Enfermedades Raras: Síndrome del Corazón Roto

Todos podemos estar de acuerdo en que una ruptura sentimental es uno de los momentos más estresantes que seguramente todos hemos experimentado. Algunos pueden llegar a extremos tales como llamar a su ex 14 veces en la madrugada para luego dejarles una nota de voz de 10 minutos en la que, entre sollozos, no son capaces de formular más de un par de oraciones coherentes (no es que me haya pasado tos tos), mientras que otros son capaces de superarlo relativamente rápido y seguir con su vida como si nada. Aún así, incluso estos últimos tienen que admitir que un corazón roto puede ser peor que muchas enfermedades.
Pero, ¿y si te dijera que el dolor emocional de una ruptura amorosa, o de la pérdida de un ser querido, pueden llegar a causar una condición física tan real como para literalmente causarte la muerte? Solemos reconfortar a las personas diciéndoles que “nadie ha muerto de un corazón roto”, pero como estás a punto de descubrir, querido lector, les hemos estado mintiendo. Resulta que estas situaciones son perfectamente capaces de causar daño real en el cuerpo, aunque probablemente sea una buena idea ocultar este hecho de aquellos actualmente pasando por un mal momento emocional; lo último que necesitan saber es que pueden morir en cualquier momento. Pero para quienes no estamos pasando por tal situación (espero), no está demás aprender de esta patología, y de cómo podemos prevenirla cuando él o ella finalmente te confiese que no te ama (y que te fue infiel con tu mejor amigo. Pero si Romeo Santos pudo superarlo, tú también). Hablo de la Cardiomiopatía de Takotsubo, o como también se le conoce, Síndrome del Corazón Roto.

Enfermedades Raras: Síndrome del Corazón Roto

Licencia: CC BY 2.0. Autoría: TimOve

Varias veces he hablado de como cosas consideradas abstractas, como las creencias o sentimientos, pueden tener efectos bastante reales y cuantificables en nuestro cuerpo. Sabiendo esto, no resulta una gran sorpresa el hecho de que un fuerte sentimiento negativo pueda afectar de manera adversa nuestra salud, pero el síndrome de Takotsubo tiene algunas características que lo hacen destacar. Por ejemplo, y como quizás puedas intuir por el nombre “cardiomiopatía”, afecta el corazón. Puede parecer apropiado, pero deja de tener tanto sentido si recordamos que lo que percibimos como emociones en realidad tienen poco que ver con el sistema circulatorio; todo lo que sentimos es causado por una variedad de sustancias químicas conocidas como neurotransmisores, desencadenadas por varias experiencias, y que nuestro cerebro recibe e interpreta como felicidad, tristeza, furia, amor, u otros sentimientos. Esta explicación puede parecer algo fría e insensible, pero vamos, las cosas como son. Pero entonces, ¿Cómo puede ser que estas sensaciones principalmente mediadas por el cerebro, neurotransmisores, glándulas y neuronas, pueda dañar el músculo cardíaco? Pues, para responder esto, tenemos que saber algunas cosas sobre el funcionamiento del corazón.


Aunque desde que se tiene récords escritos la humanidad ha asociado al corazón con los sentimientos, haciéndolo ver incluso como el centro de todas las emociones, la verdad es que si nos alejamos de todo romanticismo, el corazón no es más que una bomba glorificada, no mucho más compleja que las que se utilizan para suministrar agua a los hogares. Después de todo, ¿Qué es el sistema circulatorio, sino una red de tuberías que distribuyen la sangre por todo nuestro cuerpo? Claro, tiene una notable diferencia con la mayoría de las bombas comunes, y es que la sangre no es un líquido cualquiera; su trabajo es transportar todo lo que necesitan los músculos y órganos para su correcto funcionamiento, y uno de estos componentes es el oxígeno, por lo que tiene que pasar por los pulmones. Veamos, entonces, el papel del corazón en este sistema de transporte de sangre.


