EN EL HORNO

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Yo no se hacer esto. Pero lo voy a hacer por Ricardo.

No lo podría hacer si esta casa fuera la casa de mi madre o la mía propia porque no me puedo desprender de nada. A todo le encuentro una carga afectiva de la que no me puedo soltar.

Pero en esta casa nada me ata.

Es de un amigo mío que vive en Barcelona y que era de su tío Emilio que murió de Covid en 2020. Sin hijos. Solo un sobrino que es Ricardo, mi amigo.

Ricardo fue claro conmigo. “No tengo tiempo, ni me puedo hacer cargo. Nada de lo que está acá me interesa. Si se puede vender fenómeno. Yo a España no me voy a llevar nada. Si lo podés vender, del producido te quedás vos con el cien por ciento. Regalá, doná, quedate vos con las cosas. Hacé lo que quieras, pero el primero de septiembre la casa tiene que quedar libre de muebles y ocupantes. Yo ya pasé por ahí y me llevé lo poco que me interesaba. Disponé y no me llames ni me preguntes, ni me mandes fotos de lo que tengas dudas en regalar. Todo lo que queda es tuyo que es mi forma de pagarte semejante favor.”

La casa del tío de Ricardo, es un chalet sencillo, pero está ubicado en un barrio residencial. Seguramente el que la compre la tire abajo y construya algo más moderno y funcional, tal vez en dos plantas.

Los muebles que ha dejado son berretas, la mayoría de caña. Tal vez le quite los almohadones y los prenda fuego en la parrilla. Los cuadros son láminas y reproducciones de poco valor y desteñidas por el paso del tiempo. La ropa del tío irá al Ejército de Salvación, para lo que he comprado unas cajas de cartón y cinta de embalar.

Lo único que me llevaría es la cortadora de pasto y algunas herramientas del jardín. La mesa y las sillas de plástico que están en el quincho están resecas y es probable que se partan al sentarse. Se donan.

Tengo el Instagram de una influencer que se dedica a tasar contenidos de las casas y te publica todos los artículos, pero me da vergüenza llamarla por esto. Hay un montón de discos de vinilo de tango. Goyeneche, Troilo, Fresedo, Julio Sosa. Nada de Piazzola que tal vez me podría llegar a interesar. El equipo de música suena horrible. Todo eso se va. Los dos cuartos en la planta alta están armados. Uno con camas cucheta y una mesa de luz y el principal con cama camera y dos mesitas. Los veladores se los llevó Ricardo. Los colchones tiene la marca del cuerpo. También se donan.

A esta altura del partido creo que le debería cobrar a Ricardo porque veo que nada de esto tenga valor. Voy a tener que desarmarle la casa gratis, cosa que pensé desde un principio.

Por suerte compre varias cajas de cartón. Las cacerolas, ollas y sartenes irán allí dentro. La heladera también se dona. Es una Siam Di Tella del año 1960. Una reliquia que no tiene freezer, solo una sola puerta con una palanca cromada con una pelota en el extremo.
Dentro de la heladera, una botella de agua y dos limones resecos.

Abrí la alacena y comencé a tirar dentro de una bolsa de consorcio todo lo que estuviera vencido. Harina con gorgojos, polenta, fideos. El arroz no vence pero salieron polillas de la caja. Al tacho. Abrí una lata cuadrada que decía Yerba… Un fajo redondo que no me cabía en un puño con billetes de cien dólares. Fui a la lata de Azúcar. Otro fajo con más dólares. No los quería contar todavía porque supuse que el tío Emilio era muy escondedor.

Encontré un tercer fajo dentro del vaso de la licuadora en el estante de arriba del todo del armario de cocina. No podía creer la suerte, aunque pensaba en que tenía que avisarle a Ricardo.

Seguí separando y vaciando roperos. Llené tres cajas de cartón con batería de cocina y artefactos como licuadoras, procesadoras, tostadoras, horno eléctrico, molinillo de café en cuyo interior también encontré otro fajo más chico.

El tío Emilio tenía todo escondido por temor a que le entraran a robar. En esos lugares jamás lo encontrarían.

La cocina quedó totalmente despejada.

Llamé al Ejercito de Salvación para concertar la visita. Vendrán el viernes a las once de la mañana.

Treinta y cinco mil dólares me dejó el tío Emilio y no le voy a avisar nada a Ricardo, porque dentro del horno encontré la urna funeraria flamante con las cenizas de Emilio Fontana, de las que su sobrino Ricardo tampoco se pudo hacer cargo.

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