Magia en la poesía | Magic in Poetry - #Chronos


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A escasos dieciséis años de vida, decidí que yo me incorporaría al campo laboral. Aunque tenía múltiples habilidades, mis primeras labores fueron en trabajos “no calificados”. Uno de los primeros fue en el área de “reproducción” en la organización de eventos. Con ese nombre designaban al departamento encargado de transcribir, imprimir y encuadernar todas las ponencias del evento, entre algunas otras tareas.


English version below!


Como en la vida misma, allí también existían las jerarquías y los estatus. Dentro de esa escala social eran las mecanógrafas las de mayor jerarquía y respeto, al igual que las traductoras (en ambos casos un terreno dominado por las mujeres), pues estas cargaban con la responsabilidad máxima de la actividad.

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En otro campo muy alejado, estábamos los de “reproducción”, cuyo trabajo consistía en operar los mimeógrafos, compaginar las páginas impresas, encuadernar, sacar fotocopias y similares. Esta era, pues, la clase obrera dentro de esta estructura.

Pero había otra sección con características muy particulares: protocolo. En este terreno había uno que otro representante del género masculino, generalmente con estudios y un amplio conocimiento en la materia y por otro lado, un gran número de chicas hermosas, que eran las encargadas de atender las solicitudes de los participantes, ayudarlos en su registro y apoyo general. Estas chicas eran las “reinas”, no porque tuvieran el poder, sino que por su activa presencia en todas las áreas del evento, tanto por sus uniformes —que dentro de un gran recato resaltaban su silueta de mujer —su juventud y belleza, eran centro de atención de todas las miradas. Esta característica determinaba finalmente, en muchos casos, una actitud de superioridad.

Teníamos pues el sector obrero, con una mayoría masculina de poca formación y recursos, y otro de bellas damas jóvenes, elegantes, en su mayoría estudiantes universitarias. Cuando uno de los primeros pasaba cerca del área de las segundas, este no podían quitar la mirada de ellas. En el caso inverso, sucedía lo contrario, pues aunque ellas entraran en el departamento de reproducción (algo que pasaba a diario), era como si el mismo estuviese vacío y por ende no había un saludo, una mirada y muchos menos una sonrisa.

En una ocasión se estaba realizando un importante evento en el Hotel Ávila, en el norte de la ciudad de Caracas, con participación masiva, por lo cual el personal del evento era abundante. El departamento de reproducción quedaba en una pequeña construcción situada al frente del hotel, separado de este por una pequeña calle de dos canales y un jardinera que separaba a ambos y a escasos metros del estacionamiento que usaban los miembros del personal nuestro que tenían vehículo.

El mismo día que inició el evento, en horas de la tarde entró una de las “reinas” a buscar algún material de oficina —algo que también se manejaba en nuestro departamento. Yo estaba de espaldas a la entrada, pero supe que había llegado por las miradas de mis compañeros. Todos se quedaron paralizados y ninguno se movía a atenderla, motivo por el cual decidí voltear para ir yo. Al verla entendí a los muchachos, aquella chica era de una belleza indescriptible, una cara de ángel que a cualquiera le quitaría el aliento, ¡menos a mí! Pues antes de que cualquier otro de mis compañeros tuviera tiempo de reaccionar, me le acerqué, la saludé y le pregunté en qué podía ayudarla.

—¡En la mesa de registros necesitan una caja de bolígrafos y me dijeron que aquí me la entregarían! —dijo en tono seco. Yo asentí, fui en busca de lo solicitado y se lo entregué con la máxima cortesía y mi mejor sonrisa. A lo cual ella respondió con un “gracias” que sonó más bien a “menos mal que ya me puedo ir”.

Desde el ventanal que había en el sitio pude ver cómo ella cruzaba la calle con una gracia inigualable y entraba a las instalaciones del hotel.

Posiblemente a ella le hubieran asignado el rol de “enlace” con nuestro departamento, pues era ella quien venía cada vez que requerían material de oficina, alguna fotocopia o alguna otra tarea vinculada a reproducción. Y siempre el mismo talante frío y falto de esa simpatía con la que, en contraposición, atendía a los delegados del evento.

Yo no podía dejar de mirarla y su sola presencia me aceleraba el pulso, pero ella era impenetrable. Además de ser yo del “escalón más bajo” de aquella estructura, tenía en mi contra mi corta edad, que debe haber estado cuatro o cinco años por debajo de la de ella. Pero esas son cosas de las que el corazón no entiende.

