La Fábrica - Cuento


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La Fábrica

Entró a las nueve de la noche a su turno de trabajo. Otra noche de desvelo, pero que seguramente aumentaría su ingreso salarial. El turno nocturno no era el mejor, pero al menos la paga era buena, y honestamente, las cuentas no se pagarían solas.

Se repetía mil veces los mismos motivos. Siempre el mismo repertorio de palabras que le daban la fuerza para seguir día tras día en la fábrica. Sin embargo, no siempre era fácil, mucho menos cuando se quedaba dormida a mitad de la madrugada, cuando se suponía que tenía que estar atenta a las cámaras de seguridad.

El trabajo le exigía horas de vigilia para asegurarse de que nada malo ocurriera, aunque la verdad era, que nada ocurría en la fábrica. Todo permanecía en total silencio, a excepción del sonido en las tuberías debido al flujo del agua.

Con su termo de café a la mano, se sentó en la silla no tan ergonómica que estaba frente las pantallas. Se sirvió un poco de la bebida mágica en un vaso y se dispuso a mirar las respectivas pantallas; todas daban a ángulos diferentes, pasillos largos, salas de descanso, la dirección, el comedor y el galpón de máquinas.

Pasadas las doce de la noche, el personal de seguridad ya se encontraba en posición. Las cámaras estaban activadas y todo parecía ir en orden. Podía ver a los chicos en sus respectivos puestos desde la habitación de vigilancia. De pronto, dos de las cámaras que se encontraban en el galpón de máquinas se apagaron.

—¡Hey, Justin! Parece que hay un problema con las cámaras de tu zona. Cambio.

Odiaba usar el radiotransmisor, pero en estas ocasiones era imperativo.

—La luz roja sigue encendida aquí, Federica. Cambio.

«¡¿Qué?! No puede ser cierto», pensó. Apretó los botones para reiniciarlas y seguían sin mostrar imagen. Luego, las cámaras de los pasillos perdieron imagen también.

—Luca, ¿están las cámaras de tu pasillo encendidas? Cambio.

—Positivo. ¿Algún problema, Fede? Cambio.

—Parece que hay una avería en el sistema, chicos. Intentaré arreglarla. Cambio y fuera.

Pero esas no fueron las únicas cámaras en fallar. Al parecer todas estaban presentando el mismo problema, a excepción de las cámaras que daban al comedor.

Puso su atención en las pantallas que mostraban el comedor, pero no lograba ver a Cairo en su lugar. Los latidos de su pecho empezaron a acelerarse, algo estaba mal, estaba segura.

—Cairo, ¿por qué no estás en tu sitio? Cambio.

Esperó respuesta desde su canal y nada.

—Puedo ponerte una amonestación, ¿sabes? Cambio.
El silencio seguía.

De repente, el sonido de platos rompiéndose y ollas cayéndose al piso se transmitió por radio. Sin embargo, en las pantallas no veía nada fuera de lugar, nada extraordinario.

—Luca. Justin. ¿Están en sus lugares? Cambio.

Esta vez, ninguno de los dos respondió.

—Si esto es una broma de su parte, no es gracioso. Cambio.

Y entonces, la última cámara que mostraba algún lugar del recinto se oscureció. Preocupada por no tener señales de los chicos a través de los radios, y viendo que las cámaras no respondían, decidió ir a investigar.

Federica salió de la sala de cámaras y de inmediato notó un aura extraña. Sintió escalofríos, pero no se debía al aire acondicionado. Sentía que algo andaba mal. Era mucho silencio para ella. Las luces de los pasillos parpadearon, haciendo que la chica tragara el nudo de su garganta con miedo.

No veía a nadie, los de seguridad parecían haber abandonado sus puestos, pero «¿a dónde podrían haber ido?» Se preguntó.

Luego de caminar unos metros, el estruendo que había escuchado en el comedor volvió. Sin ganas de enfrentar lo que fuese que estuviera causando aquel temible ruido, Federica dirigió sus pasos hacia allí.

Sin embargo, antes de poder entrar, todas las luces se apagaron, haciendo que la pobre chica pegara un grito del susto.

—¡Basta ya, muchachos! ¡Esto no es gracioso!

—Esto no es gracioso —repitió una voz áspera, y espeluznante.

A Federica se le pusieron los pelos de punta y su corazón empezó a latir desbocado. Tomó la linterna que tenía en su cinturón y la encendió. La luz no mostraba nada, pero ella no podía sacarse de la mente que lo que había oído era real.

—¿Cairo? —Su voz temblaba—. ¿Dónde estás?

El estruendo metálico de las ollas cayendo al suelo regresó, y Federica apuntó su linterna hacia el ruido, pero seguía sin ver nada.

—Juguemos a frío o caliente. —De nuevo aquella voz aterradora.

Pero Federica no quería jugar. Su instinto le decía que saliera de allí, que corriera lejos de aquella espantosa voz. Con pasos cortos llegó a la puerta.

—Tibio.

Salió del comedor y apresuró el paso, siempre con la linterna encendida.

—Caliente.

Al percibir un olor fétido y fangoso, la mujer corrió. No le importó no haber encontrado a sus compañeros, ni siquiera pensó en que podían despedirla. Lo único que sabía era que aquel olor no pertenecía a ese lugar.

La electricidad parecía haber fallado en toda la fábrica, y apenas con su linterna podía ver a donde se dirigía. Sus pasos acelerados y sin control la hicieron trastabillar, haciendo que perdiera la linterna.

—¡Ardiente!

Y fue entonces, que aquella voz tomó la forma de una gran llamarada infernal que se abalanzó al cuerpo de la pobre mujer, quien gritaba estrepitosamente, revolcándose en el suelo, mientras la vida escapaba de su cuerpo. La risa de aquella demoníaca presencia, que abrasaba a Federica, retumbaba por los pasillos de la fábrica.

Cuando ya no hubo nada que consumir, desapareció en una estela de humo negro.

La electricidad volvió instantáneamente, y las pantallas dentro de la habitación de vigilancia se encendieron. Los muchachos se encontraban en sus puestos, sin siquiera parecer afectados por lo que había sucedido minutos antes. Como si no hubieran percibido u oído nada.

El cuerpo calcinado de Federica yacía en un punto ciego a las cámaras, y el silencio de su radio solo hizo que sus compañeros pensaran lo mismo de siempre: la pobre se había dormido en horas de trabajo.

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