Hola a todos mis queridos y apreciados amigos de steemit. Los que me conocen saben que a mí me gusta empezar dejándoles mis mejores deseos y bendiciones para su vida personal, y para su emprendimiento dentro de esta maravillosa plataforma.
Si es primera vez que me lees, te comento que mi trabajo siempre está enfocando en psicologizar steemit. Teniendo como meta principal poder contribuir con mi trabajo a su crecimiento personal. Esto lo puedes comprobar revisando cualquiera de mis post, donde encontraras variados temas que te nutrirán como personas.
Mi motivación para realizar el presente post, es que recordé una historia que me relato uno de mis anteriores psicoterapeuta, la cual quise compartir contigo. Te confieso que esta historia es en realidad más corta, pero yo quise ampliarla para mostrar otras cosas a través del cuento.
Sin más preámbulo, comencemos:
La historia del Kintsugi
Alrededor del siglo XIV existía un shōgun en Japón que se llamaba Ashikaga Yoshimasa, que era un gran amante del té. Solía tener una bella colección de tazas, que usaba cada una de ellas dependiendo el tipo de evento que se presentara. La cantidad de cada tipo variaba según el nivel de importancia del evento en que se utilizase, donde a mayor fuese la importancia del evento más especial y única seria la tazas.
Las tazas más comunes que poseía el shōgun las destinaba para el uso casual en sus horas habituales de tomar el té, que eran después de las comidas o cuando le tocaba reunirse con las personas del pueblo que les venían a realizarle alguna solicitud, o cuando algún extranjero quería hacer negocios con él. Este era el mayor juego de tazas que poseía, siendo ellas de porcelana común, pintadas con colores mate a unicolor y sin decorativos.
Después le seguían en el orden de importancias, las tazas que usaba en las reuniones con sus generales, en las cuales se platicaba sobre las condiciones actuales de su reino y su ejército, de las posiciones de sus enemigos y las estrategias de combates que se planeaba utilizar para defender su territorio. Para estas reuniones el shōgun disponía de tazas especiales capaces de conservar el té caliente, puesto que estos encuentros se solían extender por largas horas. Por ello, el té que se ofrecía se preparaba con jengibre para generar tenues picores en la legua del que lo bebiera, y se serbia casi hirviendo para mantenerlos despiertos. Además, con el fin de inspirar a las personas que bebieran de ellas, estas tazas poseían variados diseños sobre la guerra y los samuráis.
Pero, la colección más valiosa que poseía el shōgun era un pequeño juego que estaba conformado por unas tres tazas, que fueron diseñadas especialmente para cuando su hija fuera a contraer matrimonio. Estas tazas eran únicas en su tipo, tenía la forma de un cilindro largo y delgado, con una base ancha y una abertura amplia, la cual no poseía aza para sostenerla; y para hacerlo, la persona que la usase debía con una de las manos agarrarla por los lados, y con la palma de la otra sostenerla por abajo.
Estas tazas estaban hechas de una porcelana especial, que lograba mantener el calor en la cara interna de la taza sin que se calentase los bordes externos de las mismas. Era una porcelana impecablemente blanca, capaz de adsorber el color con que se tocase. Al llegar el matrimonio de su única hija, el shōgun había elaborado todo un ritual para cuando terminase la ceremonia del matrimonio, y llegase el momento de la partida de ella con su esposo.
Esta sería una reunión íntima para tomar el té con la pareja y los padres de ambos, donde cada pareja iba a tener una taza asignada. Empezando por los padres del novio, que a medida que iban haciendo el té les iban relatando las diferentes dificultades por las que pasaron en su matrimonio, y les regalaban sabias palabra cuando comenzaron a tomarse el té, que les servirían para afrontar las distintas vicisitudes que se presentan a lo largo de la vida en pareja. Luego le llego el turno al shōgun y su esposa, los cuales a medida que iban elaborando un nuevo té, les obsequiaban sabias palabras que les ayudaría para la crianza de sus futuros hijos. Finalmente les toco a la pareja de recién casados, que con las indicaciones que les regalaron sus padres elaboraron un nuevo té, con el cual les dieron las gracias por todo lo que habían recibidos de ellos hasta ese momento.