Comencemos hablando un poco anatomía cardíaca; sabemos que el corazón tiene poco parecido a la representación artística que conocemos tan bien y que seguramente todos hemos (deficientemente) dibujado para nuestras madres en algún momento de nuestra niñez. En realidad, el corazón es básicamente un órgano hueco, hecho de un resistente tejido muscular llamado miocardio, y dividido en 4 compartimentos: dos ventrículas, una derecha que bombea la sangre, primero a los pulmones para su oxigenación, saliendo por una arteria llamada arteria pulmonar, y una izquierda, que la envía al resto del cuerpo mediante la arteria aorta, la arteria de mayor calibre del cuerpo. Así mismo, tiene dos aurículas, la derecha que recibe la sangre desoxigenada, recogida por todo el sistema venoso que desemboca en la vena cava que, a su vez, llega al corazón, y la izquierda, a donde llega la sangre recientemente oxigenada proveniente de los pulmones, mediante la vena pulmonar. En resumen, la sangre sin oxígeno entra por la aurícula derecha, de ahí baja al ventrículo derecho atravesando una válvula llamada tricúspide, que permite el flujo de sangre sólo en una dirección e impide que se regrese a la AD. Del ventrículo va hacia los pulmones pasando por la arteria pulmonar y su válvula pulmonar, y regresa llena de oxígeno a la aurícula izquierda, para luego pasar al ventrículo izquierdo pasando por la válvula mitral o bicúspide, y finalmente salir por la arteria aorta, traspasando la válvula aórtica y siendo distribuida a todo el cuerpo.


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Habiendo dejado claro la composición del corazón, podemos estudiar a profundidad el llamado síndrome del corazón roto. Si bien desde hace varias décadas se había notado que la muerte de un ser querido aumentaba la incidencia de cardiopatías hasta por un factor de 7, no fue sino hasta la década de los 90’s cuando se realizó un estudio en Japón en una cantidad de pacientes, en su mayoría femeninas y de edad media a avanzada, presentaban síntomas extremadamente parecidos a los de infarto agudo al miocardio, como un fuerte dolor opresivo en el pecho junto con disnea (dificultad respiratoria), aumento en la sudoración, y cambios en el electrocardiograma consistentes con un infarto, pero sin ninguna alteración en las arterias coronarias, que le proporcionan sangre al tejido muscular cardíaco (esto recordando que un infarto es la muerte de una parte del miocardio por falta de irrigación sanguínea, comúnmente por obstrucciones coronarias), y en la mayoría de los casos, posterior a situaciones con intenso estrés emocional, como el fallecimiento de un familiar o una ruptura amorosa.


La causa específica de este síndrome no es del todo conocido aún, pero se sabe que es más frecuente en mujeres, sobre todo en aquellas post-menopaúsicas, por lo que es posible que el estrógeno, la principal hormona sexual femenina, tenga algún efecto protector. A pesar de su nombre alterno de “síndrome del corazón roto”, se han documentado casos posteriores a otros sentimientos fuertes como un diagnóstico de alguna otra enfermedad con mal pronóstico, la pérdida de dinero o de algún objeto valioso, o la ocurrencia de un desastre natural. Incluso ha habido casos luego de eventos positivos, como ganar la lotería o una fiesta sorpresa. Y para explicar por qué situaciones como estas pueden producir los síntomas antes descritos, nos remitimos a la fisiopatología: si bien los mecanismos de esta enfermedad no están del todo claros, se sabe que en todos los casos ha habido niveles elevados de catecolaminas (hormonas y neurotransmisores que básicamente preparan al cuerpo para la actividad física), como la dopamina y sobre todo, la adrenalina.


