Siempre fui una mujer que ama arreglarse, así me acostumbró mi madre. Siempre me encantó estar perfumada, maquillada y tener mi cabello perfecto con mi corte de siempre que me hace ver más joven.
Siempre fui cuidadosa con mis cosas y con la limpieza de mi casa. Cuando tuve a mi primera hija fui la más atenta. Pero luego estaba muy ocupada. Estaba muy ocupada como para tener otro hijo y aún así lo tuve. Tenía mucho trabajo, casi no estaba y era un alivio no estar. No tenía tiempo de pensar en que odiaba mi matrimonio y me sentía resignada. Tal vez intentaba convencerme a mí misma de que estaba formando una familia en un buen hogar.
Luego tuve otra hija, aunque probablemente no debí. Y me aseguré de que fuese la última. Yo llegaba muy cansada y tarde del trabajo, y mis días libres también estaba ocupada. Comencé a dejar de ordenar mis cosas, mi vida. Comencé a dejar mi ropa en donde no debía hasta que toda mi casa parecía mi closet. Intenté llenar mi vacío emocional con cosas materiales.
El estrés comenzó a afectarme y a alejarme de mi familia. Mi esposo, aunque estaba más que yo, parecía más un adorno del hogar que un padre. Mi hija mayor comenzó a tomar mi puesto y a criar a mis hijos. El desorden dentro de mí comenzó a arropar por completo la casa, ese lugar que quería que fuera un hogar, ya no parecía nada. Dejé de tener visitas. Mis hijos nunca llevaron amigos.
Los años me pasaron volando y yo también comencé a volar con ellos. Cada año me llevó a un lugar distinto del mundo, viajé a casi todos lados. Siempre fui sola o con amigas, nunca con mis hijos. Viajar era mi descanso de mi familia, aunque a diario no estuviera mucho para ellos. Supongo que esa era mi huida por un tiempo. Pero nunca logré huir de mí ni de lo que sentía.
Mi hija mayor se casó y se fue del país. Mi hijo no me respetaba ni a su hermana menor y tuve que correrlo de mi casa por su violencia. Salvé a mi hija menor justo a tiempo antes de que acabara con su vida frente a mis ojos. Y mi esposo cada vez más ausente, nunca formó parte de nada.
Ahora me cuesta arreglarme, me pesa bañarme, no quiero limpiar ni arreglar nada, no quiero salir. Tengo tanto dolor y sólo sé esconderlo e intentar ser fuerte por todos. Ahora quiero controlarlo todo, para evitar que las cosas exploten y al menos sentir que tengo poder. Intento cuidar a mi hija, es lo único que me queda, pero cada vez se aleja más de mí. No sé comunicar mis sentimientos e intento evadirlos.
Me adentré lentamente en este vacío en el que ya no me reconozco, en el que sólo existo para estar metida en una pantalla viendo noticias que me agobian. Llevada por una inercia y un piloto automático. Este vacío en el que ya casi no como porque me pesa el alma y no tengo ánimos de cocinar. Este vacío lleno de arrepentimientos y pesares que llevo muy dentro de mí.
En este vacío del que ya no estoy segura saber cómo salir.