Al terminar la reunión se coloco en el medio de la meza un tazón lleno con una pintura de color Amaranto, donde todos iban a sumergir la mano. Los hijos les iban a dejar su huella en la taza de sus padres. Mientras que ambas parejas de padres les dejaron sus huellas en la taza del nuevo matrimonio, para así dejarlos marchar a su nuevo hogar.
Luego del ritual de despedida, el shōgun tomo la taza marcada con las huellas del nuevo matrimonio y se la llevo a su salón de tesoros. Pero en el camino se tropezó con la alfombra cayéndosele la taza al suelo, que al tocar el piso se rompió en varios pedazos que se difuminaron por la habitación. El shōgun al ver en lo que se había convertido su preciada taza se sintió triste y apesadumbrado. Después de haber recogido cada uno de los pedazos, el shōgun mando a llamar al mejor artesano del reino para que repararan la taza.
Al llegar con el emperador, se quedo impresionado por la gran hazaña que le pedía, puesto que hasta ahora nadie se había propuesto a reparar una taza. El experto artesano sin decir nada, tomo los pedazos de la taza y se los llevo a su taller. A los pocos días regreso, logro reconstruir la taza, uniendo nuevamente cada uno de los pedazos con gruesas grapas de acero. El shōgun al ver como quedo la taza se decepciono, puesto que la taza había perdido su belleza con las grapas que le sobresalían, además que, no podía tomar té en ella a causa de que el líquido se salía por los agujeros que dejo en ella las grapas.
Apesadumbrado, el shōgun hizo que se regara por todo el reino la noticia que estaba buscando un artesano que fuese capaza de reparar su taza, sin que ésta perdiera su belleza y conservase su utilidad. Al poco tiempo llego otro artesano que pregonaba que era capaz de reparar la taza de tal forma, que nadie notaria que se había roto alguna vez. El shōgun entusiasmado con lo que decía el artesano, le dio los pedazos sin pensarlo dos veces. Al poco tiempo éste regreso con la taza reconstruida, la cual parecía como si su hija y el yerno se lo acabase de marcar con sus huellas aquel día de su despedida. Alegre el shōgun de ver unida nuevamente su taza y que las grietas se les fuesen borrado, pidió que le sirviesen té para festejar la unión de lo que una vez se rompió. Pero al poco tiempo de tener el líquido caliente en su interior, el pegamento se derritió y la taza comenzó a despedazarse.
Deprimido, el emperador pensó que su preciada taza jamás iba a estar unida nuevamente, creyendo que se tenía que conformarse con ver para siempre su taza hecha pedazos. Hasta que un día un viejo artesano de las altas montañas se acerco silenciosamente al palacio. Al llegar, le pido al emperador que le diera la oportunidad de intentarlo con un nuevo método que él estaba practicando. Sintiéndose desilusionado, acepto entregarle los pedazos para así no tener que verlos por un tiempo. El método que invento este viejo sabio era el Kintsugi, el cual concites en pegar los pedazos de la taza con un adhesivo hecho con polvo de oro. El emperador quedo encantado al ver su taza nuevamente reconstruida, sintiéndose asombrado por ver que las viejas grietas que le recordaban que una vez estuvo rota, eran ahora una bella red dorada que envolvía y embellecían la taza.
Reconciliarnos con nuestra historia
Esta historia nos sirve para reflexionar varias cosas, entre las cuales está que es un buen ejemplo de la importancia de reconciliarnos con nuestro pasado.
Todos alguna vez hemos deseado borrar ciertas partes de nuestra historia, creyendo que al eliminarlas de nuestra vida nos desharemos del sufrimiento con que vivimos en el presente, cuando en realidad lo que está causando nuestro tormento actual es el hecho de que rechazamos una parte de nuestra historia. Cuando renegamos de nuestra historia fragmentamos nuestro ser, generando un caos en nuestro interior.
