Oro de la Nueva Era
Vas caminando solo por la playa desierta. ¿Qué es lo mejor que te puede pasar?
La respuesta era obvia para la muchachada que se juntaba todos los martes a beber y platicar de mujeres y otros vicios.
¡Cruzarte con una mujer desnuda! .. contestó Carlitos antes de que Manali terminara de formular la pregunta.
¿Me creen si les digo que no era una, eran más de diez? Más de diez mujeres como Dios las trajo al mundo, jugando en las olas, era un cardumen de sirenas sin siquiera conchas que les cubran los pechos. Y yo. Y la Arena caliente. Y la espuma de las olas. Si no me creen no los juzgo, pero déjenme continuar con la historia.
Iba Manali volviendo a su nave que estaba fondeada del otro lado de la isla esperando con el resto de la tripulación. Lo que había ido a hacer hecho estaba, solo restaba llegar al chinchorro que distaba a un día de camino ligero. Pasaría una noche más en la arena antes de flotar otra vez.
A paso firme dejaba su huella en la orilla. Las olas se encargaban de irlas borrando detrás como si nunca hubiera pasado el pirata por allí. Sus huellas eran quizás más profundas que a la ida; lógico, ¡ahora traía más peso en su morral! Eso venía pensando feliz Manali cuando el viento empieza a traer un sonido nuevo. Parecían risas, carcajadas y gritos. Alzando rápidamente el catalejo cerró su ojo izquierdo y miró con el derecho. Pudo reconocer movimiento en la playa a unas ocho cuadras de distancia. En un instante dejó la orilla para escabullirse entre las sombras de las palmeras, pero ni bien acortó distancia divisó y escuchó mejor. Una docena de jóvenes cuerpecillos femeninos jugaban en despreocupada algarabía a la orilla.
¿Qué es esto? ¿De dónde salieron? ¡Es una trampa! ¡Una emboscada! Pero parecen indefensas. Tentación. ¡Recuerda lo que te dijo el oráculo sobre la tentación! Están solas. No no no. No están solas.. ¡Las acompañan varias botellas de Ron!
En medio de su desordenado diálogo interno, el pirata tomó nuevamente la senda de la orilla (no sin antes asegurar el morral con doble nudo) y se encaminó al inminente encuentro.
Saliendo del agua lo rodearon. Se sintió intimidado dentro del circulo de esos cuerpos mojados y patinosos. Lo apretaron y amacijaron. Subió la temperatura en celcius y farenheit. Labios susurraron. Piernas y tetas se entreveraron. Bocas, lenguas. Resbala en aceite de coco el placer. Piel. Agua y sal. Ron. Mareos. Gemidos y gritos. Cuerpos trenzados en un juego salvaje. Estrellas. Fuego. Danza de sombras. Incienso. Risas. Frenesí. Una y otra vez. Lujuria.
Antes de ser capaz de abrir los ojos de la mañana Manali apretó fuerte el morral que abrazó durante la hora de sueño. Se sentía un poco demasiado desinflado. Su corazón latió y se detuvo en suspenso. Al abrir los ojos y ver el morral abierto y comprobarlo vacío, el corazón volvió a latir acelerado. El sol ya calentaba. Las sirenas todas dormían y varias roncaban. Alguien había arrebatado el botín.
Alguien habría pensado que se llevaba el botín. Sin embargo lo que había tomado no era más que un cambio chico en monedas de oro, y las monedas de oro eran tesoro en los antiguos cuentos de piratas. El tesoro más preciado para los piratas de esta nueva era, se cuenta en cryptomonedas.
Manali concentró su tremendo dolor de cabeza en la costura interna del forro del morral. Los puntos estaban intactos. El bolsillo secreto aún guardaba la verdadera joya que había venido a buscar.
Los extraordinarios sucesos acontecidos ese año habían disparado al cosmos el valor de una cryptomoneda en particular: el HIVE. Ese bolsillo secreto en su morral escondía ni más ni menos que la Contraseña Maestra -del difunto titular- de la cuenta más abultada de la blockchain.
Sin el más mínimo interés en recuperar el cambio chico, y agradecido por la orgía de sirenas, el crudo capitán del barco emprendió la retirada.
La tripulación esperaba monedas de oro, y Manali no cumpliría su promesa. Restaban unas cuantas horas de camino hasta la bahía del fondeo, que serían necesarias para inventar una historia más creible que la de las sirenas que le robaron el tesoro. Poco importaba. Iba Manali triunfante aún cuando su "fracaso" lo desacreditaría frente a la ingenua tripulación que aún no entendía la nueva riqueza.
Sabía bien que al izar velas nuevamente, navegarían en un infinito Océano de cryptomonedas.
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