Estas catecolaminas tienen una variedad de efectos; primero, actúan como vasoconstrictores, haciendo que se compriman las arterias, dificultando la circulación de la sangre e incluso llegando a impedirla a través de los capilares (parte terminal de las arterias) de menor calibre. Además, la adrenalina y noradrenalina aumentan la actividad cardíaca, incrementando también sus requerimientos de sangre y oxígeno y, debido a la vasoconstricción, la totalidad del corazón no puede ser irrigada adecuadamente, generándose así una isquemia (falta de oxígeno) temporal que se manifiesta como el clásico dolor opresivo tan similar al de un infarto, y haciendo que la cantidad de sangre bombeada se vea disminuida. Junto a todo esto, ocurre un aumento de la contractibilidad del ventrículo izquierdo y un abultamiento de la punta del mismo, cuya fisiopatología no se entiende del todo, pero se cree que está relacionada a un mecanismo compensatorio en el que el miocardio busca hacerse menos susceptivo al exceso de catecolaminas inundando la sangre. Cabe destacar, por cierto, que este abultamiento ventricular es lo que le da el nombre a esta condición: ”Takotsubo” es el nombre japonés para una trampa de pulpos, cuya forma se asemeja a la que toma el ventrículo en los afectados por esta enfermedad.


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Detectar este síndrome basado solamente en la clínica resulta difícil por su similitud con un infarto, por lo que para el diagnóstico se deben buscar las diferencias entre este y otros eventos coronarios. Como mencioné más arriba, una de las diferencias es que esta cardiopatía es temporal y rara vez deja secuelas graves (aunque en algunos casos severos puede llegar a provocar la muerte), a diferencia de un infarto agudo, sin embargo, esto no es muy útil para el diagnóstico ya que esperar y ver si el paciente muere o sobrevive no es una idea muy práctica. Resulta mejor ver la situación en la que se presentó la condición, preguntándole al paciente si tiene historia previa de enfermedades cardíacas (común en infartos, no tanto en este síndrome), y si experimentó algún estrés sentimental exagerado recientemente. Si bien un electrocardiograma puede ser impreciso, los estudios imagenológicos como el ecocardiograma, resonancia magnética o una angiografía coronaria pueden ser de gran ayuda, permitiendo ver el corazón y comprobar si existe el abultamiento ventricular característico, y descartar obstrucciones en las arterias coronarias que nos harían pensar en un infarto típico.


En cuanto al tratamiento, si bien no existe uno en específico para el síndrome de Takotsubo, en un principio se le trata como si fuera un infarto común (vasodilatadores, anticoagulantes, oxígeno y morfina) ya que es casi imposible de diferenciar una cosa de la otra sin realizar varios estudios. De una vez que se logra el diagnóstico diferencial, se indica tratamiento de soporte con fármacos como beta-bloqueadores (principalmente usados para arritmias e hipertensión, aunque algunos estudios han arrojado pruebas contradictorias en cuanto a su utilidad contra esta cardiopatía), o IECAs (inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina; básicamente cortan la cadena de mecanismos responsables del aumento de la presión arterial), junto con aspirina para evitar la formación de coágulos sanguíneos que podrían llevar a un infarto real. Sin embargo, siendo una condición meramente temporal, el único tratamiento realmente efectivo es el tiempo; los síntomas normalmente desaparecen en un tiempo máximo de 1 o 2 meses, rara vez dejando secuelas.


Nos queda bastante claro que una ruptura amorosa puede romper nuestro corazón de una manera mucho más literal de lo que pensábamos, si bien es cierto que una fuerte emoción positiva también puede dejarnos sufriendo este síndrome (aunque personalmente no me molestaría padecerlo si es por, digamos, ganar la lotería). Sería fácil recomendar que no permitamos que las situaciones nos afecten en extremo, pero la verdad es que muchas veces es difícil controlar lo que sentimos (e imposible impedir muchas experiencias negativas), por lo que un mejor consejo sería tratar de disfrutar todo lo bueno que nos pase, porque nunca sabemos cuándo el universo concluya que la estamos pasando demasiado bien, y decida enviarnos alguna catástrofe para recordarnos que somos su perra siempre debe existir lo malo para hacernos apreciar lo bueno.

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