Para cambiar esto, es necesario que desarrollemos nuevos ojos con que poder mirar esos hechos de forma diferente, lo cual se logra cuando nos atrevemos a contar nuestra historia a personas que están dispuesta a escucharnos sin juzgar y con una empatía amorosa. Ellos nos enseñaran a verla desde ángulos que nosotros no conocíamos anteriormente. Logrando de esta forma comprender cabalmente la famosa frase de Barry Stevens que dice “Si por vivir todo lo bueno hube de vivir todo lo malo, no renuncio a nada de lo malo por no perder nada de lo bueno”.
La Resiliencia que nos integra
La palabra resiliencia es un término que originalmente viene de la metalúrgica y viene siendo “la capacidad de ciertos materiales de recobrar su forma original luego de ser sometidos a algún proceso de presión deformadora”, o “la resistencia que oponen los cuerpos a la ruptura por un choque” Fuente.
Todos hemos pasados por dificultades alguna vez en la vida, que al salir de ella en ocasiones nos solemos sentir como si fuésemos crecido tras la adversidad, y en otras pareciera que nos hubiésemos empequeñecidos, pero lo que en realidad pasa es que nuestra resiliencia se está desarrollando en esos momentos. La resiliencia viene siendo esa capacidad que todos posemos, que nos ayuda a integrar a nuestro ser las experiencia adversas por la que pasamos en nuestra vida.
Al ser la resiliencia una capacidad innata, la podemos desarrollar para que se nos haga más fácil afrontar y superar las diferentes vicisitudes de nuestra vida. Para ello lo que tenemos que hacer es, revisar los recursos con que contamos para afrontar la situación, ver con que personas contamos y sentirnos con el derecho de pedir ayuda cuando la necesitamos.
Darle sentido a nuestras heridas.
Una vez leyendo sobre psicoterapia narrativa, fue muy significativo para mí saber la definición que desde esta perspectiva se le da a los traumas: “el trauma es un evento por el que pasamos que no le podemos darle sentido con nuestra vida”. En otras palabras, el trauma es un momento de nuestra historia que sentimos que no encaja con nuestra historia.
El evento traumático llega a nuestra vida como el golpe que recibe la taza que la rompe en muchos pedazos. Después del trauma, nosotros sentimos fragmentado nuestro ser. Muchas veces como en el cuento, quisiéramos hallar una solución que nos permita reármanos sin que se noten nuestras cicatrices. Pero esos métodos que buscan borran nuestro pasado solo nos servirá por poco tiempo, porque cuando llegue algo que nos haga recordar el trauma, calentara nuestro interior de tal forma, que disolverá el pegamento que usamos para unir nuestro ser resquebrajado.
El camino correcto viene siendo aquel que nos permite reconocer nuestra historia como parte importante de nuestro ser, y a medida que avanzamos nos iremos integrando con ésta. Esto lo empezamos hacer cuando iniciamos la búsqueda de darle sentido a lo que hemos vivido. El poeta Rumi decía que “la herida es el lugar por donde entra la luz”.
Yo una vez tuve una paciente que había sufrido de violencia de género. Ella renegaba su historia, puesto que no creía que eso le hubiese pasado, porque pensaba que eso les pasa a personas específicas, todas ellas muy diferentes de su caso particular. Cuando gracias a su proceso personal logro aceptar que si había sido víctima de violencia de género, empezó a dejarse de ser tan exigente consigo misma y autocritica, para empezar quererse más. Posteriormente, nació el deseo en ella de querer ayudar a otras mujeres que habían o están pasando por lo mismo, y para ello se propuso a usar su historia como un ejemplo de superación. Ese evento que al principio había sido un trauma para ella, gracias a que lo acepto, se convirtió para su vida como esa bella red dorara que embellecía a la taza del shōgun.