Concurso de Nano Narrativa (Semana 6) | Laika

Saludos a todos
Esta es mi participación al concurso de #nanonarrativa organizado por @acropolis. Si desea participar visite esta página

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Foto propia, editada en fotoram.io

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Laika

Cuando el Viejo Cheché resbaló y cayó en el baño, el dolor seco de su cabeza golpeando el concreto resonó en toda la casa. El temor más grande de todo viejo, cuyos hijos ya se han ido y cuyos nietos se mantienen distantes como si la cercanía a estas pieles arrugadas, curtidas de amor y abnegación les robara años de vida, se había hecho realidad.

Solo los ladridos de la perra, Laika (a quien él mismo había encerrado en el fondo de la casa porque le molestaba la juguetona torpeza del gigantesco animal), el grito en la distancia de su viaja Ana y el temor de que fuera ella quien resbalara y cayera en su desespero por salvarlo de este predicamento, lo mantenía consciente. Trató de incorporarse para gritarle que estaba bien, que no necesitaba ayuda, pero una modorra escalofriante se apoderó del cuerpo que ya no se sentía suyo.

Ana se asomó al baño envuelta en gritos y lágrimas.

-Viejo, viejito; ¿cómo te caíste? Déjame ver a quien veo por ahí que venga a auxiliarnos.

Tendido boca arriba, el viejo Cheché solo alcanzo a estirar su mano tratando de calmarla y su vez de absorber algo de su energía para asegurarse que todo estaría bien. La vieja Ana regresó al instante más pálida aún.

-No hay nadie por ahí viejo y el teléfono no sirve. Yo no sé si yo tenga fuerza.

Lo tomó por los brazos y trató de arrastrarlo fuera del baño. No avanzó mucho y una presión en el pecho la venció. Se sentó en el mojado y resbaloso piso acariciando suavemente el rostro frio y sudoroso de su compañero de toda la vida, por quien irónicamente, después de tantos episodios de sufrimiento, nunca pensó sentir esta desesperada necesidad de salvar.

Cuando empezaba a lamentar el haber parido y criado tanto para terminar así, una lengua pesada y viscosa la sacó de sus cavilaciones. Laika se las había arreglado para saltar la cerca que la separaba de la casa y ofreció su musculosa figura para levantar al viejo a quien ella también había aprendido a querer.

Unos minutos más tarde, un vecino desconcertado se asomó al ver las puertas abiertas y no ver la acostumbrada figura del viejo leyendo el periódico en la acera. Había venido casi arrastrado por una enorme perra que no dejaba de emitir un ladrido lastimero. Los encontró en el cuarto. Una bolsa de hielo servía de almohada al viejo y un guarapo caliente apaciguaba los nervios de la vieja pareja. Se ofreció a llamar al hijo más cercano y a buscar un carro que los llevara al hospital. Le pareció un verdadero milagro que el viejo Cheché no hubiera sufrido fractura alguna.

-¿Cómo hizo para levantarlo y traerlo al cuarto, señora Ana? Preguntó angustiado el vecino.

Ambos viejos miraron a Laika, quien cumplida su misión, salía del cuarto sigilosamente y regresaba al patio saltando la cerca que la separaba de la casa.

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