Quiero olvidar mi pasado, más mi pasado es mi piel. Siendo lo profundo de mi interior, un mar de añicos, de espejos rotos, que rompen en llanto por los recuerdos que me volvieron así. Quizás estaba destinado a convertirme en eso que tanto aborrezco, esa imagen perfecta de comodidad y sanidad, que en el fondo oculta lo podrido de una criatura enjaulada rabiando de odio y venganza. Pero como es de esperar, la bestia se encuentra frustrada, imposibilitada de poder escapar y ser libre, libre de devorar las sonrisas y alegrías de otros, para así poder nutrir mi alma. La que oculta en un lecho espinoso, armado de secretos falsos y palabras vacías para el gentío, un misterio del origen mismo.
En resumidas cuentas, yo soy como otro cualquiera, una simple persona con deseos terrenales, que no aspira a metas descomunales. Sin embargo, mi letargo infantil fue roto, no de la manera que un buen padre hubiese querido, con un honor mancillado y una sábana con gotas de sangre. Me arrastré del barro sepulcral de mi orgullo, cayendo de bruces al lodo confeccionado por mis estimados progenitores. Es que sin dudas, la comprensión y el cariño, no son grandes virtudes humana. Por lo que en un mundo sin hombres decentes, las bestias van a campar a sus anchas, en busca de las presas indefensas. Y es entonces, dónde la aparente sanidad periférica, se nubla en lo más hondo de mis células, creando una abominación mórbida, que vigila desde el silencio, mis sollozos con calma.
Lo que esta transformación requiere siempre, varios sacrificios, primero que nada exterminar a mi pasado de forma física. Esto resulta complicado, debido a que eliminar las formas físicas, no salva de los fantasmas del espíritu. Pero puedo lograr la paz negada, que se me había arrebatado en aciago pasado. Logrando engañar a la bestia un tiempo, mientras lucho por encontrar respuestas a como vivir en un mundo inhumano, siendo mi meta anhelada, hallar esas trampas amargas, que denominan amor y esperanza. Que solo me traen roturas, propiciando el escape de la bestia maldita, que devora todo aquello que a su paso encuentra.
Es ahí, cuando las víctimas selectas empiezan a caer, enemigos directos o personas involucradas en mis martirios cotidianos de la adultez. Con un desenfreno silencioso, las consecuencias se tornan devastadoras en mi corazón. Que como era de imaginar, se pudrió a una velocidad vertiginosa, con el paso de mis años.
Malogrando mi moral y principios, derrotando mi credo y mi lucha, permitiendo que el monstruo tome el control completo y haga pagar a pecadores e inocentes. Convirtiéndome a la postre, en lo que jure no convertirme, en el espectro fétido y nauseabundo, que le roba la inocencia a los ojos vírgenes.
Quizás, porque en el fondo nunca fui tan fuerte. Tal vez, porque mi dolor era mi escusa para desenfrenar mis perversiones. O irremediablemente, aquello que no nos mata, nos transforma en nuestros verdugos. Una paradoja misma, en la forma y capacidad de nosotros mismos. Que se torna en una reflexión pura y concreta de nuestro ser, extrapolada de lo ojos del maldito que nos creó. Porque la verdad, nuestros padres no lo son, si físicamente, pero no mental o espiritual. Nuestros verdaderos padres, son quienes nos llegan a marcar tanto, que nuestro cuerpo, piel, huesos, células y los mismísimos átomos, jamás lograrán olvidar.
La bestia soy yo, es mi verdadero padre y serán mis verdaderos hijos, que heredarán una huella imborrable en su ADN. Que solo será rota, si otro monstruo se me adelanta. Sin embargo, algo en mi interior sabe, que llenare este mundo de muchos hijos, que como yo, van a cambiar a la sociedad. Lo volverán el verdadero y crudo cementerio moral, que en verdad es el derrotero humano. Abalanzándonos definitivamente a la única solución posible para matar a la bestia definitiva, la autodestrucción sublime y gloriosa. El placer más certero y eterno, que jamás las bestias han logrado experimentar. El placer del final.
Our real parents
I want to forget my past, but my past is my skin. Being deep inside me, a sea of shards, of broken mirrors, that break into tears for the memories that made me like this. Perhaps I was destined to become that which I abhor so much, that perfect image of comfort and sanity, which deep down hides the rottenness of a caged creature raging with hatred and revenge. But as expected, the beast is frustrated, unable to escape and be free, free to devour the smiles and joys of others, in order to nourish my soul. The one that hides in a thorny bed, armed with false secrets and empty words for the crowd, a mystery of the origin itself.
In short, I am just like anyone else, a simple person with earthly desires, who does not aspire to huge goals. However, my infantile lethargy was broken, not in the way a good father would have wanted, with a sullied honor and a sheet with drops of blood. I crawled out of the sepulchral mud of my pride, falling face first into the mud made by my esteemed parents. Undoubtedly, understanding and affection are not great human virtues. So in a world without decent men, the beasts will run wild, in search of defenseless prey. And it is then, where the apparent peripheral sanity, is clouded in the depths of my cells, creating a morbid abomination, which watches from the silence, my sobs calmly.
What this transformation always requires, several sacrifices, first of all to exterminate my past in a physical way. This is complicated, because eliminating the physical forms, does not save from the ghosts of the spirit. But I can achieve the denied peace, which had been taken away from me in the fateful past. Managing to deceive the beast for a while, while I struggle to find answers to how to live in an inhuman world, being my desired goal, to find those bitter traps, which are called love and hope. That only bring me breaks, propitiating the escape of the cursed beast, which devours everything in its path.
It is there, when the selected victims begin to fall, direct enemies or people involved in my daily martyrdoms of adulthood. With a silent rampage, the consequences become devastating in my heart. As it was to be imagined, it rotted at a vertiginous speed, with the passing of my years.
Maligning my morals and principles, defeating my creed and my fight, allowing the monster to take complete control and make sinners and innocents pay. Ultimately becoming what I swore not to become, the fetid and nauseating specter, stealing innocence from virgin eyes.
Perhaps, because deep down I was never that strong. Perhaps, because my pain was my excuse to unleash my perversions. Or irremediably, that which does not kill us, transforms us into our executioners. A paradox itself, in the form and capacity of ourselves. That becomes a pure and concrete reflection of our being, extrapolated from the eyes of the damned who created us. Because the truth is, our parents are not, yes physically, but not mentally or spiritually. Our real parents are those who mark us so much that our body, skin, bones, cells and the very atoms will never be able to forget.
The beast is me, it is my true father and it will be my true children, who will inherit an indelible mark in their DNA. That will only be broken if another monster gets ahead of me. However, something inside me knows that I will fill this world with many children who, like me, will change society. They will turn it into the true and crude moral cemetery, which in truth is the human course. We will definitely rush to the only possible solution to kill the ultimate beast, the sublime and glorious self-destruction. The most certain and eternal pleasure that beasts have never been able to experience. The pleasure of the end.