio.
Nadie se acuerda que fue el destino,
el posible agotamiento,
el que lo llevó a romper con el tiempo
y volverlo añicos,
e irse, irse lejos,
sin tener un rumbo fijo.