Yo que siempre he tenido mi inclinación a la escritura y además siempre he creído en el nexo inexorable de las artes y el cortejo amoroso, decidí confesarle mi amor en un poema. Por supuesto, que no iba a revelar mi identidad, particularmente porque temía que, aunque se saltaran algunas barreras, la de la edad iba a resultar infranqueable.

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Así que le escribí sobre lo dulce de su mirada de miel, acerca de las vibrantes caricias que producía su voz en mi oído, le hablé de la insignificancia de la brisa ante el movimiento de su cabello al caminar y le confesé mis palpitaciones ante su presencia. Pero también le hablé del estrago que producía su mirada altiva, del inmenso vacío que dejaba un saludo no respondido y del dolor de ver la administración discriminatoria de su hermosa sonrisa ante la injusta jerarquización que ella seguía. Y cerraba mi trova escrita con la confesión de mi cobardía para encararla y que mi único y más grande anhelo era poder contar con su gesto amable y una honesta mirada a los ojos, junto a una sonrisa.

Faltando pocos minutos para el cierre de la jornada del penúltimo día del evento, me escabullí sigiloso hasta su carro y coloqué mi poema en el limpiaparabrisas y apenas pude, me despedí de mis compañeros y huí hacia mi casa.

Al día siguiente, ya había olvidado yo el asunto y estaba tan distraído en alguna actividad en el mostrador, que no noté que alguien había entrado, sino hasta el momento en que estuvo frente a mí.

—Hola ¿cómo estas tú? —fue la pregunta que me hizo levantar la vista y me estremeció, pues enseguida deduje que yo había sido descubierto con mi poética misiva, pues era ella, con la más brillante y hermosa sonrisa que uno pudiera haber soñado, quien me estaba hablando.

Por un momento sentí que las piernas se me iban, pues estaba seguro que tenía que ser que ella me vio dejando el poema y por eso venía ahora con esa simpatía para exponerme públicamente. Yo apenas pude responder, pues no lograba mirarla a la cara mientras ella me miraba fijamente y las palabras a duras penas se abrían espacio entre mis dientes para poder salir. Saludó a los demás muchachos también con esa mirada dulce que hasta el momento solo habían divisado desde lejos, hizo su pedido, lo recibió y salió con el mismo donaire de cada día, pero multiplicado.

Ninguno de los muchachos de reproducción pudo entender su cambio de actitud y empezaron a murmurar.

Como todos los días previos, su majestuosa presencia adornaba cada tanto la oficina, pero ahora siempre con la misma cordialidad y mostrando su hermosa dentadura que brotaba fulgurante de su ahora permanente sonrisa. Eso me devolvió la certeza de seguir en el anonimato y me regaló justo lo que yo había pedido.

Lo que restaba del evento, se hizo mucho más grato con su sola presencia, que traía siempre un soplo de alegría y felicidad a todos los que trabajábamos allí. Hasta el mismo día del cierre del evento, en que ella fue expresamente hasta nuestra oficina para dar las gracias por el apoyo, para despedirse y dejarnos de regalo una última mirada cargada de todos esos bellos atributos que antes nos estaban negados, pero que la poesía de un bardo enamorado había puesto a nuestra disposición.

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English version

At the tender age of sixteen, I decided that I would enter the workforce. Although I had multiple skills, my first jobs were in "unskilled" fields. One of the first was in the area of "reproduction" in events organization. That was the name given to the department in charge of transcribing, printing and binding all the papers of the event, among other tasks.

As in life itself, hierarchies and statuses also existed in this job. Within this social scale, the typists were the ones with the highest hierarchy and respect, as well as the translators (in both cases a field dominated by women), since they had the maximum responsibility for the activity.

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In another very distant field, there were the reproduction workers, whose job was to operate the mimeographs, collate the printed pages, bind, make photocopies and the like. This was, then, the working class within this structure.

But there was another section with very particular characteristics: protocol hosts. In this area there was one or another representative of the male gender, generally with studies and extensive knowledge in the field, and on the other hand, a large number of beautiful girls, who were in charge of attending to the requests of the participants, helping them in their registration and general support. These girls were the "queens", not because they had the power, but because of their active presence in all areas of the event, both for their uniforms -which within a great modesty highlighted their feminine silhouette- their youth and beauty, they were the center of attention of all eyes. This characteristic finally determined, in many cases, an attitude of superiority.

