Relato: Días de huracán

Nota de la autora: El presente relato se me ocurrió apenas el día de ayer, cuando se nos informó a la población de la suspensión de actividades no esenciales ante la proximidad del huracán Milton, el cual estaba cerca de las costas de Yucatán. Justamente en mi casa estuvimos varias horas sin luz hasta antes del anochecer, cuando finalmente el servicio se restauró.

Mis saludos y pensamientos van para los que viven en Florida, a donde Milton llegará con una fuerza monstruosa propia de un huracán categoría 5 o menos, Dios sabrá.

¡Cuídense mucho!

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Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels

La luz se fue al mediodía, justo en el momento en que estaba en el Oxxo pagando por el mentado periódico del día ante la amenaza de lluvia que podría entrar a la casa por las ventanas oxidadas.

El huracán pasaría por las costas, a varios kilómetros de la capital, aunque a ésta no le iba a tocar más que su “cola” o vientos. A pesar de todo, en toda la capital cundió el pánico, llevando a la gente a comprar víveres para tres días. Las colas en los supermercados eran tales que me evocaron a los primeros días de la pandemia, cuando todo el mundo barrió con todo.

A veces te cuestionas si todos estamos llevando la situación al límite de la exageración, pero luego te acuerdas que en nosotros todavía persiste el viejo trauma de Isidoro, quien se hacía como que se iba solo para regresar y terminar de arrasar con todo.

El huracán parece alejarse de las costas, siendo sus poblaciones las que recibirían todo el golpe de los vientos. Sin embargo, el temor a que se repita un isodorazo es tan latente que nadie se toma a broma los avisos de huracán.

Llegas a tu casa. No hay luz en todo el bloque.

De nuevo.

Suspiras hondamente. Otra vez la bendita presión de ser atosigada por parientes que, aún teniendo teléfonos en mano, no quieren gastar ni un céntimo en una bendita llamada.

Discutes con uno de esos parientes y le dices de plano que no tu teléfono no tiene Internet para quejarte en el Twitter, y que no sabes si aún conservas el acceso al número de la compañía de luz, propiedad del Estado; tu pariente te dice que le pongas crédito para hacer eso mientras que, a fuerza, llama a la compañía de luz para levantar el reporte.

Desde tu asiento escuchas la queja por el servicio, incluso una amenaza de que ningún ciudadano pague. Tú solo te das un facepalm mental, porque sabes que el empleado al otro lado de la línea le da igual su queja; a saber la cantidad de insultos diarios que reciben por lo mismo. Sabes que menos te tomarán en serio si te pones en esa actitud.

A menos, por supuesto, que seas extranjero angloparlante el de la queja. Entonces ya estás viendo que la compañía entra en acción por la queja de un grupo minúsculo.

¡Ah, qué dulce y surrealista tierra tuya!, ya no te sorprende nada.

Llamas a la compañía un par de horas después para darle seguimiento al bendito reporte. No te dicen tiempo estimado, pero que esperan restablecer el servicio lo más pronto posible. Con amabilidad agradeces su atención y cuelgas, resignada a esperar.

No fue antes del anochecer que la luz regresó. Le das gracias a Dios por su retorno, aunque ya perdiste un día entero para trabajar y te estresaste por nada.

Y todavía falta lo del día siguiente, porque el huracán continuará por ahí, causando desmanes.

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