We had, then, the working class sector, with a male majority of little education and resources, and another of beautiful young, elegant ladies, mostly university students. When one of the first ones passed near the area of the second ones, they could not take their eyes off them. In the opposite case, the contrary happened, because even if they entered the reproduction department (something that happened daily), it was as if it was an empty space and therefore there was no greeting, a glance and much less a smile.

On one occasion an important event was being held at the Avila Hotel, in the north of Caracas, with massive participation, so the event staff was abundant. The reproduction department was in a small building located in front of the hotel, separated from it by a small street of two channels and a garden that separated the two and a few meters from the parking lot used by the staff members who had a vehicle.

The same day the event started, in the afternoon, one of the "queens" came in looking for some office material -something that was also handled in our department. I had my back to the entrance, but I knew she had arrived by the looks on the faces of my colleagues. They all froze and none of them moved to meet her, which is why I decided to turn around and go myself. When I saw her I understood the boys, that girl was of an indescribable beauty, an angel's face that would take anyone's breath away, except mine! Before anyone else had time to react, I approached, greeted and asked how I could help her.

-At the registration desk they need a box of pens and I was told it would be delivered here! -she said in a dry tone. I nodded, went in search of the requested item and handed it to her with the utmost courtesy and my best smile. To which she responded with a "thank you" that sounded more like "thank goodness I can go now".

From the large window on the site I could see her cross the street with unparalleled grace and enter the building.

She may have been assigned the role of "liaison" with our department, since she was the one who came whenever office supplies, photocopies or other reproduction-related tasks were required. And always the same cold demeanor and lack of that sympathy with which, in contrast, she attended the delegates of the event.

I could not stop looking at her and her mere presence quickened my pulse, but she was impenetrable. Besides being from the "lowest rung" of that structure, I had against me my young age, which must have been four or five years younger than hers. But these are things that the heart does not understand.

I, who have always had a proclivity for writing and have always believed in the inexorable link between the arts and the courtship of love, decided to confess my love to her in a poem. Of course, I was not going to reveal my identity, particularly because I feared that, even if some barriers were crossed, the age barrier would prove insurmountable.

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So I wrote about the sweetness of her honeyed gaze, about the vibrant caresses that her voice produced in my ear, I told her about the insignificance of the breeze against the movement of her hair as she walked, and I confessed my palpitations in her presence. But I also told her of the havoc that her haughty gaze produced, of the immense emptiness left by an unanswered greeting and of the pain of seeing the discriminatory administration of her beautiful smile at the unfair hierarchization that she followed. And I closed my written trova with the confession of my cowardice to face her and that my only and greatest desire was to be able to count on her kind gesture and an honest look in the eyes with a smile.

A few minutes before the end of the penultimate day of the event, I slipped stealthily to her car and placed my poem on the windshield wiper and as soon as I could, I said goodbye to my companions and fled for home.

The next day, I had already forgotten all about it and was so distracted by some activity at the counter that I didn't notice that someone had come in until standing in front of me.

-Hello, how are you? -was the question that made me look up and shudder, for I immediately deduced that I had been discovered with my poetic missive, for it was she, with the brightest and most beautiful smile one could have ever dreamed of, who was speaking to me.

For a moment I felt my legs go out from under me, for I was sure it must be that she had seen me leaving the poem and that was why she was now coming with such sympathy to expose me publicly. I could barely respond, for I could not manage to look her in the face as she stared at me and the words barely made room between my teeth to get out. She greeted the other boys as well with that sweet look they had so far only glimpsed from afar, placed her order, received it, and walked out with the same gracefulness as every day, but multiplied.

None of the reproduction boys could understand her change of attitude and began to murmur.

As every day before, her majestic presence adorned the office from time to time, but now always with the same cordiality and showing her beautiful teeth that sprouted shining from her now permanent smile. That gave me back the certainty of remaining anonymous and gave me just what I had asked for.

The remainder of the event was made much more pleasant by her presence, which always brought a breath of joy and happiness to all of us who worked there. Until the very day of the closing of the event, when she came expressly to our office to thank us for the support, to say goodbye and to leave us with a last look full of all those beautiful attributes that were previously denied to us, but that the poetry of a bard in love had made available to us.


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Crónicas previas // Previous Chronicles
El precio de tus recuerdos / The price of your memories (3)
Teatro, viajes y un nombre / Theater, trips and a name (2)
Catia y el azul / Catia and the blue (1)

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Ylich El Ruso

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